“En mi oficio sólo debes memorizar y no tropezar con los muebles, sólo eso, y Rin Tin Tin por cierto lo hace muy bien, por eso cobra tanto.”
Al preguntarle a Robert Mitchum por su estilo como actor respondió que, básicamente, tenía dos: con y sin caballo. Para no dejar dudas, en otra ocasión afirmó que en los rodajes tenía tres registros: mirar a la izquierda, mirar a la derecha y mirar de frente. El gesto socarrón al afirmarlo no nos consta, pero lo presuponemos.
En el fútbol el estilo es un ingrediente que algunos toman muy en serio, como un fin en sí mismo. A otros, los raros, nos parece un debate de garrafón, situado por importancia justo entre el de la numismática en Star Trek y el de la botánica chechena. Para nosotros, el estilo sólo es eso que te distingue al despedirte, dar las gracias o soltar una hostia. Los éxitos del Barça de Guardiola y la selección española consolidaron una corriente que concibe el juego de ataque y la posesión como la panacea, como si el fútbol, la música o el sexo se conquistaran por una ruta única. Tan extendida está este modo de entender el fútbol, que el resto casi parecen clandestinos. Tanto que a los Atléticos, que nos gusta el contraataque hasta en el futbolín, nos miran por encima del hombro como si defender bien o las jugadas a balón parado fueran piezas de bisutería.
“Soy actor porque no conozco otra profesión por la que te paguen tanto por estar siempre esperando”
Los actores, incluso los malos, adquieren una identidad con el devenir de sus carreras. Su trayectoria va creciendo poco a poco hasta que —esto sólo los buenos— ellos mismos calan en sus personajes. Es fácil reconocer a Robert Mitchum en todas sus películas, con media sonrisa y los diálogos manchados de whisky y perfume de mujer. En los equipos de fútbol tiene su equivalencia, ya que con los años van adquiriendo idiosincrasias y rasgos definidos. Si por ejemplo te enfrentas al Madrid, sabes que es un club que lleva cosidos los triunfos en su ADN y que no está derrotado hasta media hora después de haber concluido el partido, como ese Terminator al que cuando todos creemos destruido aparece entre las llamas persiguiendo a Sarah Connor. Si lo haces contra el Barça, sabes que te encontrarás con un fútbol de posesión, más elaborado, aunque algunas de sus versiones sean tan superficiales como la Roma de La Gran Belleza. En el Atleti sus aficionados se identifican con el contraataque, con un fútbol descreído de estilismos, que maximiza sus virtudes minimizando sus defectos y con el balón escapándosele las pulsaciones por las costuras.
Pero una cosa es la historia y otras las etiquetas. Tengo un amigo al que siempre hemos llamado El Doctor. Lo más cerca que ha estado en su vida de una facultad de medicina fue, tras cumplir la mayoría de edad, la mítica noche que pasó con una pediatra diez años mayor que él. Tras aquel episodio todos pasamos a llamarle así. Incluso mis padres se dormían más tranquilos cuando sabían que en las madrugadas me acompañaba El Doctor, como si por apodarle así fuera capaz de realizarme la Maniobra de Heimlich al atragantarme con un gintonic. Pero una cosa es que las etiquetas sean cómodas y otra muy diferente que sean ciertas. El señorío del Madrid o el “Més que un club” son un ejemplo. Están fijadas en el argumentario futbolístico y nunca perecen. Pero, sobre todas, la más irritante de todas es el “jogo bonito” de Brasil. En cada Mundial escuchamos hablar del «jogo bonito» que históricamente se adjudica a la canarinha, aunque haga cuarenta años que nadie lo vea y sus centrocampistas tengan un juego tan alemán que son capaces de dar los Guten Morgen a balonazos. Al Atleti de Simeone le pusieron la de violentos y de juego elemental por el balón parado. El que hubieran hecho de la defensa un arte, de la entrega un principio y que el Cholo diera charlas que motivaban a sus jugadores hasta hacerles orinar sangre no cabía en ninguna etiqueta, ni casaba con los estilos tolerados.
