Todo pintaba bien para el Real Madrid. Demasiado. Ganaban los blancos 0-1 con un disparo rebotado de Karim Benzema que otorgaba ese punto de normalidad a una contienda que se antojaba desigualada. Pobre Valencia: bastante tiene con lo suyo; con tener un presidente, propietario, patriarca o lo que sea, que se ha decidido a romper el fabuloso proyecto de Marcelino y su gente. Es por eso que a este conjunto martilleado por sus propios jefes y llevado por un técnico sufridor pero muy astuto como es Javi Gracia, solo le quedaba asentarse con sus dos líneas de cuatro y seguir esperando el error de sus homólogos. Era difícil: esta vez el cuadro de Zinedine Zidane no presionaba arriba. Eran ellos los que aguantaban sin apretar, al contrario del partido ante el Inter.
Otra vez la pizarra volvió a fallar. Estamos empeñados, oye, en dibujar unas líneas y pensar que el fútbol acaba aquí, que las cosas son intervalos y mapas de calor. Pero a veces no llegamos al fondo, a la clave de cuestiones que se nos quedan en el limbo entre teorías. ¿Por qué Marco Asensio, tras enseñarnos que estaba diseñado para ser uno de los futbolistas más importantes de este país, no se encuentra? Difícil respuesta. ¿Dónde quedó aquel Isco que despedazaba defensas con varios regates? Aún más complejo. Mientras unos seguían de debate, el capitán general de los locales, José Gayà, golpeó al que quería acercarse al liderato de LaLiga. Ya nadie de los de la capital iba a recuperar el tono timorato, pero muy seguro, que le imprimían al envite. Se mascaba la tragedia, además, sin uno de los espirítus de esta plantilla: Casemiro.
Mucho se habla de Lucas Vázquez. Unos aseguran que es el nuevo Cafú; otros quieren confinarle en Katmandú. En este fútbol de líneas y tecnología es mejor no enseñar la mano, para no hacer penalti; y también ayudar a tu lateral. Ninguna de las dos se cumplió en el precioso Mestalla. Sufrió el gallego todo el encuentro ante la pasividad de Asensio, que ya le señalaron en el Camp Nou por su poca implicación, y la calidad del lateral rival. Cuando los merengues quisieron soltar la mano para golpear, ya iban perdiendo tras un guantazo de Maxi Gómez. Se iba a repetir, por supuesto, la tónica habitual de todos los encuentros: la obsesión por el centro y remate con pocos efectivos y en parado. Un regalo para el pobre Valencia.
Otros dos penaltis transformados por Carlos Soler, en la fiesta del VAR, decisivo, dejaron en la lona a un cuadro que no consigue el vuelo requerido para luchar ante los grandes de Europa. Quién sabe: este parón puede servir para que Zidane y los suyos empiecen a darse cuenta que las derrotas, especialmente cuando llegue el final de la fase de grupos en Europa y el ecuador de LaLiga, tienen consecuencias catastróficas.
Imagen de cabecera: JOSE JORDAN/AFP via Getty Images