Stefan Henze murió a mediados de agosto, pero una parte de él vive aún en Río de Janeiro, la ciudad a la que el exatleta alemán viajó por los Juegos Olímpicos.
Henze era uno de los entrenadores del equipo de canotaje olímpico de Alemania. Ahora, solo su corazón sigue en Río, latiendo en el pecho de Ivonette Balthazar en una pequeña casa en la Rua Antonio Basílio, a dos kilómetros del mítico estadio Maracaná.
La brasileña de 66 años llora cuando piensa en el significado que tendrán para ella estas Navidades, después de que el trasplante del corazón del fallecido Henze le regalara una segunda vida. «Me siento tan agradecida con él», dice. Su madre, de 86 años, se emociona tanto que prefiere refugiarse en su habitación. Balthazar dedica entonces también algunos pensamientos a la familia de Henze, que vivirá unas fiestas distintas en Europa.
La brasileña está aún en convalecencia. Lleva un protector bucal para evitar las bacterias y sólo puede comer fruta y verduras cocidas. En su pecho se puede ver la enorme cicatriz que le dejó la operación. Pero a diferencia de antes, Balthazar siente esta vez que todo puede salir bien. Ya puede salir de su casa y en unos meses, en abril, quiere correr una carrera de dos kilómetros junto con otros pacientes receptores de órganos.
Ivonette con la camiseta de Henze | Sputnik Mundo
La ex funcionaria supo por el periódico quién era la persona que le salvó la vida, pese a que la legislación brasileña prohíbe hacer público el nombre del donante. Pero la trágica historia olímpica de Henze y el final feliz para Balthazar son un caso extraordinario.
El 5 de agosto, el día del comienzo de los primeros Juegos Olímpicos sudamericanos, Ivonette Balthazar estaba postrada en cama, casi desahuciada después de sufrir un grave infarto en 2012. Su corazón funcionaba sólo a un 30 por ciento de su capacidad. «Pasaba casi todo el tiempo en cama, ya casi ni me podía vestir», cuenta. Llevaba 18 meses en una lista de espera para recibir un corazón nuevo y cada vez se sentía más débil.
Entonces, siete días después, en la madrugada del 12 de agosto, un taxi que se dirigía hacia la Villa Olímpica en Barra da Tijuca, en el oeste de Río, se estrelló contra un poste tras perder el control en la Avenida das Américas. En el auto viajaban Henze y otro integrante del cuerpo técnico de los piragüistas alemanes, Christian Käding. Henze sufrió un traumatismo craneoencefálico, Käding sólo heridas leves. El conductor del taxi sería llevado después a juicio por cargos de homicidio pasivo debido al exceso de velocidad.
En ese momento empezó un frenético intento por salvar la vida de Henze. El deportista fue trasladado rápidamente al hospital Lourenço Jorge de Barra, pero el centro no contaba con una unidad neuroquirúrgica, así que la ambulancia tuvo que continuar hasta la clínica especializada Miguel Couto, a unos 21 kilómetros de distancia. Aunque la delegación alemana elogió después las labores de rescate, otras personas criticaron el tiempo perdido hasta que el paciente puso ser atendido de forma adecuada.
El exatleta Stefan Henze | La Vanguardia
La noticia fatídica llegó el 15 de agosto. La delegación alemana colocó sus banderas en Río a media asta en señal de luto por la muerte de Henze, medallista de plata en Atenas 2004 en canotaje en la categoría C2. «El Comité Olímpico Internacional llora por un verdadero deportista olímpico», dijo el presidente del organismo, Thomas Bach.
Henze llevaba consigo un carné que autorizaba la donación de órganos en caso de muerte. Los médicos le sacaron entonces el corazón, el hígado y los riñones, y ese mismo día, a las 5:30 de la tarde, sonó el teléfono en casa de Ivonette Balthazar. Quince minutos después estaba en el Instituto Nacional de Cardiologia, el corazón de Henze llegó a eso de las 10 de la noche. La operación duró seis horas.
«Entonces no sabía de quién era el corazón», recuerda Balthazar. Después tuvo que seguir un duro tratamiento para que su cuerpo asimile el nuevo órgano, más pequeño que el anterior. Entre otras cosas, la brasileña tiene que tomar a diario seis pastillas de Viagra para extender el ancho de sus arterias. Pero cada día se siente mejor. «Es indescriptible. He recuperado mi libertad», dice.
Después de enterarse del nombre del donante, entregó en el consulado alemán en Río una carta de agradecimiento para la familia de Henze en Halle, en el este de Alemania. Le gustaría conocerlos, dice.
Ivonette Balthazar tiene dos hijos: Fabio, de 43 años, y Renata, de 39. Y cinco nietos. La familia celebrará Navidad en casa de Fabio, serán 18 personas en total. Aunque la paciente del corazón alemán corrige la cifra cuando piensa en Henze. «Con él vamos a ser 19».
Foto de portada: El Tiempo (Ecuador)