Siempre es un buen momento para tenerlo presente pero, probablemente, el último día del año sea aquella circunstancia en la que muchos ponen el punto de partida a aquella lista de propósitos que terminan por ser ficticios o quedarse a medias. Véanse los recibos mensuales del gimnasio, desde el 2 de enero. Te regalan la matrícula y eso te lanza a ese enorme vacío de mañanas y tardes en las que no vas a poner un pie sobre la constancia. O la adicción que te gana el pulso otra vez mientras vuelves a abrir una nueva cajetilla de cigarrillos. O la motivación de organizar un día de cocina para congelar los platos de la semana con las recetas más auténticas que pudiste heredar, antes de volver a recurrir al tupper que contiene tu gastronomía de supervivencia. También dijiste que este año ya está bien de abusar de la pantalla de tu smartphone, pero nada puedes hacer frente a los tropecientos grupos de Whatsapp que te reclaman y a tu dependencia por las tendencias de Twitter y por consumir un Reel tras otro sin mirar las agujas del reloj. Probablemente esta noche sean casi las doce, y ni siquiera te darás cuenta. No te despistes con los cuartos.
Quizá lo de terminar un año y tener el privilegio de iniciar otro, debería servirnos para ponerle empeño a aquello que realmente queremos lograr, lejos de un repertorio de objetivos banales o que decimos por decir. También es un momento para ponerse un post-it en la frente que nos recuerde que la edad es un número. Da igual si tienes 18 y te estás adentrando en una formación de un sector que está tocado pero que a ti tanto te ilusiona. O si estás rozando los 90 y tus piernas te proponen el gran reto de dar un paseo. Estás aquí para creer en ti y demostrártelo todos los días. Véase ese primo que sin llegar a los 30 ha conseguido un cargo relevante o a la abuela que pese a un camino de obstáculos sigue sonriendo y desprendiendo una energía envidiable. Véase, también, al novel Pablo Martín Páez Gavira y al experto Jorge Molina Vidal.
Gavi ha entrado por la puerta dejando las vergüenzas en casa, envueltas entre polvo en el altillo. El descarado ni siquiera se ata los cordones, cuando tú no comprendes cómo puede dar dos pasos sin tener los tobillos más sujetos. No se arruga, tiene el hambre del que pretende comerse el mundo. Como el que entra en la universidad, desde el primer día, con aquella personalidad que le va a hacer resaltar. Su manejo en las situaciones de presión, su facilidad para posicionarse en espacios que den lugar a crear situaciones de ventaja, su entendimiento sobre qué le pide la jugada y una estética que seduce han hecho que haya asumido un gran peso, poniendo sobre su espalda a un equipo herido para llevarlo a una zona de refugio.
En el otro lado de la franja de edad, Jorge Molina es ese viejo rockero que tiene su repertorio intacto. Por eso ha sido capaz de poner la guinda a este año, al que ya le quedan cuestión de horas, convirtiéndose en el futbolista más veterano de LaLiga en marcar un hat-trick. Virtudes, un olfato goleador indemne y oxígeno para bailarle a las defensas más férreas. En un Granada que ha arrastrado el listón alto de su época gloriosa junto a Diego Martínez, sigue dando motivos de peso. Un killer hecho a base de bajar al barro y subir a la cima paso a paso, que vive en un idílico romance que permanece a través de una larga trayectoria buscando portería. Mirando a los 40, goles son amores.
Quizá el fin de año sea cuestión de un número; uno acaba y otro empieza sin que nada cambie. Tal vez sea un acontecimiento al que no hay que darle tanta importancia y decirnos una y otra vez que a las cosas que queremos cumplir debemos dársela todos los días. Quizá, hay que pensar en lo primordial y proponerse ser empático, solidario, amar sobre todas las cosas y creer en uno mismo. Quizá es el momento, tengas los años que tengas, seas el más joven o el más veterano, para seguir aprendiendo y para mantener lo aprendido. Ya lo dice Jorge Molina: «Mientras el físico aguante, siempre lo he dicho, la ilusión la tengo». Quizá es el momento de ponerse a correr a toda pastilla, sin miedo a caerte, con la lengua hacia el lado y los cordones desatados, a por aquello que tanto anhelas. Feliz año nuevo.
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