«¿Creen que yo soy bueno? Pues entonces esperen a ver a Fabio Paím», señaló un tímido Cristiano Ronaldo de 18 años, en el verano de 2003, nada más aterrizar en el Manchester United. «Se habla mucho de Cristiano Ronaldo, pero hay que tener en cuenta que Fabio Paím es mucho mejor que él«, aseguraba Aurelio Pereira apenas unos meses antes. Pereira, hombre clave en la dirección deportiva del Sporting de Portugal, es el responsable de haber descubierto, entre otros, a Figo, Futre, Nani, Simao, Quaresma y al propio Ronaldo. Casi nada.
El club luso es una de las mejores canteras de toda Europa y su prolífica fábrica de jugadores de banda es envidiable en todo el panorama continental. Por eso todas las miras se pusieron en Fabio Paím (Estoril, 1988), un habilidoso extremo que jugaba por la derecha, que había ingresado en la academia del club de la capital a los 6 años y que estaba rompiendo moldes y récords a paso ligero. Tres años menor que el jugador hoy del Real Madrid, Paím jugaba siempre con chicos un año o dos mayores que él y por eso, cuando el Manchester United fichó a Ronaldo, pese a que Paím aún tenía 15 años, en Portugal se apostaba fuerte para que en una temporada ya fuera el líder de la nueva generación lisboeta. Tanto que, con 16 años fue incluido en la preselección de jugadores para la Eurocopa 2004 que se celebró en su país, aunque al final se quedó fuera.
En su infancia, no siempre podían sus padres llevarle a entrenar. Por eso, con siete años muchos días se quedaba a dormir en un cuarto habilitado en el propio estadio del club. A los 11 años, su nombre sonaba de tal manera que decenas de aficionados iban a verle jugar de local o de visitante e incluso era el reclamo publicitario suficiente para que el gentío de pueblos cercanos contratara autobuses para poder verle en acción. El partido, por lo general, no acababa sin un gol con su seña de identidad: regateando a todo el equipo él solo. «No me costaba hacerlo. Lo recuerdo muy natural. Incluso lo llegué a hacer en derbis con el Benfica, ya con 15 años, donde está todo más ajustado y es más difícil que cuando eres pequeño». A los 13 años, Francia y Angola (tenía raíces de ambos países) ofrecieron dinero a su familia a cambio de un futuro con aquellas selecciones, pero su sueño siempre fue portugués.
Lo que nunca nadie imaginaba es que el fútbol de Fabio Paím se fuera a terminar incluso antes de llegar al profesionalismo. La mayor promesa de la historia del Sporting de Portugal nunca llegó a debutar con el primer equipo. Criado en un barrio conflictivo y rodeado de malas amistades, su adolescencia no fue muy distinta de la de un delincuente y eso acabó destrozando su futuro y su carrera. Coches, mujeres, excesos… A los 16 años firmó su primer contrato profesional, por el que recibía 20.000 euros mensuales (más primas). Paím no pudo soportar la presión de la fama y el dinero precoz y se consumió entre quienes solo le querían por interés y en el fragor del derroche para quien no tuvo nada en la infancia. «En cuatro años compré diez coches de lujo», señala. Un Ferrari, un Porsche, un Maserati, un Lamborghini, un Hummer… Empezó a hacerlo siendo menor. Acabó en la ruina. Muy pocos le avisaron de lo que iba a suceder, pero él, rey entonces, creyéndose inmortal, hizo oídos sordos.
Vago, intermitente, problemático, Paím no siempre acudía a los entrenamientos y cuando lo hacía no era precisamente de los que mostraban entusiasmo. Su apariencia, en un mundo que se mueve por estereotipos y prejuicios, tampoco le ayudó. Tatuajes, trenzas, rastas y gorras más propias de una estrella del hip hop de los suburbios estadounidenses que de un prometedor futbolista. Hasta los 18 años el fútbol portugués le siguió dando comba y tregua. Paím era un prodigio, tanto con el equipo reserva del Sporting como con la selección, con la que jugó en todas las categorías inferiores desde la Sub15 a la Sub21 siendo siempre el jugador diferencial. Pero nunca pudo dar el salto definitivo al primer nivel. Él no estaba hecho para una vida seria y sacrificada. «No podría tener la vida de Cristiano Ronaldo. Es demasiado buena para mí».
Aunque él achaca el problema radical a sus raíces y a su adolescencia. No tenía a nadie al lado que le ayudara a gestionar su dinero. Vivía solo desde los 16 años y no sabía qué debía hacer. «Por poner un ejemplo, yo era un chico al que con 16 años le había tocado el Euromillón». Sí que hubo gente que le aconsejó, aunque quizás no lo suficiente. Siendo menor de edad, no tenía cabeza para amueblar su vida. «No quería escuchar a nadie, pero como cualquier chico a esa edad, ellos deberían haber sido más duros».
