A sus 29 años, a Jeff Green se le plantea un reto considerable en su carrera. Acaba de fichar por Orlando Magic para ser importante, y convertirse en referente de una plantilla muy inexperta. Serge Ibaka y él volverán a ser compañeros tras casi un lustro, esta vez en Florida, muy lejos de donde compartieron vestuario tiempo atrás. La franquicia se ha movido relativamente bien a pesar de tener que desprenderse de jugadores como Oladipo o Ilyasova. Proyecto de futuro donde solo C.J. Watson supera en edad a Green. Biyombo, Fournier, Gordon, Hezonja, Vucevic, Payton… La materia prima con la que trabajar, a priori, parece muy buena. El desafío para Frank Vogel es saber gestionar tanta juventud, y que sobre el parquet prime el talento. Un conjunto al que no perder de vista esta temporada.
Quizá de Jeff Green todos esperábamos un poco más, sobre todo por lo que traía en la mochila. En 2004 ganó el campeonato estatal con su instituto, lo que le valió para ingresar en la prestigiosa universidad de Georgetown. Allí destacaría muy pronto. En su primer año comparte el premio de mejor novato con Rudy Gay, y, ya como sophomore, es seleccionado como componente del segundo mejor equipo de la All-Big East. En 2007 explotaría definitivamente al ser escogido MVP de dicha división, siendo incluido, como no podía ser de otra manera, en el mejor quinteto. Su coach dijo entonces de él que se trataba del «jugador más inteligente que había entrenado jamás». Ese año alcanzaría la Final Four, aunque un entonces dominador Greg Oden, ayudado por su lugarteniente Mike Conley, acabaría con el sueño de los Hoyas de Green y Roy Hibbert. Sería el último encuentro universitario para Green, que decidiría presentarse al draft ese mismo año.
Elegido por Boston Celtics, se ve envuelto a las primeras de cambio en el traspaso que daría con los huesos de Ray Allen en la franquicia del trébol. Destino, los Supersonics de Seattle. Su temporada rookie sería prometedora, acompañando a Kevin Durant, el otro novato del equipo, en el quinteto ideal de jugadores de primer año. El siguiente curso, ya en Oklahoma City, llegarían al equipo Russell Westbrook y Serge Ibaka, y el posterior, James Harden. Con un grupo de un potencial enorme, la directiva Thunder se convence de que adquiriendo un center que intimidase en la zona, para formar pareja con Ibaka, darían el salto cualitativo necesario para asaltar los cielos. Green, un alero que juega de ala-pívot (su posición habitual esos años en OKC) cuando la situación lo requiere, era una pieza importante a la hora de buscar un intercambio, y, con la faceta anotadora bien cubierta por un perímetro sobresaliente, acabaría siendo uno de los elegidos para salir de la plantilla. En una de los peores gestiones que quien escribe estas líneas recuerda, es enviado a Boston Celtics (aquellos que le escogieron años antes en el draft), junto a Nenad Krstic, a cambio de Nate Robinson y Kendrick Perkins. La presencia en el equipo más laureado de todos los tiempos de figuras como Paul Pierce, Ray Allen, Kevin Garnett o los dos O´Neal lo relegó al banquillo, donde ocuparía su posición natural de small foward. Finailzada la temporada, era agente libre. Podía marchar a donde quisiera. Pero convencido de que en Boston era capaz de dar más, decidió aceptar una oferta de un año a cambio de 9 millones de dólares. El envite estaba servido, se jugaba su futuro a una carta, en 7 meses quería demostrar a los Celtics que no era solo una gran pieza de rotación. Seguramente él, como yo y tantos otros aficionados a la NBA, creía que por fin podría aparecer ese jugador que estaba destinado a ser de una vez por todas. Acabábamos de entrar en el último mes del año.
Todo dispuesto para que llegara, por fin, la explosión de Green…
9 de diciembre de 2011, Jeff Green sale del Hospital General de Massachusetts. Su cara refleja inquietud; es consciente de lo que va a venir, y no le gusta. Los ánimos no son los mejores tras el juicio médico. Pero eso no es lo que lo tiene nervioso. Su principal preocupación es cómo le va a comunicar a su madre la noticia. Todo lo demás pasa a segundo plano.
