Cuando David Beckham decidió abandonar el Real Madrid en 2007 para irse a jugar a la Major League Soccer, una de las condiciones que exigió era que ese viaje tuviese un sentido económico y empresarial a largo plazo: en su contrato, la estrella inglesa se aseguró poder abrir una franquicia en la liga por tan solo $25 millones. Y en 2014, después de colgar las botas en el París Saint-Germain y con la “cuota de expansión” superando los $200 millones, Becks ejerció aquella lucrativa opción que guardaba en su antiguo contrato con LA Galaxy. Su objetivo era crear un equipo en Miami en el enésimo intento por devolver el fútbol al máximo circuito de Estados Unidos en una comunidad que ya había visto cesar operaciones al Miami Fusion (2001) y fracasar los intentos del FC Barcelona (2009) y los Dolphins de la NFL (2013) por liderar un equipo MLS.
Sin embargo, en estos seis años, el camino que ha recorrido Beckham para llegar hasta aquí no ha sido nada sencillo. Sin ir más lejos, su primer intento por establecer al equipo en el sur del estado de Florida se frustró. En aquella propuesta se alió con su amigo Simon Fuller, un empresario, mánager y productor de televisión británico reconocido por haberse rodeado de grandes personalidades: representó al grupo de pop femenino Spice Girls –en el que estaba Victoria Beckham, esposa del exfutbolista–, a la cantante Amy Winehouse y a deportistas como Andy Murray, Lewis Hamilton y el propio David Beckham; además de ser socio de figuras como Jennifer López y Mark Anthony. Precisamente, en una cena con ellos dos como enlace, Fuller conoció al emprendedor boliviano Marcelo Claure, dueño del Club Bolívar y con el mismo sueño que los ingleses. El cóctel parecía ideal, pero no obtuvo los apoyos necesarios de la ciudad para instalarse allí. Entonces, Fuller abandonó el barco.
Miami era –y es– una ciudad de vicios, pero siempre ha tenido problemas para introducir allí el mayor de todos: el fútbol de alto nivel. Hasta que, eso sí, se interesaron por el proyecto el empresario japonés Masayoshi Son (dueño de SoftBank) y, sobre todo, los hermanos Jorge y José Mas (gerentes de la empresa MasTec). Estos últimos, americanos de herencia cubana, eran dos individuos con mucha influencia en la ciudad. Su presencia era clave porque, si no era con ellos, no sería con nadie. Eran los únicos que podían convencer a la MLS, a la población y al gobierno de la ciudad. Y lo hicieron.
En 2018, el comisionado Don Garber otorgó al grupo la 25ª franquicia de la liga, y sólo unos meses después se reveló su nombre: Club Internacional de Fútbol Miami (conocido como Inter Miami), que comenzaría a competir en la temporada 2020. Algo que, durante mucho tiempo, se ha puesto en duda: primero, porque todo empezó con el quebradero de cabeza que fue buscar un terreno en el que construir su propio estadio (las opciones del Puerto de Miami, Museum Park, Little Habana y Overtown cayeron en saco roto), después, porque, una vez localizada la parcela (Miami Freedom Park), tuvieron que superar las negociaciones de la ciudad (se aprobó iniciar conversaciones para el arrendamiento por 99 años con un 60% a favor), aunque ahora deben obtener cuatro de los cinco votos necesarios de los comisionados para dar luz verde al proyecto, sin olvidar que antes deben resolver la noticia desvelada por el alcalde Francis Suárez sobre que el terreno presenta niveles de contaminación muy altos de arsénico, bario y plomo a partir de los cuales está prohibido empezar cualquier tipo de obra.
¿Resultado? El Inter Miami se ha quedado sin casa en su ciudad y se irá a jugar, al menos durante dos años, a Ft. Lauderdale (a 45 kilómetros al norte de Miami). Al menos.
La medida, cómo no, trae consigo un sinfín de reacciones. Burlas por parte de equipos rivales, desencanto de los nuevos aficionados del equipo en Miami, la felicidad de los habitantes de Ft. Lauderdale que recibirán al equipo con los brazos abiertos, etc. El Inter Miami ha demolido el antiguo Lockhart Stadium y sobre la misma superficie ha levantado en tiempo récord un estadio prefabricado con capacidad para 18.000 personas. Les ha costado $60 millones, el 6% de los mil millones de dólares que pretenden gastarse en el soñado Freedom Park –si es que algún día lo logran, pues en principio estarán a las afueras hasta 2022, año en el que se mudarían y dejarían en Ft. Lauderdale su centro de entrenamiento y el estadio para su equipo reserva en la United Soccer League–.
Aún así, por si fuera poco, recientemente recibieron la sentencia de la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos sobre la demanda que el Inter de Milán les había interpuesto por la utilización de la marca “Inter” dentro del mercado estadounidense: los italianos han ganado la primera batalla legal por el nombre.
En el ámbito deportivo, las cosas marchan mejor, aunque no como se esperaba del todo. Empezaron contratando para el puesto de director deportivo a Paul McDonough, el hombre que construyó desde los despachos aquel Atlanta United FC con el que Tata Martino hizo historia y se consagró campeón de liga en 2018. Sin embargo, esas ambiciones y la voluntad de ser un equipo poderoso desde lo económico no han convencido del todo. Porque, si bien es cierto que la tendencia en la MLS es la de no fichar estrellas veteranas de Europa, en pos de apostar por el talento joven sudamericano, lo cierto es que del Inter Miami se esperaba que protagonizara algún blockbuster inminente con alguno de los tantos nombres con los que se les relacionó en Europa: David Silva, Edinson Cavani, Luis Suárez, Luka Modric… Jugadores de primer nivel absoluto, la mayoría en la fase final de sus carreras, ofreciendo un gran rendimiento en el Viejo Continente y dispuestos a unirse a Beckham. Aunque no ahora.
