Nadie dijo que sería fácil. España viajaba a Eslovenia con
la misión de revalidar el título de campeona del viejo continente, perpetuando
así su notoria hegemonía en el fútbol
sala europeo. No obstante, este deporte está ya dando muestras fehacientes de
que arrastra consigo una evolución que ha puesto en escena a varios actores que
piden a gritos un papel principal.
La fase de grupos y los cuartos de final ya han tocado a su
fin. El cerco se estrecha. Ya solo quedan cuatro equipos: Rusia, Portugal,
Kazajistán y España. A priori, candidatos todos ellos a proclamarse vencedores.
Parece que nada ha cambiado, sin embargo, esta Eurocopa nos está haciendo abrir
los ojos, aunque muchos ya lo veíamos venir. Este gran torneo se ha convertido
en el escenario idóneo para certificar que el fútbol sala crece a pasos cada
vez mayores. Ya son varias las federaciones que han apostado por él y sus
selecciones han devuelto el esfuerzo con creces, claro ejemplo ha sido el
combinado nacional de Francia. Las diferencias sobre la pista se reducen. La
táctica contrarresta en numerosos casos a la técnica, y la competitividad se
incrementa.
José Venancio y sus pupilos han podido experimentar en sus
propias carnes esto que les comento. Sí, ya están en semifinales, pero el
camino ha sido arduo y tedioso. Marcadores muy ajustados, tropiezo inicial
inesperado, falta de efectividad… Una de las pocas notas positivas es el estado
de Pola. El vigués, que no entiende de nada que no sea vaciarse sobre el
rectángulo de juego, está siendo el alma y corazón de un equipo que tras
derrotar a Ucrania ya espera a un viejo conocido como es Kazajistán.
Bonito duelo en el que los nuestros tendrán que conseguir
ofrecer su mejor versión y paliar los múltiples problemas expuestos hasta
ahora. De momento el sueño continúa, y una nueva oportunidad para sumar otra
Eurocopa a nuestras vitrinas (la octava) acecha en el horizonte.
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