Ahí estaban en el palco del coqueto estadio de Marassi. A un lado, el irreverente Massimo Ferrero, dueño sobre el papel de la Sampdoria, aprovechando su faceta de showman multidisciplinar en cualquier instante y situación. Al otro, un jugador con el recuerdo todavía latente de un pasado fantástico ataviado con un discutible look de trasnochado dictador africano. La comparación con la película Django Desencadenado no tardó.
No es el estilismo lo que nos ocupa. Samuel Eto’o fue de este modo presentado oficiosamente ante el público como nuevo jugador de la Sampdoria, al aparecer junto al presidente para presenciar el primer partido de la segunda vuelta del campeonato de Serie A contra el Palermo. Tras superar las pruebas médicas, culmen de unas negociaciones interminables con el Everton, ya ha podido firmar un contrato de tres años y medio, a coste cero de inicio, más bonus, para el club.
De este modo se ha rubricado el retorno del león al fútbol italiano. Eto’o solo estuvo dos temporadas en el Inter, en los que consiguió prácticamente todos los éxitos posibles. Allí fue uno de los indudables protagonistas del triplete de 2010, a las órdenes de Jose Mourinho: Scudetto, Coppa Italia y la Champions League, en los que el camerunés ejerció de estilete en ataque.
E incluso de esforzado defensor. De hecho, uno de los símbolos de ese triunfo europeo, amén del genial doblete de Diego Milito en Madrid, fue la figura de Samuel Eto’o en su regreso al Camp Nou en semifinales. El ‘autobús’ de Mourinho funcionó para mantener la ventaja de la ida, con un jugador menos sobre el campo y el propio Eto’o fajándose como lateral izquierdo.
El segundo año de Eto’o en el Inter, ya sin el técnico portugués, supuso también el comienzo del fin nerazzurro, que conduce a los días presentes. Primero con Rafa Benítez y luego con Leonardo, el Inter venció Supercoppa, Mundial de Clubes y una nueva Coppa con la esencial contribución de nuevo en todos los títulos de Eto’o, que terminó anotando 37 goles.
Samuel Eto’o, que había llegado al Inter dentro de la operación para llevar a Ibrahimovic al Barcelona, se marchó en aquel verano de 2011 al Anzhi ruso. El entonces emergente y ya fallido proyecto futbolístico en el Daguestán le dobló su sueldo de 10 millones de euros, marcando un récord en el fútbol mundial. Y Eto’o dejó en el Meazza simplemente el recuerdo de sus numerosos goles, hasta 54 como nerazzurro en un par de temporadas, y su inagotable fuente de recursos y soluciones dentro del área como pocos delanteros han tenido en los últimos quince años. Y muchos trofeos.
Tras año y medio en Inglaterra, entre Chelsea -donde reencontró a Mourinho- y Everton, su papel en esta Sampdoria es una incógnita. Cumplirá 34 años en breve y aunque su exposición mediática no es la de antaño, aportará más visibilidad a la Sampdoria, que todavía recuerda lejanos los gloriosos años de inicio de los noventa.
Deportivamente, los blucerchiati se han agarrado a los puestos europeos de la mano de Mihajlovic y Eto’o llega con la intención de mantener esa competitividad. Sin embargo, la venta de Manolo Gabbiadini no se suple con el camerunés, un futbolista de cualidades completamente diferentes, y actualmente inferiores, sobre el campo. Será la difícil relación con técnico y directiva de Stefano Okaka, delantero centro clave hasta hace unas semanas, la que le abrirá las puertas.
Experiencia, carácter, nombre y algún golpe genial que todavía le quede en la chistera. Sin olvidar que a su lado llega Luis Muriel, el prometedor y potentísimo delantero al que en Udinese ya han lastrado, pese a su juventud, las numerosas lesiones musculares y su tendencia al sobrepeso. El colombiano cambiará de espejo donde mirarse, antes la clase de Di Natale, desde ahora la garra de Samuel Eto’o.