Un grito se oye en la Philippe Chatrier. Un alma sale en volandas rumbo al cielo de París. Una cara es foco de todo objetivo. La foto es la que es. La protagonista convulsiona la Historia y la zarandea a su antojo. Tiene 20 años. Nunca ha ganado un título. No sabe qué es eso en el circuito profesional.
Su ambición es la cerilla que prende la tarde y deshace a la frialdad suiza. La increpa con una potencia desorbitada. Cuece todo, a fuego lento, desde la línea de fondo. Prepara el terreno para auparse a las portadas. Camina con firmeza, pese a jugar el cuadro júnior hace solo tres años. No hay barrera cuando uno/a es joven. No debe haberla nunca. Aprendió la lección pronto. Ahora está dispuesta a enseñarle al respetable lo bien que se le da esta asignatura.
Jelena Ostapenko es la felicidad deslumbrante. Es la incredulidad de una realidad futura advenida al presente de forma aparentemente repentina. Letonia hoy sintoniza el tenis porque tiene a una embajadora por la que merece pagar la entrada. El público francés dice eso de «chapeau». Ella sola se echa a un país encima.
«En este torneo está haciendo todo lo que necesita hacer para dar el salto. Una de las cosas que le pedimos es que consiga estar concentrada todo el partido, que no se disipe en la pista, que se centre en mirar la pelota y en hacer su juego. Aquí lo ha hecho todos los días que ha jugado», comentaba, Anabel Medina, su entrenadora, antes del partido de semifinales frente a Bacsinszky en declaraciones para El Español.
«No esperaba llegar tan lejos. El tenis no es un deporte muy popular en Letonia. Es un deporte caro. Por suerte, yo siempre tuve mucha ayuda de la ITF. Creo que voy a recibir mucha atención cuando vuelva a mi país. Estoy muy feliz. Amo jugar aquí. Estoy contenta por la manera en que celebré mi cumpleaños», finiquitó, exultante, Jelena ante los medios de comunicación después de convertirse en la primera jugadora letona de la Historia que estará presente en una final de Grand Slam.
Su raqueta es delicada pero guerrera. La trinchera del segundo plano siempre le obligó a ello. Siendo la protagonista ahora es momento de pegarle como quiera. Y a querer no le gana nadie. Roland Garros abre la puerta a la gloria a una jugadora que no es cabeza de serie pero que está en la antesala al trofeo en la ciudad de la luz, por primera vez, desde 1983. Lo hace por méritos propios.
En París, el amor por el tenis, va y viene como las nubes pero hay ya una arquera lista para intentar conquistar lo que buscaron las 126 restantes. Solo Simona Halep puede cazar su flecha y subirse a ella para mirar París desde la estratosfera.