De cara a un futuro no muy lejano, la premisa de Beckham es la de reunir en Miami a algunos de los mejores jugadores del momento: Antoine Griezmann se ofreció motu proprio[inglés]–es un apasionado de la cultura norteamericana y la NBA–, a Neymar le ofreció un cheque en blanco para que juegue allí en 10 años –y el brasileño aceptó– y a Leo Messi y Cristiano Ronaldo los tiene en el punto de mira.
Tampoco ha resultado convincente la elección del entrenador. Y no por su experiencia, su calidad o por lo que haya demostrado. Después de concluir una carrera notable como jugador en el primer nivel (pasó por el Atlético de Madrid, Valencia CF y Pumas UNAM, entre otros), Diego Alonso se forjó en los banquillos del fútbol uruguayo y paraguayo. Luego emprendió el rumbo a México y allí fue campeón de liga con Pachuca (2016) y doble campeón de la Champions League de la Concacaf con Pachuca (2017) y Rayados de Monterrey (2019). Sus éxitos lo avalan y su contratación también responde positivamente a enganchar a los aficionados hispanos residentes en Miami, pero no encaja con el perfil que el Inter confesó buscar hace ocho meses y con los que luego se le fue relacionando: Santiago Solari, Laurent Blanc, Thierry Henry, Gennaro Gattuso, Massimiliano Allegri, Marcelo Gallardo, Phil Neville… No llegó ninguno y, seguramente, lo acabó haciendo la octava opción –que no quiere decir la más mala–.
Gracias a Alonso, de hecho, Inter Miami ha podido cerrar la contratación de un futbolista tan codiciado como Rodolfo Pizarro, al que ya dirigió en sus periplos en Pachuca y Rayados. Por el mediapunta, el equipo ha desembolsado los $12 millones de dólares que exigía la escuadra regiomontana. De ese modo, el que ha sido uno de los mejores jugadores de la Liga MX estos años y habitual en los planes de Martino en El Tri –que le recomendó irse a la MLS, por cierto– llega al sur de Florida para ser el segundo jugador franquicia del equipo y la cabeza visible del proyecto a expensas de ver si llega alguna otra figura de mayor impacto.
Y es que, hasta el momento, las caras más visibles y que mayor reclamo generan en el equipo rosa y negro son el propio Pizarro, los argentinos Matías Pellegrini y Julián Carranza (por los que han pagado $15 millones), el veterano defensa Román Torres, su homónimo Nico Figal (que costó $4 millones) y el portero Luis Robles. Una serie de atletas con ningún cartel fuera del mercado del continente americano, pero que, junto al resto de la mayoría de la plantilla, comparten una característica en común de gran importancia: la hispanidad.
10 jugadores de los 28 que hay en el roster actual, además de los componentes del staff técnico, son hispanohablantes o tienen raíces hispanas.
Es un acierto absoluto. Porque Miami tiene la tercera mayor población hispanohablante del hemisferio occidental, fuera de Latinoamérica, y solo por detrás de Nueva York, NY y San José, CA. En la ciudad del sur de Florida el 70% de las personas hablan español, idioma oficial del condado de Miami-Dade por delante del inglés (25%). Por lo tanto, se trata de una estrategia acertadísima para poder atraer al público mexicano, argentino, colombiano, venezolano, panameño, uruguayo y español residente allí que compartan nacionalidad con alguno de los protagonistas e involucrarlos en el sentimiento de un club que en redes sociales habla más español que inglés –consciente de cuál es el target al que se dirigen–.
En ese sentido, la implicación de Beckham es magistral también. Sirve de relaciones públicas, se presta a compartir su imagen con la del club, chapurrea alguna palabra en español de vez en cuando, visita a los chicos más jóvenes de la academia, llama a los jugadores que el equipo contrata procedente de la universidad en el SuperDraft y tiene voz y voto en las decisiones que toma la cúpula directiva. Porque sí, pese a los rumores de los que erróneamente se siguen haciendo eco muchos medios, el inglés nunca ha dejado de ser ni copropietario de la franquicia ni el presidente de esta[inglés]. Su implicación es total, pese a todos los vaivenes y problemas con los que ha tenido que lidiar el club –y los que sigan apareciendo en el futuro–; pues la tranquilidad no parece ser uno de los aspectos que definan al Inter Miami ni a la Major League Soccer en la ciudad del vicio.
Han sido meses frenéticos allí, pero no hay cabida para el relax. El próximo 1 de marzo el equipo rosa y negro pondrá fin a su pretemporada y debutará de forma oficial en la visita que rendirá al Banc of California Stadium, donde le espera Carlos Vela y su LAFC. Dos semanas después estrenarán el renovado Lockhart Stadium como locales ante el LA Galaxy de ‘Chicharito’, que también fue el equipo de Becks en el pasado. ¿Las expectativas? Ganar. Así es como lo plantean: “Queremos ganar y nos ponemos como objetivo ganar el primer año”, dijo el entrenador Diego Alonso, “pero la obligación es ganar en el segundo”. Soñarán con repetir la hazaña de Chicago Fire en 1998 –levantaron la MLS Cup la temporada de su debut–, buscarán replicar lo que recientemente hicieron equipos como Atlanta United FC. El vicio de ganar es su filosofía.