Todos, sin excepción, experimentamos muchas emociones a lo largo del día. Es algo universal. Nuestros 43 músculos faciales están preparados cada día para ponerse el mono de trabajo y delatarnos a la misma vez. Desde que abrimos un ojo respondiendo al despertador que osa irrumpir nuestros mejores sueños. Los acontecimientos provocarán nuestras reacciones subjetivas. Si pierdes el metro en el último instante y el reloj te pisa los talones, si te cruzas con esa persona que hace tanto que no ves y te regala un encuentro inesperado o si recibes aquella noticia que cambia tus planes.
El fútbol es esa cita semanal en nuestro calendario dispuesta a emocionarnos. La del gol, la de la derrota en el último suspiro, la del penalti que no debería ser, la de aquel recuerdo que todavía te estremece. Nos frustra y nos dispara hasta las alturas del éxtasis. Es la reunión de las cervezas, del cántico a pecho abierto, la convocatoria del asiento congelado o del rayo de sol que viene directo desde el córner. Y por momentos, hace te olvides un poco de su lado oscuro, del exceso de billetes y de esa gestión en los despachos con la que te sientes tan disconforme. Porque siempre tiene 90 minutos que te esperan, ansiosos, en los aledaños.
El balompié siempre está dispuesto a darnos algún capricho emocionante. A salirse del libreto y ponernos en bandeja una historia emotiva o una gesta con la que reconciliarse con los malos tiempos. Se nos ponen los ojos saltones, como a los niños, o a veces se nos pone algo en el ojo. Por eso, nos emocionamos cuando también lo hace desde la grada María Arthuer (mamá Williams). Por alguien que sabe que la vida te lo puede poner tan difícil y que, solo algunas veces, tienes la fortuna de darle un revés implacable. Y lo valoras, más si cabe. A tu destino y a tu fortaleza, a la sonrisa que se desprende desde sus ojos cuando Nico marca y lo pone todo en las nubes. Tu expresión facial está allí.
También, cuando la fe y las piernas del St. Pauli logran aguantar el tipo y proteger el resultado que les hace avanzar en la Copa alemana aniquilando al Dortmund, vigente campeón de la competición. El líder de la segunda categoría alcanzó los cuartos de final, algo que no lograban desde la temporada 2005-2006. Y reivindica así la gran temporada que están haciendo. La sorpresa en el Millerntor pone en forma a los 12 músculos que usamos para sonreír. Su idiosincrasia, que muestra que el fútbol puede ser de otra manera, y ser, a priori, quien tenía un contexto menos favorable, hacen que esa victoria pertenezca un poco a tu alegría.
Por supuesto, cuando el Atleti anuncia su convocatoria y puedes volver a leer el nombre de Virginia en ella. Esas ocho letras y el dorsal 14, que te ponen un nudo en la garganta porque es una victoria que, instintivamente, te provoca felicidad. Que como dice ella misma, “Nadie murió por empezar otra vez de cero”. Porque cuando tienes otra oportunidad, siempre habrán otros 90 minutos esperándote en los aledaños. Para jugarlo, para protestar, para gritarlo fuerte, para cantar bajo la música del gol. Y así, el fútbol, te recuerda que te emociona sencillamente porque en él vivimos cosas que te dicen que, a veces, la vida es la hostia.
Imagen de cabecera: @fcstpauli