Al año del desdichado fallecimiento de Johan Cruyff se han sucedido las referencias a su importancia en el mundo del fútbol. Es tan grande su magnitud en este ámbito que otras de sus revoluciones han quedado desenfocadas, pese a que en esos otros aspectos fue tan visionario como en el desarrollo de su deporte. Cruyff fue una figura que se adelantó muchos años al marketing en su sector, hasta el punto de que incluso hoy día muy pocos futbolistas han llegado siquiera a interpretar sus actuaciones como un paso necesario en el cultivo de su imagen.
Pronto comenzó el holandés a convertirse en personaje, status mucho más longevo que el de mero deportista. En la Copa del Mundo de Alemania, en la que Holanda dio más que hablar que la propia campeona, lució dos bandas en las mangas de su camiseta mientras el resto de sus compañeros vestían tres. Un desacuerdo con la federación de su país se saldó con esa medida unilateral y la explicación de que en tanto que la camiseta pertenecía al país, la cara era de Johan Cruyff.
Cruyff y Beckenbauer se saludan antes del inicio de la final del Mundial de Alemania ’74. Getty
Fueron numerosas sus incursiones en la publicidad, aunque la más impactante correspondió a la campaña contra el consumo de tabaco, una vez repuesto de un infarto que le sorprendió en su etapa de entrenador del Barcelona. Pero el aura que le rodeaba le convertía a la vez en alguien cercano y en alguien inalcanzable. Capaz de conceder entrevistas sobre el césped poco antes de que comenzaran los partidos y de admitir a los informadores en el avión y el hotel del equipo, pero también de ceder con el paso de los años las conferencias de prensa a su ayudante por sus desavenencias con la directiva. Un periodista consiguió llamarle a casa y, tras rogarle una entrevista, Cruyff le pidió un favor: a cambio, debía decirle quién le facilitó el número. Nunca se hizo ese reportaje por la deontología del solicitante.
Jugaba los partidillos contra los periodistas y gustaba de compartir un rato de tertulia nocturna con los pocos enviados especiales en el hotel las vísperas de los encuentros lejos del Camp Nou. En una de esas charlas reconoció que Laudrup (cuestionado en sus últimos tiempos de azulgrana) tenía un problema: era como él, que al 60 por ciento era mejor que todos los demás al cien por cien; pero ese problema estribaba en que él era su entrenador y lo quería siempre al cien por cien, algo que el danés no ofrecía.
Johan Cruyff. Getty
En sus relaciones con los jugadores también se granjeó ese carisma. Una tarde Romario llegó con retraso al autocar del equipo. Al subir al mismo, se escucharon los reproches y quejas de un par de jugadores importantes. Cruyff, sin mover su gesto, les espetó que si ellos faltaban el transporte se iba, pero que si era Romario el tardón, la expedición esperaba.
Acusado de gandul por el presidente del Barça, Cruyff explicaba su punto de vista, por ejemplo, en cuestiones sobre ensayar las jugadas a balón parado. A su juicio, si el futbolista que lanzaba era incapaz de entender por sí mismo que a la tercera falta en que salta la barrera rival hay que disparar por debajo, no era posible preparar alguna estrategia y que tuviera éxito. La sencillez fue una de sus notas distintivas y siempre defendió jugar contra el viento para sorpresa de la liturgia de los deportes al aire libre. Desconfiaba tanto de los porteros que prefería que el balón fuera hacia ellos en los centros laterales a que tuvieran que salir de la portería a buscarlo conforme se alejaba a favor de la corriente. Desmontar esta preferencia consuetudinaria era solo una demostración de su carácter intrépido, más propio de una melenuda estrella de rock que de un competitivo preparador.
Pero este era Cruyff, defensor del talento por encima de todo, hasta el punto de intentar convertir en superdotados a sus hombres. Desde la infancia, defendía, hay que jugar en la calle para aprender pillerías y para afianzarse técnicamente al controlar el balón y el cuerpo para no caerse al duro suelo. Esa ley callejera era la que, cual teoría darwinista del deporte, elegía a los buenos para el fútbol y a los malos para jugar al escondite.
La marca Johan Cruyff sigue adelante. Mejor no pensar que fue el destino quien se lo ha arrebatado tan pronto al deporte para no descreer de la providencia, pero es innegable que ha dejado al fútbol tan huérfano de un personaje como pródigo en maravillosos recuerdos.