A los 19 años se marchó cedido a clubes de Segunda División de Portugal y el año siguiente jugó en el Paços Ferreira de la máxima categoría. Solo lo hizo siete partidos, porque entonces se cruzó el Chelsea en su camino. Jorge Mendes y Scolari le llevaron a Londres, donde entrenaba con el primer equipo, pero jugaba con el reserva. La situación nunca fue del todo sobre ruedas. «Allí no tenían Liga para el segundo equipo y yo necesitaba jugar. Estuve cuatro meses, pero me sentía impaciente. Entonces era muy inmaduro«, admite. Fue ese quizás el punto de inflexión que le impidió dar el salto real en su carrera.
Cuando volvió de Londres, el Sporting le mandó cedido al Real Massamá, de la tercera categoría del fútbol luso. Un cambio demasiado grande, difícil de digerir para un ego supremo creído de ser la cima del mundo, acostumbrado a las alabanzas de todo un país que le veía como The next big thing. Él, no obstante, contribuyó a su gran caída llevando una vida nada adecuada para un intento de futbolista profesional. «Salía de noche, bebía demasiado, no iba a entrenar…», se sincera, casi arrepentido. Aunque defiende que no ha fumado nunca, que nunca se ha drogado. «Vivía en un barrio donde veía todo eso a diario y sabía que ese no era buen mundo, aunque fuera parte de mi entorno».
Entona el mea culpa con sinceridad, sabe lo que pudo ser y no fue y no quiere oír hablar de que otros se metieran en su camino, no quiere repartir responsabilidades a partes iguales pero sí dejar claro que hubo quien no le dio las oportunidades cuando las merecía y que, aunque no hizo todo lo que estaba en su mano, también hubo alguno que hizo por no brindarle esas opciones que sí merecía entonces. Es por eso, quizás, porque el Sporting se siente en parte culpable de su futuro, por lo que el equipo portugués suele negarse a hablar con los medios del ‘caso Fabio Paím’.
«A veces me sentía como un payaso. Todo el mundo me quería ver, pero nadie me ayudaba, y eso a mí no me venía bien». Utilizado como reclamo en más de una ocasión, el niño maravilla del fútbol luso acabó derrumbándose. «Tengo talento y eso es lo más importante, pero no físico. Y nunca nadie me ayudó a mejorarlo. Querían que saliera y jugara, nada más», se queja.
Asegura que tiene la vida que le ha tocado y que no podría llevar un estilo como el de Ronaldo. «Es demasiado para mí», se sincera y hace un paralelismo con todos aquellos artistas y famosos que no superan la presión y acaban siendo encontrados muertos en su casa a muy temprana edad. En la vida hay que abrirse camino. No piensa en el mañana y vive siempre del presente. «No quiero morir de viejo. Con 50 años estaría bien. Incluso ya he dejado escrito cómo quiero que sea mi funeral. Una gran fiesta».
Ya no sueña con el fútbol y no le pierde la ambición. El pasado enero tuvo ofertas de la Segunda División de Grecia y del fútbol de Chipre, pero las descartó porque aunque le ofrecían dinero, la realidad es que luego siempre hay problemas de cobro en esos países.
Tras pasar por equipos de Catar, Angola, Malta, Lituania y Luxemburgo, ahora juega en el Sintra Football, un club no profesional de su país, donde no cobra. Por eso, a veces aparece como imagen pública en programas de televisión y reality shows, como Splash, donde tenía que tirarse a una piscina desde un trampolín de diferentes alturas y ser evaluado por un jurado variopinto. «No me gusta. Yo soy futbolista, pero a veces si quieres ganar dinero para comer tienes que hacer este tipo de cosas». Compró su primer coche a los 15 años porque se había cansado de ir en Metro y hoy, con casi 30, va a todos los sitios andando. «Tengo un Mini Cooper, pero tuve un accidente, me quedé dormido al volante y lo destrocé», pero asegura que no le corrió prisa arreglarlo.
Ha tenido algún encontronazo con la justicia. Dos veces acusado de violación (ambas quedaron en nada), sabe que pronto deberá dejar el fútbol en un segundo plano. Jugar tres o cuatro años más, quizás, y luego dedicarse a otra cosa. Ha empezado a tomar clases para sacarse el carné de entrenador y piensa que sería un buen director deportivo. El Sporting de Portugal, en deuda con él, le confirmó que sería bienvenido para entrenar en las categorías inferiores. El fútbol no siempre es talento. A veces, también necesitas suerte. Porque hay muchas promesas que acaban en juguetes rotos. Muchas futuras estrellas que acaban estrelladas.
Porque hay centenares de chicos juveniles llamados a comerse el mundo incapaces de digerir el mundo que les rodea, que no soportan la presión de la fama precoz y que acaban con todo su éxito sin apenas haber llegado al profesionalismo. Porque Fabio Paím era aquel que eclipsaba a un Cristiano Ronaldo que hoy tiene cuatro premios al Balón de Oro. Aquel que consiguió que el jugador del Real Madrid, conocido por su ego y su autoproclamación constante de mejor jugador del mundo (incluso cuando los títulos individuales no lo dicen así), dijera que había alguien que le superaba sobre un campo con un balón en los pies. Un muchacho de entonces apenas 15 años. Fabio Paím.
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