La soledad de un portero no es comparable a la que puede sentir ningún otro futbolista. Su mejor amigo dentro del terreno de juego nunca será el defensa, ni mucho menos el delantero rival: su máximo apoyo es la portería que defienden con uñas y dientes.
No hay nada más especial para ellos que esos tres palos acompañados de una red. Y se dejan la vida en cada balón, en cada oportunidad. Porque nada les importa más que conseguir, por todos los medios posibles, que ese esférico no supere la línea de gol.
Quizás ese es precisamente el motivo por el que admiro tanto a los porteros de fútbol. Están solos, no hay nadie que les apoye. Él, la portería, y el delantero que trata por todos los medios de atravesar esa raya blanca dibujada en el verde. Y por eso ellos dos son mis ídolos, mis referentes, más allá de lo que otros puedan pensar: Iker Casillas y Gianluigi Buffon.
No hace falta presentación para ellos, porque son leyendas vivas del fútbol mundial. Personas que la vida me ha permitido disfrutar a través de un terreno de juego, y que me enseñaron que este deporte era mucho más que un negocio, más que un balón golpeado por 22 futbolistas.
Gracias a ellos, hemos aprendido que la fidelidad por unos colores es mayor que cualquier otra cosa, que dejarse la piel en cada jugada es precioso si amas lo que defiendes. Y ellos lo amaban más que nadie. Pero a veces la afición pierde la memoria, no ve más allá de un fallo en un momento determinante, no importa cuántas cosas hayas hecho bien a lo largo de tu carrera, porque si fallas, todo eso se reducirá a cenizas.
Y en eso tengo que felicitar a la afición italiana, porque ellos saben valorar lo que tienen: son el máximo apoyo de ‘Gigi’, una de las columnas vertebrales del jugador. Sin embargo, nosotros, los españoles, perdimos a uno de nuestros referentes por no darnos cuenta de que, a pesar de que Iker estaba pasando un momento complicado, era el mejor portero del mundo.
Ahora, hemos conseguido que sea otra afición, la portuguesa, la que disfrute de sus reflejos. Y ese es, precisamente, uno de los riesgos de esa posición tan bonita como injusta. Nadie que no haya estado bajo esos tres palos puede valorar lo que se siente al disfrutar de esa soledad, ni siquiera yo que tanto los admiro.
Pero, a pesar de todo, el fútbol les debe respeto, admiración y, sobre todo, confianza. Porque ellos fueron más allá, ellos se convirtieron en amigos siendo rivales a batir. Demostraron a la afición que, con deportividad, la vida que este deporte nos da es mucho más satisfactoria. Lejos de críticas, ahuyentando los problemas. Porque a pesar de que a veces haya personas que quieran hacer de este deporte un foco de polémica, aún están ellos en pie para demostrarnos que el respeto es la base del fútbol.
Por este motivo es tan satisfactorio verlos juntos disputando un partido. Uno frente al otro, demostrando que son los mejores del mundo, pase lo que pase y digan lo que digan. Quizás puedan cometer errores, sí, pero la admiración que sienten el uno por el otro es ya eterna.
Y a día de hoy surgen miles de nombres de porteros que parecen o, al menos, intentar ser mejores que ellos, pero no lo consiguen, y jamás podrán hacerlo. Ellos son leyendas, y nunca nadie podrá lograr que su nombre se borre del libro de la historia de este maravilloso deporte que nos robó el corazón hace ya muchos años.