Es el colmo. El final. Así se levantaron muchos madridistas tras la clasificación de Gales a la Eurocopa. No se enfadaron por el pase de los británicos a la máxima competición continental. Faltaría más. Fue su futbolista, Gareth Bale, que volvió a demostrar a la gente que a él las posibles consecuencias de sus fechorías no le afectan. Hemos venido a jugar, pensará. El galés recuerda a los niños pequeños cuando desafían a sus padres. Cuando cogías ese balón que tu abuelo te tenía prohibido. En ese caso, lo normal era una sucesión de advertencias que empezaban con un diminutivo despectivo al objeto. Solían soltar un clásico “deja ya la pelotita”. Venga ya. Hasta que no se estampe contra el televisor no voy a parar.
Da la sensación de que Bale está en ese plan. El de no vacilar ante nada. Parece que quiere marcharse del Real Madrid, pero cuando Zinedine Zidane lo expresó a los cuatro vientos se topó ante su representante: “Bale no se mueve”. El extremo blanco, sin embargo, como un relámpago pasó, como su propia posición, de un lugar al otro: de ser denostado en pretemporada a convertirse en referencia del conjunto blanco al inicio de curso. Todo iba sobre ruedas.
Aun así, sus apariciones en el once, como su carrera en el elenco merengue, fluctuaban. Dos buenos choques traían una posterior comparecencia de Zidane en la que, despreocupado, le descartaba de una convocatoria. Así ha ido empalmando sus cables durante toda su estancia en la capital, entre chapuzas y maravillas. Porque nadie le podrá obviar su esprint ante Marc Barta o sus actuaciones en fases clave de Champions League. O sus incontables lesiones que le han obligado a pedir que no se expongan sus partes médicos al público.
Este curso, con el clásico 4-3-3 de Zidane, tenía un espacio instrumental en el esquema blanco. Como ya dijimos en la última columna, el ex del Tottenham tenía muchas papeletas de erigirse como referencia del ataque blanco; lo que parecía condición sine qua non desde su aterrizaje y que no se había podido cumplir por la comparecencia de un tal Cristiano Ronaldo. Era ahora. Ese fútbol que se cocinaba y se masticaba en el flanco izquierdo requería un estilete, un rematador. Ahí estaba él.
Sin embargo, las peleas con la prensa le han otorgado un papel antagónico, ajeno a todo. En las entrevistas que otorga, parece un tipo cansado de todo, de vuelta y media. Como un señor mayor. “No sé quién es el primer ministro británico, solo me interesa el golf”, aseguró en una entrevista para The Telegraph. El fútbol, para él, es un deporte al que se “trata a los futbolistas como robots”, también dijo en BT Sports. Todas y cada una de las frases, contadas y criticadas en los medios españoles, le tienen despreocupado. En ese juego en el que, de momento, sale ganando, decide sacar lo que todo abuelo nos advertiría: ¡Qué haces con la banderita! Él, ajeno a la causa, sigue dando toques en el salón, entre jarrones caros, de aquellos de edición limitada. Acabe como acabe el tema, nadie, aunque la gente lo pida, puede asegurar que su carrera en el Real Madrid se ha acabado. El pasado, bien cíclico que es, nos espeta que Bale siempre tiene una carta escondida. Ya sea una frase a un medio británico u otra Champions en sus vitrinas con una maravilla de las que a veces cuaja.
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