Unos días antes, Green había sido convocado a una reunión junto a Danny Ainge por un cardiólogo del hospital tras un examen físico rutinario. Nunca antes tuvo antecedentes o síntomas que hicieran pensar que algo ahí dentro podría no estar del todo bien, pero esa tarde le iban a notificar que tenía un problema en la raíz de la válvula aórtica que requería de una operación a corazón abierto, ya que de no tratarse podría dar lugar a un desenlace fatal. Escuchar algo así no debe ser agradable. Tras ese comité sería remitido a la Clínica de Cleveland, donde el doctor Lars Svensson, un reconocido especialista, se encargaría de realizar la cirugía.
Green permaneció en silencio durante 90 minutos tras saber el informe. Le explicaron además, que durante el proceso había que detener su corazón más de una hora, y que su esternón precisaría de alambres de acero inoxidable para cerrar la incisión. En los días posteriores a la reunión, les transmitió a su padre y su hermana mayor, Mia, su diagnóstico. Aun divorciados, la relación de Jeff Green Sr., su padre, con su madre sigue siendo muy buena, por lo que pensó que tal vez podría minimizar el impacto a la hora de contárselo a ella. Aunque sabía que debía ser él quien le diera la noticia, por lo que liberó a su padre del compromiso. Sin embargo, no podía encontrar las palabras adecuadas para su madre. Pasaron las fechas, y luego una semana completa. Había perdido el apetito y le daba vueltas a su futuro. Si podría volver a ser un jugador válido, o si directamente sería capaz de volver a jugar. Incluso tener una vida normal… Tener una vida. Al décimo día, ya muy cerca del día de Navidad, por fin se armó de valor y pudo sincerarse con su progenitora.
Felicia Akingubeno es una mujer apasionada. Entre 2004 y 2007 no se perdió ni un solo encuentro de los jugados por Georgetown en casa. Se hizo tan popular que la grada tenía un cántico para «la madre de Jeff Green». Al contrario que su ex marido, un hombre tranquilo y relajado, ella es puro nervio y efervescencia. De modo que comunicarle algo tan dramático no fue tarea fácil: «¿Qué está pasando? Parece que todo el mundo sabe algo que yo desconozco», respondió al recibir la llamada. Entonces Green le diría que precisaba de una intervención. «¿En un dedo, un tobillo?». «No mamá, una a corazón abierto».
El Dr. Svensson intentó programar la cirugía antes de Navidad, pero el paciente optó por esperar hasta después de las vacaciones, y así poder estar con su familia. Green temía que pudieran ser sus últimas navidades con los suyos, a sus 25 años (edad de Jeff en ese momento), y no quería perdérselas.
La operación de Jeff Green se programó justo un mes después de haber dado el diagnóstico. Toda su familia se desplazaría a Cleveland para acompañarlo durante el procedimiento. El doctor Svensson explicaría cómo sería la práctica de la cirugía, y se reunió con Green a solas para explicarle los peligros: “Existe riesgo de muerte, aunque hemos hecho unas 400 intervenciones similares y no hemos perdido a ningún paciente. Siempre digo que existe un 1% de posibilidades de que vaya mal, pero es el mismo porcentaje de sufrir un accidente cerebrovascular o un fallo en cualquier órgano. También podría darse la posibilidad, en menor medida, de que necesitases un marcapasos. La zona en la que trabajaremos es el sitio donde se unen las 4 válvulas, algo así como el sistema eléctrico del corazón”. La noche previa a la operación, Jeff Green no pudo dormir. Willie Jennings, su mejor amigo, que también había viajado a Ohio, pasaría la madrugada jugando a la consola con él.
Por la mañana ya no había vuelta atrás. Jeff Green sería anestesiado y el doctor Svensson se dispondría a realizar «un ojo de cerradura en el pecho», nombre que le da este especialista a ese tipo de intervenciones. Hizo un corte de 25 centímetros en el tórax del jugador, y tras apartar los huesos del mismo, detuvo su corazón durante aproximadamente 1 hora y 15 minutos. Tras ello, conectó un sistema de circulación extracorporal para mantener oxigenados a los órganos de Green durante proceso. A continuación, dotaría de una nueva válvula a la aorta. Para finalizar cerrando el corazón, y posteriormente el esternón con alambres de acero inoxidable. Concluida la operación, Green sería enviado a la unidad de cuidados intensivos, donde permanecería inconsciente hasta la mañana del martes.
La madre de Jeff recuerda ese día como «el más largo de mi vida. Sentada, esperando, o dando vueltas en la habitación del hotel. Me costó comer. Y aunque el trato de la clínica fue excepcional, ya que me mantenían al tanto de lo que iba sucediendo en cada momento, yo quería estar ahí, poder ver por mí misma a mi hijo». Solo se le concedió permiso para ello cuando lo trasladaron a la UCI. A través del cristal lo contemplaría conectado a un tubo de respiración, varios de drenaje en su pecho, vías intravenosas y un catéter. «Creo que me desmayé, no podía soportarlo. Ha sido el peor momento de mi vida, ver a mi hijo en esa situación».
