Jack Grealish siempre aparece el primero. En España, normalmente, no emiten previas con gente sentada en un estudio sobre un partido de Premier League. Por ello, cada vez que uno ve al Aston Villa siempre visualiza al capitán de los villanos encajonado en el famoso túnel de Villa Park. Ahí alguna vez ha cuajado algún gesto que roza la cochinada. El de Birmingham forma parte de esa estirpe de futbolistas que juega con chicle, un estilo que yo nunca he compartido pero que admiro por la complejidad que me llega a parecer no atragantarte mientras esprintas, especialmente a sabiendas de lo torpes que somos algunos. El caso es que un día tenía que beber agua. Se quitó el chicle de la boca y tras beber se lo volvió a poner. Acto seguido le dio la mano a uno de los niños que acompañan a los futbolistas al verde como si no hubiera pasado nada. Pobre crío.
Resulta que cada vez que leo sobre el centrocampista acaban saliendo los mismos clichés: ese pelo a lo Peaky Blinders y sus medias bajas. Estaba convencido de que los personajes de la serie eran aficionados del Birmingham City y que todas esas teorías que se escriben en Internet son habladurías vacías. Sin embargo, y tras buscar un buen rato en una simple tarde de viernes, solo encuentro dudas en todo lo que creía. Como aquello de que cuanto más sabes, más te das cuenta que no sabes nada. Nadie sabe a qué equipo apoyaban aunque los blues hace poco sacaron una camiseta conmemorativa de la serie.
Vivimos fantásticamente en aquello que llamamos ignorancia. Hay gente que escribe sobre todo junto y tiene un cargo importante. ¿Qué más da? El chico que hoy es capitán de un campeón de Europa se paseaba por España hace un lustro como un turista más de los que muchos habitantes de este país hoy quieren desechar; convirtiendo a todo británico que pisa la península en un permanente estereotipo cada vez que nos visita: el borracho de turno. En su día ya pagó por ello, por una noche loca, y hoy está a un paso de jugar por primera vez con la selección inglesa.
Como descendiente de irlandeses ha pasado toda su carrera con las selecciones inferiores de sus ancestros; con Inglaterra agazapada, presta al error, como siempre. Lo de los ingleses es como lo de las hormigas cuando eres un novato en esto de limpiar: basta con que te dejes un trozo de pan encima de la mesa que cuando vuelvas la tendrás hecha un cristo. Los de Gareth Southgate ya arrebataron a Declan Rice de la selección de Irlanda y hoy Grealish parece ser el siguiente de una larga lista que hoy todavía provoca problemas.
A pesar de que ya solo con verle jugar, con la forma de perfilarse, de mandar y de gestionar todo el fútbol del equipo de su vida; como buenos rencorosos, todavía le colocan la etiqueta de bad boy, de alocado que acabará bebiendo como un cosaco tarde o temprano. Seguramente, son los mismos que apostillan que Aaron Ramsey es un asesino -porque los famosos solo mueren cuando marca el galés, si no marca son inmortales- o que no es tan raro que alguien se lleve la mano a la boca y luego se la de a un niño. Aun así, a pesar del asco, si yo fuera ese chaval seguiría adorando a ese chico de Birmingham que este año quiere salvar a su equipo del descenso. Participando en 14 tantos en poco más de 20 encuentros, parece que se le ha metido en la cabeza rapada al estilo Tommy Shelby que este año los villanos se tienen que quedar en la élite. Al final todos caemos en lo fácil.
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