Pocos días quedan para que de comienzo el mayor espectáculo baloncestístico del planeta, la NBA. Los equipos ya tuvieron el fin de semana pasado el Media Day, donde sacaron la mejor de sus sonrisas y señalaron los buenos propósitos para la nueva temporada. Incluso el bueno de Perkins se mostró simpático con la elástica de su nuevo equipo, los Pelicans.
En definitiva, las franquicias empiezan la puesta a punto con sus nuevas incorporaciones y dicen adiós a los viejos compañeros que se fueron. En la lista de candidatos al título figuran los habituales de los últimos tiempos: Golden State Warriors, Cleveland Cavaliers, San Antonio Spurs, Atlanta Hawks, Houston Rockets, Memphis Grizzlies y Oklahoma City Thunder. Por otro lado, hay ganas de ver que rendimiento dan franquicias como Sacramento Kings, Wizards, Lakers, 76ers, Knicks o los Timberwolves. El resto de equipos, a por sus objetivos, ya sean dar la sorpresa y meterse en playoffs o asegurarse posiciones privilegiadas para el Draft del próximo año e ir construyendo un proyecto a largo plazo.
Sin embargo, hay un hombre que cada temporada pelea contra molinos y gigantes, contra la historia y contra sí mismo, con el único objetivo de ser el mejor de todos los tiempos: LeBron James.
Es imposible no acordarse del rey de Akron al ver la obra maestra de Nolan, Interstellar. LeBron, al igual que Cooper (Matthew McConaughey), vive en una época que no le corresponde. James debería haber nacido 20 años antes, para poder haber jugado en la década de los 80’ y los 90’, y haberse enfrentado a los más grandes y haber sido parte de la época dorada de la NBA.
Pero eso no ha sido más que una motivación para él, gasolina para alimentar su espíritu competitivo, todo con el objetivo de superar el fantasma que le persigue desde 2003: Michael Jordan. Salir victorioso de esta epopeya en la que se ve inmerso parece su única salida.
LeBron sabe que la única forma que tiene para ser recordado y lograr el acceso al Olimpo de la NBA es ganar, al menos, los seis anillos de Jordan, para poder viajar al pasado y mirar por encima del hombro a todos los grandes jugadores que han pasado por la liga. La sempiterna comparación con el 23 es una losa demasiado pesada para cualquiera.
El problema es que al igual que Cooper, LeBron no tiene combustible suficiente en su privilegiado cuerpo para jugar eternamente. Al rey no le quedan más de seis o siete temporadas al máximo nivel para poder lograr el hito. El mayor inconveniente, la competitividad tan grande que hay en la NBA, inmersa de lleno en otra nueva época dorada con muchas estrellas que quieren resucitar la competición, lo que hace casi utópico ganar la mayoría de anillos que le restan hasta tu retiro final.
En su debe, dos anillos y dos MVP de las finales, en su haber, cuatro finales perdidas, dos de ellas sin presentar prácticamente batalla. No siempre ha tenido buenos compañeros de viaje, como en la final de 2007 contra San Antonio Spurs, donde se podría decir que la plantilla de los Cavs a excepción de LeBron eran «unos cerebritos con las técnicas de supervivencia de un grupo de Boy Scouts«, como dice Cooper en el film. En esa final se le expió de toda culpa por la derrota, ya que el alero bastante había hecho con llevar al equipo de Ohio a la final. Sin embargo, en el resto de finales, ni los equipos de LeBron ni él mismo estuvieron a la altura, y en otras, simple y llanamente se tuvo que claudicar ante un rival que había sido superior a ellos.
En la segunda temporada tras su regreso a Ohio contará con ayuda del prestidigitador Kyrie Irving, el siempre fiel escudero Matthew Dellavedova, el yerno perfecto Kevin Love, el gigante ruso Mozgov, el mejor reboteador ofensivo de la NBA Tristan Thompson y la pareja adorable que forman Iman Shumpert y J.R. Smith. Acompañados, por supuesto, del resto de la plantilla que ya tuvo el año pasado, a la que se han incorporado Richard Jefferson y Mo Williams. Todo un roster para traer el ansiado anillo a Ohio y agrandar la leyenda del 23.
El teseracto se empieza a cerrar y nuestro héroe deberá elegir entre ser el mejor de nuestros días o el mejor de todos los tiempos, solo él tiene la respuesta. Nosotros le mandamos un mensaje: «S.T.A.Y». Así pues, en unos días arranca un nuevo curso baloncestístico del que seguro disfrutaremos muchísimo y que nos tendrá muchas noches en vela, que ya las echábamos en falta. Váyanse preparando. ¡Bienvenidos al club!