Cuando recuperó la consciencia, Green recuerda que tenía saliva en la boca, pero que no disponía de las fuerzas necesarias para tragarla o expulsarla. Una enfermera tuvo que presionar su pecho porque sentía que se asfixiaba. En su mano, un interruptor para aumentar la dosis de medicación para el dolor. Después de 5 días, pidió a las enfermeras dar un paseo por el pasillo del hospital. Le llevaría 20 minutos dar 10 pisadas. En ese instante entendió que tenía un largo camino por delante.
Tras la hospitalización tocaba regresar a la escena. Aunque hasta mayo no tocaría un balón de baloncesto. Primero había que dar otros pasos, como volver a caminar por sí mismo y, a continuación, comenzar a correr. Pasados 4 meses, Green se desplazaría al que fue su instituto para pedirle a su viejo entrenador ejercicios que realizar. «Me dolió correr arriba y abajo, saltar, levantar peso, pero nunca el dolor fue tan agradable. Visualizaba el juego que amo, no sé cómo describir cuánto de motivante era eso. La parte más difícil no fue superar el temor a lesionar a mi corazón, sino recuperar el peso perdido, la musculatura». La madre de Jeff recalca que «tenía una buena actitud ante todo, de modo que yo sabía que iba a superarlo y regresar, porque eso es lo que tenía que hacer. Eso es lo que hizo. A día de hoy, honestamente, puedo decir que mi hijo es la bomba».
El 30 de octubre de 2012, Jeff Green volvería a disputar un partido en la mejor liga de baloncesto del mundo. Los Celtics caían en Miami y él firmaba un 0 de 4 en tiros de campo, anotando solo 3 puntos desde la línea de personal. Pero estaba de nuevo donde le correspondía. En su mundo, con los suyos. Y el crecimiento posterior sería progresivo, siendo básico en el esquema de los de Boston ymás tarde continuando su carrera en Memphis, Los Ángeles y a partir del próximo curso, Orlando. Pero fue ese día, aquel 30 de octubre de 2012, cuando se sintió otra vez jugador de baloncesto.
La amistad con el doctor Svensson se ha mantenido en el tiempo. En la primera visita a Cleveland se les pudo ver charlando a pie de pista. Svensson se enorgullece de haber tenido un paciente como Green y utiliza su ejemplo para explicar otros en la misma situación el proceso. Además, Jeff se ha mostrado muy activo visitando en hospitales a personas que han de pasar por lo que él vivió y a otros que ya lo han superado. Recuerda al más joven, una niña de 2 años que apenas había aprendido a hablar, y tiene presentes a críos, adolescentes, padres, o abuelos con los que comparte lo que él llama «cicatriz cordones de zapatillas». Les cuenta en sesiones personales lo que vivió tras la cirugía y su lucha para regresar a las canchas. Cuando le preguntan al respecto, él contesta que «muchas personas están interesadas en el camino que yo he recorrido, sintiendo cierta admiración. Pero esto va en ambos sentidos; quiero oír sus historias, saber lo que sienten y conocer cómo piensan volver o han vuelto a la vida que llevaban. Estamos juntos en este viaje, porque muchos han pasado por esto antes que yo».
Jeff Green es ese tipo que tras ser operado no podía hablar, y solo era capaz de mover los dedos y la cabeza. Pero también es ese tipo que ahora juega 35, 40 o 45 minutos, saltando, defendiendo, tirando, corriendo… Y es ese tipo que en las últimas 4 temporadas solo se ha perdido un total de 5 partidos. Resumiendo, es ese tipo que se ha hecho más fuerte tras la adversidad.
Cuando despertó de la cirugía, el doctor Lars Svensson se dirigió a Jeff con un espejo para enseñarle la nueva cicatriz que le acompañaría para siempre, y que comienza justo debajo de la tráquea y viaja directamente hacia abajo el esternón: 25 centímetros con el grosor de un cordón de zapatillas de baloncesto. A día de hoy, cuando se enjabona el pecho en la ducha cada noche, Jeff Green recuerda al palparla que es la prueba de que un día volvió a la vida. De que regresó para hacer lo que más le gusta, jugar al baloncesto. Para ser de nuevo Jeff Green.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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