Guti fue una eterna paradoja a lo largo de su carrera. El talento más brillante salido de la cantera recayó en la voluntad más endeble. Al ver al 14 andar sobre el campo, el Bernabéu a veces silbaba cuando en realidad quería soltar un lamento sonoro. Si hubiera corrido la mitad que Raúl…
No deja de ser paradójico que la mejor temporada en la carrera de Guti fuera jugando como delantero. El mago del pase disfrazado de killer. Fue en la temporada 2000/2001. Morientes se lesionó y Del Bosque decidió adelantar al rubio al área. Era tanta la esperanza que el técnico tenía en aquel chaval al que había visto crecer en la antigua Ciudad Deportiva que le puso en punta con Raúl al lado. Funcionó mejor de lo esperado. Guti marcó 18 goles entre Liga y Champions y fue decisivo para conquistar el título liguero.
Después llegó Zidane. Y Ronaldo. Y Beckham. Y todos se fueron mientras Guti permaneció, pero nunca como titular indiscutible. Fue titular a ráfagas, como su juego. La magia es extraordinaria, no cotidiana. Hacía un partido buenísimo y seis mediocres. El Bernabéu se desespera con los jugadores víctimas del efecto Guadiana. Por eso Guti sufrió el viento del público como hoy lo hace Benzema, futbolista del mismo perfil: artista que expone una vez al mes.
Precisamente, Guti se asoció con Benzema para dejar la imagen más icónica de su carrera. Fue en su última temporada en el Real Madrid, en el campo de Riazor. Allí donde el Madrid llevaba 19 años sin ganar, Guti hechizó a las brujas con un taconazo para el recuerdo. Todos los futbolistas tienen una jugada que les representa en el imaginario colectivo. Lo primero que recordamos de Redondo es la jugada en Old Trafford; de Zidane, la volea de La Novena; de Raúl, el aguanís; de Ronaldo, el gol al Compostela; de Maradona, el gol a Inglaterra en México 86… De Guti, el taconazo de Riazor. Una obra maestra que dejó en un segundo plano las veces que al 14 le costaba correr detrás del balón.
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