Jason Collins sentía que era el momento adecuado. Acababa de terminar una temporada agitada, un traspaso en medio de la misma le había obligado a emigrar de Boston a Washington, y ya sin responsabilidades deportivas quería desvelar su secreto. El timing era ideal, estaba en la recta final de su carrera y no quería despedirse de la NBA sin dejar su legado para el futuro.
Cuando esa mañana Collins se puso en contacto con su periodista de confianza, sabía que estaba a punto de dar una noticia que correría como la pólvora dentro de la liga, pero no tenía ni idea de lo que le depararían las semanas siguientes. Ningún deportista había hecho tal revelación en las cuatro grandes ligas del deporte americano. La portada de Sports Illustrated en mayo 2013 pasó a ser histórica. Su foto a todo tamaño y sobre ella un titular: The Gay Athlete. “Soy un pívot de 34 años en la NBA. Soy negro. Y soy gay”, comenzaba su ensayo.
Las reacciones no se hicieron esperar. Personalidades de la liga a la altura de Kobe Bryant se volcaron para apoyar a Jason: “No asfixies quién eres por la ignorancia de otros”, tuiteó el exjugador de los Lakers. Su móvil no paraba de sonar. Recibió llamadas de las personas más importantes del país, como Oprah Winfrey o Barack Obama. Así de significativa era la noticia.
Con el peso de la revelación detrás de él y sin contrato en vigencia con equipo alguno, Collins esperaba una llamada en la agencia libre. Fue duro, no llegó ese verano. Tuvieron que pasar casi diez meses para que Collins encontrase su siguiente y último hogar en la NBA, los Nets, el equipo con el que comenzó su carrera en 2001. Su debut con el equipo neoyorquino no pudo ser más especial para él.
La vuelta a las canchas de Jason Collins tras el anuncio
Los Nets estaban en Los Ángeles, su ciudad natal, para enfrentarse a los Lakers. Se palpaba la expectación; el Staples Center acogía a más periodistas de lo habitual. La rapidez con la que se cerró su incorporación impidió que pudiese usar en su debut el número que sí lució en los demás partidos, el 98. Se trataba de un homenaje a Matthew Shepard, un estudiante universitario homosexual que fue asesinado en 1998 por su orientación sexual. La semana que salió al mercado su camiseta con el dorsal 98, se convirtió en el jugador número uno en ventas de la liga, por delante de LeBron James, Kevin Durant o Blake Griffin.
Collins y sus compañeros siempre han hablado maravillas de esa etapa. El pívot confesó que uno de los momentos más especiales lo vivió cuando al terminar el partido de su “debut”, su novio le esperaba con las parejas de sus compañeros de equipo. Se sentía realmente aceptado y respetado. Fueron tan solo veintidós partidos los que jugó tras revelar su homosexualidad, pero le bastaron para recibir múltiples muestras de cariño.
Siete años después de la revelación de Collins, ningún jugador de la NBA ha seguido el camino que él abrió. La pregunta es evidente: ¿por qué sucede esto? Collins, como empleado de la NBA, cree que la liga está «a la vanguardia», pero reconoce que nadie debería sentir la presión de revelar una parte de su vida privada al mundo, una parte que sus pares nunca tienen que revelar, si él o ella no se siente cómodo haciéndolo.
«Me encantaría ver a un atleta vivir su vida de una manera auténtica, no sentir que tienen que esconderse, no sentir que tienen que hacerlo«, confiesa Collins. Sin embargo, reconoce que existe ese miedo. Día a día trabaja para acercarse hacia la creación de un entorno inclusivo LGBT dentro de la liga: “Espero que puedan ver mi historia u otras como la de Robbie Rodgers, Sue Bird, Diana Taurasi o cualquiera que pueda inspirarle. Que sepan que pueden vivir una vida auténtica”, sentencia. El mundo ha cambiado y la NBA debe cambiar con él.
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