A veces encuentras la esperanza donde menos te lo esperas. En esta ocasión ha sido en un hospital. En la calma de un 25 de diciembre, cuando casi todas las personas están con los suyos celebrando. En una de las sillas habilitadas para los familiares, mientras ella dormía, yo me topaba navegando en las redes con una historia que merece ser contada. La buena nueva del alta se concretaba días después, y ya sin las prisas de querer estar en todas partes a la vez, ni la ansiedad de la incertidumbre que provocan las situaciones que escapan de nuestro control, quise sumergirme más a fondo en la aventura de unos héroes capaces de enfrentarse a los designios de un destino que se tiñe de gris para todo el que abandona su hogar, porque la necesidad les pesa más de lo humanamente soportable.
Pese a que sean el turismo, la agricultura y la pesca los principales sustentos de los habitantes de Lampedusa, quienes desembarcan en la pequeña isla italiana procedentes de África no están pensando siquiera en las posibilidades que te ofrece su naturaleza para practicar trecking por sus senderos, iniciarse en snorkeling en la Bahía de Tabaccara, o participar en las fiestas habituales en la Playa de la Guitgia. Y es que no, no hay dinero para alquilar una motocicleta, o pagar una excursión en barco. Si tu destino es Lampedusa y llegas de África, el instinto de supervivencia es lo que te ha encaminado hasta ahí. Quienes arriban en la costa, no son personas persiguiendo su sueño, son gente huyendo de una pesadilla. Y solo tratan de escapar de una realidad que no contempla futuro. Nada más sencillo, nada más aterrador.
Para los que no se dejan la vida en el camino, lo más probable es un billete de vuelta a modo de extradición, puesto que los que mandan deciden en base a la documentación. Y los encargados de guiarnos, aquellos que ocupan los más altos cargos en consejos internacionales, se pierden en reuniones que no llegan a nada y una burocracia que no entiende de hambre y miseria. Sin embargo, en ocasiones, existen milagros que traspasan creencias o razas. Son estos hechos extraordinarios los que, en mi caso concreto, aún consiguen que, en algún rincón de mi persona, mi fe en el ser humano no se haya extinguido del todo.
Frente a la crisis de refugiados en 2012, los habitantes de Hamburgo no pudieron cerrar sus ojos, y acogieron a casi 300 inmigrantes en la ciudad teutona, llegados con un permiso de residencia temporal huyendo de la guerra civil de Libia. Por contra, el gobierno local puso pegas, y trató de devolverlos a Italia. Mientras se resolvía la situación, muchos de estos jóvenes buscaron consuelo en el fútbol. Fue la semilla del F.C. Lampedusa, cuyo cántico instantáneo rezaba “estamos aquí para quedarnos, estamos aquí para jugar”. Acto seguido, las protestas en las calles de Hamburgo reclamando la oportunidad de rehacer su destino.
Sankt Pauli es un barrio del distrito de Hamburg-Mitte, en Hamburgo. Allí juega el St. Pauli. Y el St. Pauli no es un club cualquiera. Se trata del primer equipo de fútbol en incorporar los postulados antirracistas y antihomofóbicos a sus estatutos, y también el primero en prohibir los cantos intolerantes en los partidos; de modo que podemos adivinar los ideales que inspiran al equipo. En 2006 se celebró en su estadio la primera edición de la ‘FIFI Wild Cup’, mundial alternativo con selecciones no reconocidas por la FIFA. Con un presidente identificado abiertamente gay entre 2002 y 2010, y un sector con ultras feministas, el estadio contiene un mural con dos hombres besándose, acompañados de la frase “lo único que importa es el amor”. Son habituales en los partidos y movilizaciones, banderas y pancartas que rezan “Bienvenidos refugiados” o “No hay fútbol para los fascistas”. En el libro oficial del centenario del St. Pauli, Michael Pahl, autor, explica que “es un club especial porque la gente se involucra en la pelea por cosas que considera importantes. Se dice que es un club de gente de izquierda, y es posible que lo sea para un número de fans. Pero hay mucho de sentido común. También la FIFA hace campañas contra el racismo. La diferencia es que para nosotros es una forma de vivir”. No es de extrañar, por tanto, que los refugiados encontraran rápidamente el amparo del equipo vecino, encantado de poder ayudar.
Llegado 2014 se constituye formalmente el F.C. Lampedusa, siendo parte importante de un proyecto emergente en países como Reino Unido, Italia, Francia, España o la propia Alemania: el fútbol de refugiados. Desde entonces, la misión para el St. Pauli es asegurarse de que cualquiera pueda jugar competiciones oficiales, independientemente de que tengan documentos o no, así que trabajan en colaboración con un grupo de apoyo llamado “Somos Lampedusa” y la iglesia del barrio, que fue asilo de los propios refugiados durante casi un año (el primero), y en cuyas cortinas puede leerse “Nadie es ilegal”.
