No es canterano y no porta la cinta de capitán. No creció en
las inferiores del Atlético y su veteranía no alcanza a competir con los Koke,
Juanfran, Saúl o Godín. Tampoco tiene el tirón mediático de Griezmann, pero
José María Giménez es un líder en la sombra y tiene todos los ingredientes para
marcar una época en el Atlético de Madrid.
Puede que sea por la garra que lleva adherida en su ADN.
Quizás porque su forma de entender el fútbol y la vida comulgan a las mil
maravillas con la del Atlético y Simeone. Y es que el uruguayo posee algo en su
manera de ser, de jugar y de saltar al campo que enamora al aficionado.
Giménez llegó al Atlético con 18 años recién cumplidos y
nunca desentonó. Antes de conocerle, Simeone temía que en una posición tan
delicada hubiera un jugador por foguear en vez de un jugador maduro con
experiencia. El aficionado no le conocía y en la dirección deportiva había
dudas, porque se comenta que cuando el club fue a firmar un central a Danubio, el
elegido era Emiliano Velázquez y no Giménez. Pero que la lesión del primero,
que le había dejado varios meses fuera y por la que se había perdido el Mundial
Sub20, acabó derivando en que los rojiblancos se decantaran por aquel que había
suplido a Velázquez en su ausencia. ¡Y qué acierto!
Giménez no solo nunca desentonó, sino que derribó la puerta
abajo. Aprovechó que Miranda estaba pensando en las musarañas y aprovechó cada
oportunidad como si de una final se tratara. Poco le importó que en ocasiones
la empresa fuera difícil, como cuando le tocó debutar con la absoluta de
Uruguay, en un partido a todo o nada contra Colombia, marcando al que entonces
era el mejor delantero del mundo, Radamel Falcao. “No pude concentrarme en todo
el partido, me volvió loco”, admitió el cafetero antes de detallar todas y cada
una de sus acciones juntos.
Giménez jugó el sábado más de una hora con una luxación de
un dedo del pie que luego acabó en fractura. Nadie se enteró, nadie lo notó.
Poco antes de la media hora de partido, el jugador se acercó al banquillo.
Apenas tardó 20 segundos. En ese tiempo, le colocaron la falange que ya se
había dislocado y poco después se le rompería. Giménez es ese jugador que no ha
dudado nunca en jugarse el tipo por ganar un balón dividido, quedando siempre
en la retina aquellas veces en las que ha metido la cabeza desde el suelo para
ganar una ocasión que ya se cantaba gol.
Es ese algo que termina en liderazgo lo que lleva a pensar
que El Comandante, como ya se le apoda desde ciertos sectores de la afición, es
un capitán sin brazalete. Giménez manda, ordena, coloca e intimida. Ha jugado
como lateral y como mediocentro y siempre ha cumplido, nunca ha desentonado.
Puede que en términos de entendimiento de fútbol sea lo más parecido a Diego
Simeone cuando vestía de corto.
Esta es su sexta temporada en el Atlético. Suma ya más de
150 partidos como rojiblanco y es esa experiencia y ese sentido de pertenencia,
con el que pareció nacer y por el que quizás se le pueda considerar con
pensamiento de canterano, el que le hace ser fundamental en el presente y
futuro del Atlético. Ahora, que la renovación parece inevitable y que la
defensa sufrirá un profundo cambio, es la hora de que él coja el testigo que ya
lleva portando bastante tiempo en la sombra, y que solo ha visto alterado por
las continuas lesiones musculares que ha sufrido en según qué momentos de su
corta trayectoria.
Posee el Atlético uno de los jugadores mejor valorados en su
posición en el mercado y lo fichó prácticamente gratis. Pocos o ninguno quedarán
de la parte de atrás de cuando él llegó hace seis años. Se acabó el momento de
recibir consejos para empezar a darlos. Hay líderes de vestuario que no
necesitan llevar la cinta en el brazo. Hay agitadores sobre el campo que
contagian su espíritu a sus compañeros. José María Giménez nació para ello.
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