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Keisuke, el último emperador

“Hablábamos poquísimo, porque él era así, en su aura, pero un día me contó que dejaría el fútbol muy pronto, porque quería cambiar de aires y hacer muchas cosas en su vida”, revela en su autobiografía Francesco Totti sobre el japonés Hidetoshi Nakata. Entonces, el asiático tenía 23 años, le acababa de dar a la Roma un título de Serie A con unos minutos brillantes ante la Juventus y cumpliría su palabra, porque antes de cumplir la treintena, colgaría las botas para dar varias veces la vuelta al mundo, colaborar en decenas de organizaciones benéficas y llevar su imagen y todo lo que representa a cada rincón de cada continente.

Keisuke Honda comenzó su carrera profesional cuando a Nakata apenas le quedaba por jugar el Mundial 2006. Siempre fue considerado su heredero, por estilo de juego, por semejanza física y por calidad futbolística. Honda era Nakata, mientras Kagawa era Nakamura. Los caminos de Honda y Nakata pueden considerarse de paralelos, pues siempre han querido trascender más allá del aspecto meramente futbolístico. Honda, que ha jugado en Oceanía, Asia, Europa y América, acaba de empezar una nueva aventura en Brasil como futbolista, mientras que de manera simultánea es seleccionador de Camboya y dueño de un club de Primera División en el mismo país. Un personaje peculiar.

La aterciopelada zurda de Keisuke, una mezcla idónea de potencia y precisa, emigró al fútbol holandés al poco de quedársele pequeño un campeonato nipón del que cada vez hay mayor fuga de cerebros. En los Países Bajos asombró como jugador, pero incluso más como persona. Su vinculación con una comunidad que acababa de conocer, que era radicalmente opuesta a su cultura nata, le hizo el favorito de una grada que tardó unas semanas en darse cuenta de la grandeza humana del jugador que acababan de adquirir. Fue bautizado como Kaizer Keisuke, o lo que es lo mismo, El Emperador Keisuke.

Por su pase se pelearon los mejores equipos del país, algún alemán y sobre todo ambos clubes a orillas del río Mersey (el Liverpool y el Everton). El japonés estaba para mejores cotas, pero su decisión fue la de llegar al fútbol ruso de la mano del CSKA. Allí, con un equipo jugando en competición europea, su escenario particular engrandeció, sus lanzamientos de falta, con una capacidad abismal para aterrorizar porteros desde cualquier distancia, se hicieron virales y compilados de Youtube y técnicos como Gullit o José Mourinho trataron de convencerle con elogios para acabar teniéndole a sus órdenes.

Honda, que de pequeño estaba obsesionado tanto con Supercampeones como con el Real Madrid, tuvo la oportunidad de jugar en las filas blancas cuando se marchó de Rusia, pero igual que a mitad de carrera decidió que ya no quería ser más el número ‘10’ y jugar con el ‘4’, pensó que no le iba a llenar tanto jugar en España como en Italia, donde ya había triunfado el propio Nakata. Le llamó España, también las misivas de Sevilla y Valencia, de convertirse en uno de los primeros asiáticos en LaLiga, pero su decisión viró a última hora. Quería ayudar a levantar un club histórico.

El Milan no es buen termómetro para nadie, para nadie. Su rendimiento allí fue irregular, como se esperaba, y prácticamente se retiró del fútbol de primer nivel cuando dejó San Siro, aunque aún le quedaran muchos años más al máximo nivel. Siguió rechazando ofertas de equipo de Champions para descubrir mundo siendo contratado por el Pachuca. En México era una incógnita, nadie entendía como un jugador como él, con todas las posibilidades del mundo, quería recalar allí. Lo hizo, pese a la creencia que se trataba de una broma. Después llegó el Melbourne Victory de Australia, donde su polifacética carrera llegó más allá. Tras cumplir la treintena decidió que ya estaba listo para un nuevo envite y alternó como futbolista y como seleccionador en Camboya, donde actualmente sigue dirigiendo. Su legado en el país ha sido tan grande que ha decidido comprar un equipo de la máxima categoría, aunque no del mejor nivel, el Soltilo Angkor FC. Allí alterna trajes con tirantes, que se pone para dirigir, con traje de chaqué, gafas y sombrero.

La travesía del nipón no termina ahí, pues pese a pasar a otra página, ha decidido seguir en activo descubriendo mundo. Un habitual en las redes sociales, donde intercala opiniones futbolísticas con defensas de los derechos humanos, no se cortó a la hora de pedir trabajo en varias ocasiones por Twitter mencionando a equipos del rango del Milan y del Manchester United. “Venga chicos, aún debo servíos”. Las misivas trajeron ofertas, pero no eran más que un cebo para otras opciones que él quería con más ansia. Decidió volver a entrenar con su primer equipo en Europa, el VVV Venlo y el gusanillo le picó tanto que el Vitesse le hizo ficha. Se marchó al mes y medio, cuando el club destituyó al entrenador.

Hace unos días, su búsqueda real ha terminado. Como el último emperador, Keisuke aterrizó en Botafogo brasileño, donde miles de aficionados le recibieron en el aeropuerto y otros tantos le dieron la bienvenida en el estadio. Honda, otra vez con el cuatro a la espalda, llevará la palabra del fútbol más allá de las fronteras. Será en Brasil, allí donde soñaba con jugar el ídolo de su infancia en la serie animada que nos enamoró a todos. En un equipo que ya le tiene como héroe pese a llevar minutos en la entidad, y en una grada que ya se ha bañado de banderas niponas, de letras asiáticas y de cintas de pelo blancas con un punto rojo en el medio y un mensaje inspirador. Son las hachimaki, desde hoy producto japón, pero también brasileño. Keisuke está más allá del fútbol.

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