El Mónaco ya sabe qué es Mestalla. Desde tres horas antes del partido la afición valencianista copaba todos los aledaños del recinto con el orgullo de saber que el primer tanto sería obra de ellos. Y no se equivocó. Sacó el músculo para acabar empujando a un autobús que parecía por momentos quedarse sin fuelle. Pero sobre todo, enseñó el bíceps de las grandes noches europeas. La del rugido estrepitoso y ensordecedor. La que suele llevar al equipo al límite para conseguir el objetivo. Sin Otamendi, sin Diego Alves y sin André Gomes se presentaban los de Nuno al partido más importante de los últimos años. Gran parte del bastidor central de la temporada pasada. Y se acabó ganando. Con tenebrosidades pero venciendo. El resultado fue, quizás, excesivo y engañoso pero esta vez la moneda cayó cara. Que ya era hora, por otra parte.
Un Valencia huracanado desdibujó a los de Jardim en los primeros compases del encuentro. Se encontró con el gol de Rodrigo y el colmillo de su gente. Y fue en ese instante cuando el Mónaco fue consciente de verdad que Mestalla colérico y entregado es más peligroso que dos búfalos enfilando tres toallas ocupadas en plena playa de la Patacona. Aun así tiró de personalidad para sobreponerse a la embestida y mereció el empate. Un paradón descomunal de Ryan que desvió a la madera el lanzamiento de un Bernardo Silva maravilloso lo evitó. Y Martial vio como el linier levantaba la bandera justo cuando abría los brazos celebrando las tablas. Un jugadorazo la joven pantera negra francesa. El descanso llegó como una bendición.
Como la salida de Javi Fuego a mitad de la reanudación. Consciente de la superioridad del Mónaco en cuanto a presencia y con el balón, vislumbraba que Nuno ajustaría las piezas desde el arranque. Pero nada más lejos de la realidad. Encajó el empate nada más comenzar tras una jugada de Champions de Anthony Martial que aprovechó Pasalic tras una golosina de Vezo. La eliminatoria estaba en japonés. El Mónaco tuvo contra las cuerdas al Valencia. La inexperiencia del central portugués quedó demostrada a pesar de cumplir y en cada ataque de los franceses subía un 5% la humedad. Pero volvió a aparecer Mestalla. Primero jaleando a Piatti, Negredo y Fuego cuando saltaron a calentar, después para azotarle a Nuno un rapapolvo por cambiar a Alcácer y por último para reactivar al equipo cuando estaba pasando su Alpe d’Huez particular. Parejo encendió la luz y Feghouli, en esas noches donde pega patadas al aire, inflamó un estadio necesitado de partidos de esta envergadura.
Nada hay cerrado. Ni siquiera muy encarrilado. El Valencia tendrá que sudar sangre el próximo martes en el Luis II de Montecarlo para estar el jueves 27 de agosto en el sorteo de la fase de grupos de la Champions League. Sería un error irreparable que futbolistas y afición lo vean hecho. Tenemos ejemplos que subrayan mi presunción y conjetura. Humildad extrema para el último escollo antes de vestirse de festividad en el glamour de las estrellas. Un atractivo que merece vivir de nuevo la afición del Valencia. Por nivel, pasión y fidelidad. Ya saben aquello de ‘Mestalla nunca falla’. Ayer fue el Mónaco quien lo comprobó en carne propia. Mestalla merece la Champions.