Esto no va sobre la Superliga. O no sólo de la Superliga. Lo cierto es que todo viene de una conversación con Antonio Agredano el otro día en Twitter. Hablábamos sobre la desaparición de niños jugando en la calle en nuestras ciudades. Para mí era preocupante. Para él, no tanto. Twitter tiene eso de bueno: te da perspectiva. Lo que para ti es rojo, para otro puede ser azul. Y sin necesidad de ser daltónicos, que siempre es mejor.
La cuestión es que esto de la Superliga nos ha sacado un poco de nuestras casillas. Nos ha bajado un poco de la rutina de asentir al paso de las múltiples cuestiones futbolísticas que, en la vorágine del día a día elegimos, consumimos y disfrutamos (a veces). Nos ha enseñado una realidad que existía, pero a la que mirábamos (si lo hacíamos), con cierta distancia. La de federaciones que durante muchos años han utilizado el fútbol para cuestiones que nada tienen que ver con los valores que debería encarnar el deporte y la de un conjunto de clubes (no solo los doce superligueros, ojo) que parecen haber adquirido la costumbre de ignorar a sus aficionados hasta que montan ruido. Y que, creyéndose dueños del fútbol, deciden, incluso, cargarse una de las pocas cosas que la siguen conectando con el deporte: el mérito.
Dicho esto, quiero dejar claro de nuevo que este no es un artículo que aspire a dar ideas para solucionar ningún problema. Es solo para mi disfrute escribiendo mientras reflexiono sobre el tema. Un buen amigo, Pablo Marcos, publicaba ayer una pieza en la que hablaba de sus dudas sobre si esto iba a ser histórico o no. En si era una oportunidad a perder o a aprovechar en el océano de la historia. Da que pensar. El fútbol mueve cosas bien distintas. Supongo que todo cambia y no miramos el balón como lo hacían a mediados del S. XIX, cuando el balompié daba sus primeros pasos. Al menos a partir de cierta edad. No sé bien cuántos años son esos, pero a veces pasa que maduramos y con ello perdemos brillo en la mirada. Ilusión, emoción, pasión… llamémoslo como queramos. Y debe ser que me escapé de esa fase, quizá porque me enamoré del fútbol tarde, cuando parecía que ya era imposible. Y quizá, por eso, me cuesta encontrar tantos niños jugando con un balón en la calle. Quizá es por eso. Y quizá, los que hoy hemos logrado superar esa barrera de la edad para seguir mirando el balón con el cariño de la infancia, nos conformamos con esperar que se les escape a esos niños. Que venga a nuestros pies, que se dirija a nosotros.
Tiendo a pensar que el balón, al escaparse del campo y de la jugada, sabe a quién caerle. Yo siempre controlo y paso buscando siempre el pie del que reciba. A veces con filigrana. Y me siento espléndido al hacerlo, palabra. Es una sensación que, sin saber explicarla, sabréis interpretar. Como cuando recibimos un mensaje de la persona que amamos, como cuando necesitamos hablar y un ser querido nos llama… son instantes felices similares a lo que siento cuando a uno de esos niños se le escapa el balón a nuestro lado.
Y en este pensamiento, me dejo ir a esos grandes campos, con sus grandes gradas, con sus grandes focos y con sus grandes bolsillos. Porque no puedo evitar recordar que todos esos empezaron de la misma manera: dando patadas a un balón. Incluso muchos de esos magnates que llenan sus bolsillos a costa de la pasión de otros, del oxígeno de muchos. Esos, a veces, también se enamoraron jugando con un balón. Un balón sucio de estar por el suelo, pero no de serlo. Aunque lo queramos manchar desoyendo los consejos del difunto Diego Maradona. El fútbol sigue siendo pelota, portería y gol. Alegría y llanto. Orgullo y nostalgia. Porque cantar al fútbol es emocionarse con el himno de la Champions League y quedarte embobado al pasar al lado de un campo de entrenamiento donde los chiquillos persiguen el balón sin dibujos tácticos, sin códigos al sacar un córner. Ese fútbol es el que podemos perder si no entendemos lo global que es todo esto.
La necesidad real de que despertemos a una realidad injusta con mundiales en Catar, con Eurocopa multisede o con Supercopas en Arabia Saudí. Yo, que solo me represento a mí mismo (por si hubiera dudas), no quiero un fútbol que deje facturas por pagar, sobre todo, con los que ocupamos los asientos. Yo no dejaré de ver esos engendros que seguro surgirán. Porque es superior a mí. Porque bebo de ello. Porque me apasiona saber qué pasa y porqué pasa. Pero cada vez ponen más difícil el enamoramiento. Quizá no es porque no venda Sheffield, ni Eibar, ni Köln, ni Cagliari… quizá es que nos ponen difícil seguir del lado de quienes sabemos villanos.
Ya decía Bielsa que puede pasar sin muchas cosas este deporte, pero no sin las gargantas de quienes se agolpan en las tribunas. De quienes sueñan con que llegue la jornada. Aunque a veces ni apetezca subir al estadio, que llueve. Aunque no nos esperemos nada bueno. Aunque sepamos que nos pueden joder el lunes.
Imagen de cabecera: ImagoImages
Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".
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