Verano de 2007. Centenares de aficionados españoles se encaraman a la televisión en las tardes veraniegas de fútbol para ver partidos a otro lado del charco de jugadores de los que vagamente han oído hablar. No juega España. Bueno, sí, pero no es lo importante. Ginés Meléndez comanda una camada de futbolistas que acabaron dejando mucho que desear, donde destacaron las figuras de Piqué, Juan Mata y Adrián López, pero en los corazones y en el interés de esos aficionados rojiblancos el morbo estaba en ver a Argentina.
Esa albiceleste que capitaneaba un risueño imberbe de pelo lacio que había sido, con 18 años, el fichaje más caro de la historia del Atlético de Madrid y que en su primera campaña había dejado unas pinceladas de lo que podía ser capaz. El Kun Agüero necesitaba una temporada de adaptación, como había defendido y llevado a cabo Aguirre durante ese su primer gran año al otro lado del charco, pero las dudas sobre su rendimiento real una vez acoplado a Europa seguían en los pensamientos de los más escépticos. Fue aquel el torneo donde se dieron a conocer de manera pública Luis Suárez y Uruguay, donde Pato demostró que no solo era un buen jugador juvenil y donde Estados Unidos soñaba con un Soccer de categoría gracias al niño prodigio Freddy Adu. Pero la realidad, es que nunca hubo Mundial, con el Kun dominando el torneo con mano de hierro, alzándose como Mejor Jugador, Máximo Goleador y, evidentemente, llevando a Argentina al título Mundial.
Casi tres lustros después, con esa misma sensación, ese mismo gusanillo, el aficionado rojiblanco vuelve a encender su televisión para seguir los pasos de un nuevo niño maravilla, también de sonrisa eterna y pelo lacio, que juega con el desparpajo de quien se siente observado y busca agradar, porque sabe que en ese ecosistema de autoconfianza llegará también a su mejor nivel. João Félix, que también es en el presente el fichaje más caro de la historia del club, tiene sus minutos con Portugal en la Nations League, pero esta vez es la absoluta y no la selección juvenil. O Menino logra, con confianza, meter su primer gol como internacional absoluto y el optimismo colchonero se desborda.
Las diferencias futbolísitcas entre ambos no entran ni siquiera en cuestión. Agüero siempre fue un delantero y ya con 15 años de carrera profesional, es muy sencillo encasillarle en aquel papel que le ha acompañado toda su vida. Pero el argentino se definió muy rápido, lo tuvo siempre claro y rebuscó llevar al máximo nivel aquella comparación con Romario que tanto le agradaba por la grandeza del brasileño. El portugués, en cambio, aún tiene que encontrar su sitio en el entorno del fútbol profesional, en el que apenas ha jugado unos 50 partidos. Si bien sus primeros días auguraron una carrera como interior izquierdo y su facilidad para ser determinante en zonas importantes le acabaron haciendo jugar como delantero en el Benfica, Simeone quiso que, desde la derecha, fuera uno de los jugadores con mayor contacto con el balón. El caso es que parece que el luso se siente más cómodo arrancando en la izquierda.
A João Félix le faltó el físico el año pasado, como también le sucediera al Kun el año que se dio a conocer. Y también de manera similar a lo que sucedió con el argentino, el ‘7’ rojiblanco se ha mostrado mucho más musculado y preparado en estos primeros compases de la pretemporada que acaba de arrancar.
Hay quien sostiene fervientemente, tras el varapalo en Champions League contra el RB Leipzig, donde el luso salió desde el banquillo y en media hora dejó 10 minutos de mucho nivel, que Simeone no tiene confianza en el futbolista, cuando las estadísticas precisamente dicen todo lo contrario. João Félix, en su primera temporada en el Atlético, ha estado disponible en 36 ocasiones, y ha jugado las 36. Titular en 28, solo en ocho de ellas arrancó el partido desde el banquillo, pero prácticamente todas tienen excusa en la enfermería. En cinco de ellas (Juventus, Granada, Villarreal, Espanyol y Real Sociedad) salía directamente de una lesión, estaba entre algodones y necesitaba no solo ritmo de competición, sino que tenía limitación de minutos para volver poco a poco. Si bien contra los alemanes, en Champions, no tenía molestias, una inoportuna lesión al final de Liga le había hecho perderse tres partidos y regresar para poder jugar solo media hora del duelo que cerraba LaLiga. Había perdido el sitio y su frescura debía aportar más desde el banquillo. Solo en dos ocasiones en toda la temporada, el portugués se quedó en el banquillo de primeras estando sano para jugar desde el inicio. Barcelona y Levante, ambos tras el confinamiento, coincidiendo con la mejor versión de Marcos Llorente y Yannick Carrasco, y con la mejor racha de resultados del Atlético y el mejor momento de forma en todo el curso.
Cierto es que el luso ha jugado muy pocos partidos desde el pitido inicial hasta el final, como también que sus pinceladas (nunca ha sido consistente ni regular) se apagaban cuando pasaban los 45 minutos de juego. Si João Félix era titular, en la segunda mitad su incidencia en el juego era prácticamente nula. Simeone le reclamó más gasolina poco antes de Navidad y al luso le ha costado, como también ha sido muy perjudicado por el fútbol más físico y exigente que se juega en España con respecto a Portugal.
Si algo demostró en su único año en la Liga de Portugal fue una suma facilidad para el gol, no siempre de la manera más ortodoxa y aprovechando en ocasiones errores del portero rival o rebotes. Algo que le ha acompañado toda su carrera en categorías inferiores (también en su primer gol con Portugal absoluta), pero que no ha extrapolado a su primer curso como colchonero, donde ha sucedido precisamente todo lo contrario, pues durante toda la temporada ha copado la lista de jugador con peor porcentaje de disparos entre los tres palos de toda LaLiga, siendo también uno de los peores en las cinco grandes competiciones europeas.
Tras un año difícil, donde el fútbol no ha parado prácticamente para los equipos que más lejos han llegado en Europa, el jugador portugués necesita eclosionar como lo hiciera el Kun tras aquel verano de Canadá, donde tampoco tuvo vacaciones. Nadie le ha exigido nada en su primer año, que cerró con unas cifras (nueve goles y tres asistencias) más o menos destacadas para alguien en plena adaptación, pero tiene que romper el cascarón definitivamente en este segundo año si no quiere empezar a oír el runrún de la grada, pues la etiqueta con el precio de su traspaso (127 millones de euros) es una losa muy grande que en el mundo del fútbol no pasa desapercibida. ¿La receta? Fácil decirlo, más complicado llevarlo a cabo: encontrar su demarcación en el fútbol profesional, abusar del disparo (y recuperar la fortuna) que tantas alegrías le dio en el pasado y ser mucho más físico para aguantar los zarandeos y poder ser consistente durante los 90 minutos.
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