“La única diferencia entre otros actores y yo es que yo he pasado más tiempo en la cárcel”
Robert Mitchum lucía aspecto de estibador ruso, la nariz torcida por su época como boxeador y una mirada caída y chulesca más preocupada por el suministro de whisky del bar que de sus diálogos. Exhibía el bronceado que dejan las luces en los bares de madrugada. Estuvo en la cárcel varias veces, le perdían las faldas y siempre fue un actor en la periferia del establishment de Hollywood. Aun criticado por su inexpresividad, participó en más de cien películas y nadie le discute hoy día su estatus de leyenda. Era capaz de transmitir con la misma expresión de su rostro emociones totalmente opuestas, alejado de los métodos del Actors Studio y el sistema Stanislavski. Le criticaron duro por ello. Pero se resistió al cambio.
A Simeone luchar contra el statu quo también le ha costado sus críticas. Ciertos sectores le reclaman un fútbol más ofensivo, más de su agrado. Lo curioso, es que se lo reclaman en el mejor momento del Atleti en décadas, tras conseguir títulos, alcanzar finales de Champions e instalar al Atlético en la élite del fútbol europeo. Tan absurdo como quejarse del color de las sábanas tras pasar una noche en la cama con Jessica Biel. Lleva a pensar que surgen estos críticos cuando el Atleti incómoda y estorba, porque no se les escuchaba en las temporadas de Ferrando, Manzano o Bianchi, cuando los atléticos colábamos furtivamente en el Calderón una petaca bajo el brazo que ayudara a soportar más llevadero el mal trago que íbamos a pasar. Eran los años en que el Atleti ocupaba un lugar cómodo en la actualidad, en las anécdotas, porque uno de sus jugadores se daba tiros en el pie, la defensa era un circo y el equipo compadreaba con el fracaso. Cuando el Cholo encontró una defensa tajante como la negativa de una exmujer y vías para ganar partidos el estilo del Atleti se convirtió en un problema. Y empezó a incomodar el estilo del Atleti.
Desconfiad de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero pero que en su interior son fieros como lobos. Por sus frutos los conoceréis – La Noche del Cazador
El Cholo llegó para certificar la defunción —con una victoria en la final de Copa del Rey de 2013— de una etapa de trece años en la que el Atleti no ganó un derbi al Real Madrid. Una etapa en la que perdió partidos de todos los colores: jugando bien y mal, por la mínima y por goleada, con y sin justicia; incluso perdió alguno sin haberse bajado del autobús. Por si no bastara con eso, en los últimos cuarenta años el Atlético de Madrid ha ganado tres ligas y, en cada una de ellas, acabó la temporada como el equipo menos goleado. Con el argentino en el banquillo, en más de cuarenta partidos de Champions (que llevaron a dos finales) ha encajado sólo veintisiete goles en contra y, de ellos, sólo cinco en el Calderón. Su Atleti ha encajado tan sólo 106 goles en sus primeros 200 partidos de Liga. Son datos suficientemente contundentes como para dudar de que la Tierra sea redonda o de la ley de la gravedad antes que del modo de jugar que ha generado estos réditos. Por eso, cuando vuelva a surgir el debate del estilo, no consuman. Cuando los profetas del virtuosismo lo mienten en la tertulia de turno, hagan oídos sordos o arrojen cada palabra del debate sobre el estilo al suelo de las gradas, junto al resguardo de las entradas, el envoltorio de los bocadillos y las derrotas.
Salvo, claro, que necesiten decir adiós, dar las gracias o soltar una hostia.
Alter ego de Pablo Albert Martínez y José Felipe Alonso Simarro (29-12-78. Sí, los dos). Pasión por el Atletico de Madrid y el cine. Y es que las comedias, los dramas, las emociones y las tragedias siempre nos sedujeron.
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