Roland Garros 2020 iba a ser, está siendo y será un torneo histórico. En los meses y semanas previos lo iba a ser por el cambio de fechas y la insistencia mostrada por la organización en disputarlo pese a las complicaciones existentes. Lo está siendo por las condiciones diferentes a lo acostumbrado en París: nuevas bolas (de Babolat a Wilson), el techo de la central, frío y poco sol. Y será histórico porque se recordará gane quien gane más que otro ‘Major’ cualquiera.
El 17 de marzo, con España estrenando el Estado de Alarma, con la pandemia por la COVID-19 llegando a sus momentos más duros y con los circuitos tenísticos profesionales suspendidos sin perspectiva de regreso, Roland Garros sorprendió al mundo anunciando que cambiaba sus fechas. De junio a septiembre.
El objetivo: poder jugarse. Con la situación del momento y lo que se proponía, generó mucho escepticismo. Ese 17 de marzo nadie podía pronosticar lo que podría pasar una semana después, como para planear un Grand Slam a seis meses vista.
Pasaron las semanas y el tenis regresó en agosto. La pandemia no había desaparecido, ni mucho menos, pero con los protocolos adecuados, se podía compaginar la seguridad con la vuelta al trabajo. Primeras semanas en Europa, paso a EEUU (burbuja en Nueva York) y regreso a Europa para disputar Roma y Roland Garros con burbuja (Madrid se canceló semanas antes).
El torneo se llama Roland Garros, se disputa en París y en tierra batida. Pero las similitudes con años anteriores acaban ahí. Han coincidido en ello todos los tenistas. Además del ya comentado cambio de fechas (al igual que en España, no hace la misma meteorología en junio que en septiembre) el segundo cambio más importante es el de las bolas.
Era un cambio ya conocido. En noviembre de 2019 (ni siquiera sabíamos que era la COVID-19) el torneo anunció el cambio. La pelota es más lenta, cuesta más moverla y ganar puntos. Palabras de los propios tenistas. A grandes rasgos beneficia a los tenistas que pegan más plano y perjudica a aquellos que ‘juegan’ más con la bola dando más efectos.
A esta lista, añadir (en este caso para bien) la nueva cubierta en la Phillipe Chatrier y la luz artificial instalada en el complejo para poder jugar en caso de lluvia (sólo en la central) y cuando deje de haber luz solar (en junio se jugaba en los días más largos del año, en septiembre llevamos tres meses perdiendo minutos de día).
Para cerrar el capítulo de novedades, la burbuja en que tienen que vivir todos los jugadores (de hotel a club y viceversa), el riesgo de descalificación por PCR positivo y la presencia de un máximo de 1000 espectadores en el complejo cada día. Este cóctel de novedades influirá en el desarrollo de un torneo que es muy diferente a lo que conocemos.
Desde la primera ronda hemos visto esta incidencia. Con datos. De los 32 cabezas de serie que hay en cada cuadro, han cedido en su primer partido un 36%: 12 mujeres y 11 hombres. No hay precedentes desde que en 2002 el torneo incluyera el sistema de 32 favoritos por cuadro.
Queda mucho torneo y sería sorprendente que los cuatro grandes favoritos (Nadal, Djokovic, Thiem y Zverev) pierdan antes de tiempo. Sin embargo, las condiciones no son las habituales y la primera ronda ha demostrado sus efectos. Es Roland Garros, pero no el que tenemos por costumbre.
Imagen de cabecera: (Clive Brunskill/Getty Images)
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