Vasil Kiryienka será un ciclista recordado. No por ser un ciclista de grandes vueltas, ni clasicómano, ni por sus dotes como escalador, ni por ser un devorador de etapas, ni por su velocidad. Él no es de esos. Ni le hace falta para quedar en la retina de los buenos aficionados al ciclismo.
Quedará su imagen típica. Rictus impertérrito, mirada al frente, fija, fría, ni una mueca, ningún gesto, nada que haga apreciar desde fuera el más mínimo atisbo de sufrimiento. Serio, ni una sonrisa, un saludo dedicado a la cámara. Llevar el esfuerzo al máximo, por él o por sus compañeros, y alargarlo hasta decir basta.
Un esfuerzo que realmente se puede extender hasta el limite de lo imaginable. 15, 30, 50, 80 kilómetros, no importa. Al frente del pelotón, trabajando para su líder, gregario de incalculable valor para el todopoderoso Sky desde el año 2013. O en busca de sus escasos pero brillantes momentos para el lucimiento personal. En llano, en colina, en montaña, sol o lluvia, no importa. Solo cuenta ir hacia delante.
Tras comenzar en el equipo Tinkoff original, el que vestía de blanco, amarillo y negro, se dio a conocer con un triunfo de etapa en el Giro 2008, ya con 27 años, con el triunfo el día de Monte Pora, aquel en el que a punto estuvo Contador de perder su primera maglia rosa ante las agresivas acometidas de Danilo De Luca. Luego ya en la disciplina del Movistar, la victoria en Sestrière en 2011, tras el Colle delle Finestre, dedicado a su compañero Xavi Tondo, fallecido pocos días antes. Y en Peña Cabarga en la Vuelta 2013, cuando Horner empezó a demostrar que ganar la carrera era posible.
Nunca días anónimos, está claro. Kiryienka, a ritmo, siempre en solitario, directo al triunfo mientras por detrás se desataba la guerra, a él ajeno. Eficiente, igual que lo era para destrozar un pelotón, un grupo de favoritos, controlar un abanico o correr contrarreloj. Solo dos triunfos en este disciplina: la crono de Valdobbiadene del pasado Giro d’Italia; y la consagración, a sus 34 años: el Mundial de Richmond.
En un día de locos en el que ningún pronóstico se cumplió, Adriano Malori y Jerome Coppel, italiano y francés, ocuparon el podio y Tom Dumoulin, Rohan Dennis y sobre todo Tony Martin, en busca de su cuarto entorchado, decepcionaron, Kiryienka simplemente hizo lo que mejor sabe. Un esfuerzo de poco más de una hora para ganar.
El arcoíris que va a reconocer al bielorruso como campeón mundial durante los próximos 12 meses es el justo premio a una carrera. Una profusión de colores que, curiosamente, discrepa absolutamente con ese trabajo oscuro, efectivo y ejemplar, que le ha hecho ganarse a los aficionados al ciclismo. Incluso una sonrisa se le escapó en el podio.