Suena el despertador y entreabres un ojo. Empiezas a calcular si abrazando las sábanas diez minutos más llegarás o no a tiempo al trabajo -quien dice diez, dice quince-. Cuando comienzan a desfilar ideas estrambóticas por tu cabeza (siempre puedo retrasarme, el tráfico a estas horas es el demonio) la realidad ejerce de oficial de alto rango y te pones en pie. En el momento en que decides que la ropa está puesta de manera suficientemente digna y tu estampa no invita a que te detengan, sales por la puerta. Te dispones a tomar el primer café, ese que convierte un cuerpo autómata en un ser humano en condiciones de afrontar lo que se le venga por delante. Entonces, mientras saboreas el brebaje, te dispones a leer la prensa deportiva. Bienvenidos a Matrix.
Si nos ceñimos a los diarios deportivos de mayor tirada nacional, el lector se encuentra en una primera encrucijada. ¿Soy anti-madridista o anti-barcelonista? Da igual que seas bético, sevillista, del Athletic, el Celta o Las Palmas. Ese primer filtro aparece ante tus ojos, a la vista, copando la portada del periódico. El Marca destaca ese día una entrevista a fondo con Cristiano, una oda a la autocomplacencia en la que se le pregunta (otra vez) por su rivalidad con Messi, el Balón de Oro y sus cifras goleadoras. Al lado, un anuncio de la nueva cartilla que te da derecho a comprar, por un módico precio, el juego de calcetines de la última Champions blanca. La alternativa a la entrevista a Cristiano bien podría ser la posible sentencia contra Neymar y el Barcelona, el estrepitoso fracaso de la Argentina de Messi (que lo es cuando pierde, pero cuando gana es la albiceleste) o, como no, el próximo galáctico blanco.
Si saltamos a Barcelona, la cosa no mejora.
En el Sport, los titulares hablan hoy de la división (sempiterna) en el vestuario del Real Madrid, desgranándolo con todo lujo de detalles -hablamos de periodismo de investigación, la duda ofende-. Si el Real Madrid ganó su partido, toca enumerar las facilidades que el rival regaló, la sospechosa condescendencia arbitral y lo injusto del resultado. Si el Real Madrid pierde, extenso análisis de la debacle blanca y fotos en HD de las caras de los futbolistas camino del vestuario. En la contraportada, hay días en que algún periodista de bufanda se explaya y da rienda suelta a una animadversión reconocida y destacada en su propio perfil. Pero esto no es exclusivo de Sport, ni mucho menos.
Mundo Deportivo y As son una fotografía idéntica en tendencias y línea editorial, no olvidemos por ejemplo el famoso Villarato, la teoría conspiratoria del estamento arbitral a favor del Barcelona y en contra, obviamente del Real. Mientras, los pequeños -que convendremos todos en que a grandes rasgos suelen ser los más perjudicados- callan. Es el show de los mayores y ellos no están invitados.
La realidad sería más halagüeña si esto fuera una foto exclusivamente de estos cuatro diarios, pero no. Esta epidemia de intereses, desinformación y enaltecimiento del periodismo bufandero se ha extendido a otros medios, hasta el punto de que muchos de los programas deportivos que copan el prime time televiso responden al mismo patrón. Invitados rimbombantes y muchas veces seleccionados por características que poco tienen que ver con el deporte, temáticas amarillistas y muchas dosis de show televisivo.
La respuesta cuando se inquiere a los responsables de estos medios sobre la calidad de sus contenidos no varía, indistintamente de quien conteste: las audiencias/escrutinios EGM les dan la razón. Esto es posible cuando tu única meta son los beneficios y se obvia la calidad como vehículo para llegar a ellos. Si puedes hacerlo de otra forma más sencilla/barata, ¿para qué molestarnos? De los principios básicos de ética periodística ni hablemos, es un daño colateral asumible en la era de la sociedad de la información. Importa ser el primero en contarlo, que sea verdad o no es secundario. Dejemos que el lector escoja la realidad que quiere leer, a la carta. Potenciemos a los aduladores, bufanderos y personajes controvertidos pero manejables. Los periodistas de calidad, con códigos y valores propios e independientes salen muy caros y no están en línea.
Con esto, creo que es importante el inciso, no generalizo, dibujo un escenario con el que creo que muchos se identificarán. Obviamente hay mucha calidad en este país, sigue habiendo firmas que merecen la pena leer prácticamente en todos los diarios y cadenas, y no todo el contenido o los opinadores responden a un mismo patrón. Pero en muchas ocasiones, por desgracia, quedan sepultados entre tanta mediocridad.
Yo, como consumidor de información, me resisto a darlo por bueno. Seguiré leyendo a los Rubén Uría, Martí Perarnau o Ramón Besa; cuando ponga la tele pondré atención a los Miguel Angel Román, Axel Torres, Uzquiano o, por salirnos del fútbol, Daimiel. Cuando quiera dejarme llevar por las ondas de la radio me descargaré el podcast de Abel Rojas y el resto del equipo de Ecos del Balón. La prensa y los analistas, sin bufandas por favor.
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