El 2020 ya se termina y se puede decir que, en cuanto a fútbol se refiere, muchas cosas han sido vistas ya. Si bien sucede cada tanto, ya no es tan raro ver a un jugador de campo atajar un penal o a un arquero ir a cabecear –y tener éxito- en el área rival. Incluso, ya nos hemos acostumbrado a ver a cancerberos salir de su zona de confort para tomar un penal o, yendo más allá, un tiro libre. ¿Pero nos hemos puesto a pensar en que no siempre ha sido así y que tuvo que haber pioneros que arriesgaran el pellejo para hacer algo más que solo jugar bajo palos?
Si bien siempre hubo jugadores adelantados a su época, lo cierto es que entre los 70´ y los 2000 los porteros comenzaron a empoderarse, sobre todo los americanos. El argentino Hugo Orlando Gatti, el paraguayo José Luis Félix Chilavert, el colombiano René Higuita o el brasileño Rogerio Ceni le demostraron al mundo que los arqueros, además de “bichos raros”, también tenían buen pie, por lo que no debían ser subestimados.
Por lo general, estos dueños del arco, además de atacantes, también solían tener una seña que los identificara, como podían ser sus declaraciones picantes, el usar buzos con logos llamativos o llenos de colores o dejarse el cabello largo, bien al estilo de la época. Y hubo uno que sin dudas se destacó por sobre los demás, no solo por tener varias de las características anteriormente mencionadas, sino también porque se animó a más, siendo un verdadero comodín. Ese personaje entrañable se llama Jorge Campos Navarrete.
El mexicano, nacido en la bella y turística Acapulco un 15 de octubre del año en el que los inventores del fútbol consiguieron su (de momento) única corona mundial, tenía el ataque en su sangre. Cuando era “chavo” su papá lo mandaba al arco para que los rivales, más grandes que él, no lo lastimaran, aunque Jorge era obstinado y siempre terminaba subiendo y buscando pelotas en el área contraria. Al final, se terminaría quedando bajo palos, pero siempre teniendo una sed de gol insaciable.
Cuando debutó con los Pumas de la UNAM lo hizo con los guantes puestos, aunque le era muy difícil tener regularidad, ya que delante suyo tenía a quien se convertiría en uno de los mejores porteros de la liga en los 90´, Adolfo Ríos. Fue por ello que, tras comer por bastante tiempo banquillo, le pidió a su entrenador, Miguel Mejía Barón, si podía cambiar de posición y ser delantero, algo que por más loco que suene logró conseguir. Parecía que la apuesta sería pésima, pero con su clase y contundencia el Brody logró sorprender a todo México, anotando 22 goles en 40 partidos durante la temporada 1989-1990. Sin embargo, una vez que Ríos se fue, Mejía Barón le cortó las alas a su prominente atacante, enviándolo de nuevo a defender el área propia. Campos, que tenía una personalidad inmensa, aceptó, pero dejó en claro que lo haría con la condición de volver a ocupar aquel puesto cuando se lo necesite.
La vida de Jorge como portero y delantero se volvió sumamente popular a nivel mundial. Y es que el de Acapulco no solo volaba como si no hubiera un mañana pese a su 1,68 mts de estatura, sino que, además, cuando salía de su zona, lo hacía con una elegancia digna de los mejores, animándose con tijeras estilísticas, gambetas endiabladas o penales pateados con una clase que no todos poseen. Y eso, claro está, aderezado con sus llamativas vestimentas multicolores, en una verdadera jugada de marketing. Y es que claro, ¿a qué niño le hubiera gustado comprar esos viejos buzos negros o grises sin alma de los porteros de antaño?
El 1 (o el 9, 10 o 19, depende del partido que vayan a mirar) mexicano quizás sea recordado hoy con una sonrisa por su extravagancia, e incluso muchos pensarán que su figura no era para tanto, que era puro mercadeo. Pero lo cierto es que él fue uno de los grandes, siendo incluso parte de una selección que cerca estuvo de llevarse todo en los 90: a saber, ganó las Copas Oro de 1993 y 1996, fue subcampeón de la Copa América de 1993 e incluso fue el cancerbero titular en la final de la Copa Confederaciones de 1999, cuando su amada Tri logró vencer a la todopoderosa Brasil en el último encuentro. Su única pega, como la de la selección misma, fueron los mundiales, ya que en los tres que participó (1994, 1998 y 2002) no pudo pasar de octavos de final. Su estela fue tan grande que incluso fue parte del último título de Cruz Azul a nivel local (Invierno 1997), antes de que iniciara su maldición.
Sobre su ropa (todo un ícono cultural de la época de los 90´), diría lo siguiente en BolaVip: “Me gustaba diseñar, un amigo en Acapulco tenía su marca de ropa y empezamos a hacer, le pedí algunos diseños, que cambiara esto sí, esto no, que cambiara a lo que me gustara y poco a poco fui mejorando los uniformes; si decían que estaban feos, antes estaba peor”. Sus colores no se debieron a un tema de marketing –si bien este sería un tema muy bien explotado-, sino a la sencilla razón de los orígenes del propio arquero, Acapulco, y al surf. Él amaba el mar, nadar y sumergirse con una tabla, por lo que la elección de su indumentaria pasaría por aquello y no por una cuestión de marcar tendencia. Total, él ya lo hacía dentro del campo.
En el mismo sitio, en otra entrevista, demostró su humildad cuando le dicen que es el mejor portero de la historia del país. “Es algo especial que se hable del mejor portero de la historia, yo le agradezco a todos, cada quien tiene un punto de vista diferente, no sé si lo sea, si lo vaya a ser, hay muchos chavos, niños que vienen, el futbol en un futuro va a ser diferente, totalmente revolucionado, esperemos que en algunos años ya el portero pueda jugar de delantero o de defensa, que tenga esa versatilidad, al portero lo limitan a las manos y a no moverse de la portería. Todos tenemos diferentes estilos, para mí todos son especiales, el portero es alguien especial”.
Campos también remarca que, si bien vivió momentos muy especiales, no ser campeón del mundo lo golpeó mucho, sobre todo en 1994, ya que sentía que tenían un equipo como para llegar más lejos. De hecho, solo cayeron ante Bulgaria en octavos por penales, siendo que previamente habían logrado incluso igualar ante Italia. Esa fue la única maldición que no pudo superar.
El Inmortal –un apodo que demuestra el respeto que se le tiene a su figura- al final se retiró siendo uno de los arqueros más goleadores de la historia, con entre 40 y 48 goles en su haber (dependiendo de la fuente utilizada, aunque según la IFFHS consiguió 40 anotaciones). Pero eso no fue lo que lo hizo trascender: Campos se hizo eterno rompiendo con lo establecido. Porque si, un portero también puede ser bueno con la pelota en los pies. Sus asombrados rivales pueden dar fe de ello.
Imagen de cabecera: Stephen Dunn /Allsport
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