El balón estrellado de la Champions me resulta siempre más pequeño a la vista que el de las ligas nacionales, como si embocarlo en las mejores porterías de Europa exigiese mayor precisión. Como si dominar el cuero y no viceversa costase más un miércoles que un sábado. Algunos hablarán de efecto óptico, a mí me parece una acertada metáfora de la geopolítica del fútbol actual. Igual que la inocencia, las ligas parecen importar sólo si se pierden y ya no cuando se ganan. Así las cosas, la competición del himno épico que nadie entiende pero que todos canturreamos bajo la ducha ha pasado de copa linda y deseada a peligrosa obsesión para los transatlánticos del viejo continente. Balón pequeño, torneo gigante. Debe ser por lo de que ce sont les meilleures équipes.
Dos ejemplos emblemáticos de esta dictadura continental se miden a un lustro de la final de Berlín. Antes del Juve-Barça, el luminoso debería mostrar un breve “en capítulos anteriores…” que repasase las trayectorias análogas de ambos conjuntos. Es como si se hubiesen tomado el himno de la Champions al pie de la letra. Dominadores en sus países, fracasados —si damos por buena la afirmación irónica de Valdano de que cada año fracasan 18 equipos— en Europa. Allegri, Sarri y Valverde perdieron su silla a pesar de haber firmado una temporada que hace tiempo hubiésemos considerado exitosa. Ya no. En la era de la magnificación global y subsiguiente minimización local, los jefes bajaron el pulgar antes de que los técnicos pudiesen excusarse tarareando que en The main event participan Die Meister y que todos luchan por ser Die Besten.
Si analizamos identidad e historia, bianconeri y azulgranas no son precisamente almas gemelas; mientras los de Turín enarbolan el lema de que vincere è l’unica cosa che conta, los culés viven instalados en el sempiterno debate estilístico del camino al éxito. La conjunción astral que coloca a la Champions en el centro de todas las miradas hace que idiosincrasias opuestas se vean hoy reflejadas en el mismo espejo, conscientes de que el dominio nacional no basta en el tablero universal sobre el que se juega el partido. Pirlo donde no pudieron Allegri y Sarri. Koeman para mejorar a Valverde y Setién. La tendencia de asignar los banquillos de mayor prestigio a exjugadores tiene una explicación —mitad simplista, mitad palmaria—: Les grandes équipes quieren ser (también) marcas.
Tras un sorteo relativamente asequible, todo indica que Barcelona y Juventus seguirán caminando de la mano hacia la ansiada redención continental. Más cosas en común: ninguno de los dos ocupa el primer escalón de favoritos a pesar de contar con dos grandes espadas como Messi y Cristiano. El doble enfrentamiento, eso sí, servirá para decretar el orden del grupo y quizá para que los técnicos ajusten piezas después de sendos inicios domésticos con espinas. Algún malpensado podría sospechar que Koeman y Pirlo han arrancado de puntillas deliberadamente para que el dominio local deje de darse por descontado. Genios. Titubear en casa para florecer por fin en Europa y poder gritar, siguiendo esta vez sí al pie de la letra el himno, que These are the Champions.
Imagen de cabecera: Laurence Griffiths/Getty Images
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