El siguiente paso fue la fusión. El Hamburgo S.V. se sumó al proyecto, y unieron esfuerzos con el St. Pauli y firmaron un acuerdo por el cual ambos clubes son responsables del F.C. Lampedusa. Los encargados de entrenar a los refugiados serían miembros del fútbol base de St. Pauli, todos mujeres. La sección de fútbol femenino del St. Pauli, de hecho, lleva más de 25 años siendo dirigida por ellas. Su objetivo, cuentan, es “perseverar para crear y formar futbolistas honestos». Agar Groeteke es una de las 6 entrenadoras voluntarias del equipo: “Se trata de personas que han perdido todo y ahora son excluidas por no tener zapatos. A nosotros nos importa su derecho individual a quedarse y jugar al fútbol en nuestra ciudad. Hacemos hincapié en la importancia de la formación, sin tener en cuenta etnias, nacionalidades, o idiomas”. Groeteke es conocedora de que en otros lugares donde existen este tipo de equipos, como Glasgow, clubes locales han abierto sus puertas a los refugiados intentando establecer mejores vínculos en la comunidad y trabaja para que lograr lo mismo: “el tiempo que se necesite no va a cambiar nuestro pensamiento, a pesar de que aquí, de momento, los otros equipos no estén por la labor de correr riesgos, debido a que nuestros chicos no hablan el idioma o pueden ser deportados en cualquier instante”. La situación es muy dura para la preparadora: “No es fácil jugar con la carga emocional que arrastramos. De vez en cuando me encuentro a los chicos llorando de verdad. Es inaceptable cuando los expulsan sin previo aviso, teniendo que volver a dejar atrás al equipo, los amigos, la escuela y una vida que tratan de rehacer”. Otra de las instructoras añade: “Cada mes perdemos a algunos de nuestros mejores y más jóvenes jugadores, que son también nuestros amigos, porque son deportados a sus países de origen. Muchos son refugiados de guerra o desplazados de conflictos como los de la antigua Yugoslavia o Albania, sitios que el gobierno alemán ya ha declarado países de origen seguros”.
Alee tiene 18 años de edad y llegó desde Afganistán, esperando que su solicitud de asilo sea aceptada. Forma parte de la plantilla del equipo de refugiados: “Amo jugar al fútbol, pero no podía hacerlo en conjuntos locales porque no tengo papeles”. Como tantos otros, Alee no tiene un hogar, y eso complica mucho las cosas. Si no tienes un documento en el que aparezca tu domicilio, no puedes inscribirte en equipos federados. Su opción es el F.C. Lampedusa. “No tengo aquí a mi madre, pero mi equipo de fútbol es ahora mi familia. Aquí me siento como si no estuviese solo, tengo muchos amigos”.
No es nada fácil del día a día. En una parada de autobús una señora ve a los jugadores despedirse de dos compañeros que, junto a sus allegados, recibieron la orden de abandonar el país, a mitad del año escolar. La madre de uno de ellos y sus cuatro hermanos no podrán decir adiós a los maestros de escuela, o de los amigos de colegio. La salida es inminente. Sin fondos, sin medios. Sin porvenir. Es una historia más de esperanza que se ve truncada. Una historia en la que el miedo torna en realidad. La policía cumple la tarea encomendada, pese a que el asesor legal de la familia les dijese pocos días antes que todo iba bien. La estación de autobuses de otros lugares es un punto de encuentro, aquí es más bien de despedidas. Otro de los chicos debe separarse de la que se había convertido en su novia. También lo han reubicado. La señora ve cómo no pueden contener las lágrimas. Sin embargo, otra gente no se percata de lo que ocurre a su alrededor, o simplemente se han hecho inmunes a la frecuencia de las imágenes. Algunos turistas observan sin entender muy bien lo que pasa. En ciertos casos, se trata de muchachos de su misma edad. Ambos están de paso, pero la siguiente estación no será ni parecida para unos y otros.
El Gobierno de la ciudad de Hamburgo se muestra inflexible. No es el St. Pauli, ni el Hamburgo S.V. Además de las órdenes de deportación, las presiones para que los propios implicados vuelvan a emigrar son constantes. A veces el trabajo es tan efectivo que algunos chicos solo forman parte del plantel del F.C. Lampedusa durante algunas semanas. Un movimiento forzado por parte de Europa. Mientras, el grupo se consuela disputando torneos antifascistas por toda Alemania. Y, en ocasiones, traspasan la linde, ya sea para jugar el torneo ‘Winterthur’ contra las fronteras, que se celebra en Suiza, o porque son sorprendidos con alguna invitación.
El pasado noviembre la expedición del Lampedusa partió hacia Barcelona para recoger el premio ‘City to City’, perteneciente a los galardones FAD, y de paso asistir además a varios eventos organizados, y jugar un partido contra una selección de jugadores pertenecientes a varios clubes de fans del F.C. Barcelona en la Ciudad Deportiva del propio club. No se me pasa por la cabeza lo que pueden haber sentido los miembros del grupo. Y es que el F.C. Lampedusa no está solo. Cada vez el deporte rey es más consciente y consecuente con el drama de estos jóvenes, y van apareciendo más clubes. En España tenemos al Atlético de Pinto, en Italia el Liberi Nantes de Roma, en Francia al Lyon, o en Escocia el Estados Glasgow F.C., por poner solo algunos ejemplos. En unos tiempos duros, de sufrimiento colectivo, el fútbol puede servir de bálsamo, puede servir para unir a las personas. La verdadera esencia del deporte.
No sé qué les deparará el futuro. Las oportunidades para quienes no tienen recursos son limitadas. El milagro ocurre cuando héroes anónimos convierten en prioridad hacer mejores las vidas de otros. Hasta lograr que crean, el primer paso para todo. No lo sé, tal vez, un día el lema del F.C. Lampedusa se convierta en una realidad. ‘Estamos aquí para quedarnos. Estamos aquí para jugar’.
Imágenes artículo: http://fclampedusa-hh.de/
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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