Carlos MATEOS – Marsella, única ciudad francesa con un campeón de Europa y cuna del irrepetible Zinedine Zidane, vive entregada en estas fechas a la figura de Marcelo Bielsa. 'El Loco' ha llegado con su visión particular del oficio en la valija a fin de levantar el ánimo de un equipo ensombrecido por el potencial económico de sus competidores directos. Objetivo difícil que no lo parece tanto cuando se le encomienda al argentino.
Ese halo enigmático que le acompaña e invade todos los rincones del estadio, desde la grada hasta los vestuarios pasando por la sala de prensa, ha sido trascendente para muchos de quienes deben convivir con él pero asciende al rango de aparición mariana en el caso de uno de sus futbolistas, André-Pierre Gignac.
El 'nueve', que se durmió desechando tardes de gloria, se ha despertado por orden del hipnotizador creyendo que puede convertirse en el goleador reclamado por su país en la Eurocopa que acogerá durante 2016. Y se ha puesto a ello desde el arranque liguero, marcando seis tantos en los seis primeros partidos. Ha sido quizás la sorpresa más grata en lo que va de curso, un giro inesperado en el relato vital de un punta que solo escucha críticas desde que pisó el Olympique procedente del Toulouse.
Tiempos adversos solo sorteados por la cabezonería y el orgullo de un tipo duro que vendía en los mercadillos las camisetas que cambiaba sobre el césped los fines de semana. Situarse al otro lado del mostrador o pernoctar en caravanas no era sino parte del ritual de supervivencia para un joven procedente de una familia de gitanos españoles que creció al abrigo de los gitanos franceses.
Gignac, primo de otros compañeros del gremio con las mismas raíces como Jacques Abardonado o Yohan Mollo, reconoce que lleva implícito algo de todo lo que le ha rodeado en su juego impulsivo y de brega. Una personalidad marcada por la complicidad que nacía de reuniones "donde había comida para cien personas aunque solo hubiera treinta" y por jornadas en las que cazar conejos se revelaba como un entretenimiento, tal como explicaba en palabras concedidas hace años a la revista 'So Foot'.
Guardado todo aquello en los rincones de la memoria, el salto al Marsella trajo consigo los problemas. Su físico contundente provocaba que los aficionados rivales solicitaran en sus cánticos 'Un Big Mac para Gignac' y la falta de acierto de cara al marco rival, que los técnicos no le tuvieran demasiado en cuenta. Hubo palabras gruesas con Deschamps e incluso una queja del atacante a empleados de EA Sports por la baja valoración recibida en el videojuego FIFA, todo un escarnio para quien parece ser consumidor recurrente de dicho producto.
Eso es lo que se deduce, al menos, de sus apariciones en Twitter. Con ciertas reticencias a pasar por los micrófonos, la red social es el medio donde mejor se expresa. Su perfil es un archivo inagotable de selfies, recuerdos de sus viajes por el mundo e instantáneas con miembros del vestuario. Allí, en el lugar más sagrado, se siente importante. De hecho Bielsa ya le ha puesto públicamente como ejemplo de implicación.
A sus 28 años, todo lo malo parece haber quedado atrás. Los goles y la confianza del técnico han ido borrando los sinsabores del pasado reciente, las comparaciones con Benzema, esas largas noches en una anodina pizzería de Pau mientras intentaba entender por qué le había cedido allí el Lorient. Gignac sigue aprendiendo, sumando puntos intermedios a su hoja de ruta. Esa que le debe llevar de nuevo a cantar 'La marsellesa' en el Stade de France.
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