Hay
conceptos asociados al mundo del fútbol sin definición exacta. No obstante, se
aceptan con naturalidad siendo habitual su utilización en el argot futbolístico
para determinar las cualidades de los futbolistas. Uno de estos conceptos es la ‘clase’.
Habitualmente nos encontramos con afirmaciones tales como “¡Qué clase tiene ese
jugador!” o “Es un superclase”… Mas, ¿qué es exactamente la clase? Podríamos
convenir que su definición podría
asociarse con aspectos relativos a la técnica y calidad del futbolista que
tienen su origen en cualidades innatas, aspectos que nacen con
la persona y que aparecen con el desarrollo del jugador.
Francisco
Román Alarcón Suárez. Galardonado con el ‘Golden Boy’ en 2012,
considerado el ‘Balón de Oro’ entre los futbolistas menores de 21 años;
galardonado con el ‘Trofeo Bravo’ en 2013 como mejor jugador joven del fútbol
europeo. Sí, se trata
de Isco Alarcón.
El de Arroyo de la Miel aterrizó en el Bernabéu en junio de
2013, avalado por su descaro, por un insultante desparpajo impropio para su edad y por su
indudable aportación al crecimiento de un Málaga que dirigido por Manuel
Pellegrini había logrado hacer historia al acceder a la Liga de Campeones y
conducir al equipo malagueño a las puertas de las semifinales de la máxima
competición europea.
Isco es un jugador diferente, no cabe duda. Uno de esos
futbolistas especiales, de aquellos que levantan al aficionado de su asiento con
cualquiera de sus maniobras. Alguien así conquista desde el primer momento, y
el Bernabéu pronto se rendiría a sus pies, concretamente desde su debut liguero
con la camiseta blanca, allá por 2013 ante el Real Betis. Movilidad, capacidad de asociación,
desplazamiento en largo y regate, favorecido por su excelente
tren inferior fueron su carta de presentación ante un público tan exigente como
el de Chamartín. Decisivo en el estreno liguero de su equipo, asistió a Benzema
en el primer gol madridista y anotó, cerca del final, el tanto que permitía al
Madrid debutar con victoria en la competición de la regularidad. Exigente como pocas, la afición merengue
permitió acceder a sus corazones al joven malagueño, exponente
de un tipo de jugador, nacional y técnicamente exquisito, históricamente del
gusto del templo blanco.
Desde
aquel debut, Isco ha vivido en el club de la Castellana un sinfín de
sensaciones, contribuyendo de forma significativa a los títulos conquistados
por el Real Madrid en los últimos años. Vital en la Copa del Rey y en la
Champions League conseguidas en 2014, su participación y apariciones en el
equipo titular ha sido irregular, añadiendo otras dos Champions a su palmarés,
además de tres Supercopas de Europa y otros tres Mundiales de Clubes, formando
parte de una plantilla histórica que logró la consecución de un doblete con
Liga y Champions del que los más jóvenes no tenían recuerdo. Ya es pieza
angular en la Selección Española, aunque continúa luchando por gozar de dicha
confianza plena que inexplicablemente no alcanza en su club.
El
debate ha acompañado a la trayectoria de Isco en el Real Madrid. No obstante, existe un aspecto sobre el que no
existe controversia: Isco es un ‘superclase’. Uno de esos
jugadores cuyas condiciones innatas, unidas a su formación, progresión y demás
características futbolísticas, poseen la capacidad de fascinar al aficionado y
provocar una indescriptible admiración por su juego, independientemente de los
colores. Un futbolista tocado por una varita mágica, algo que le convierte
en un mago del balón, alguien diferente que eleva el deporte rey a una
categoría superlativa, convirtiéndolo en arte. Isco posee la facultad de describir en
imágenes el concepto ‘clase’, un talento natural sólo al alcance de los
elegidos para triunfar.
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