Más de medio siglo después, 51 años para ser más exactos, el Granada volverá a pisar unas semifinales de la Copa del Rey. Un logro de un valor indiscutible que el conjunto nazarí ha llevado a cabo a través de la efusiva energía que recorre permanentemente la idea futbolística de Diego Martínez en todas las fases del juego y con la que los andaluces están consiguiendo competir al máximo de sus posibilidades en su regreso a Primera División, abrigados por una propuesta minuciosa y agresiva y vestidos para la ocasión con una lustrosa armadura que le otorga unas hechuras de equipo veterano a pesar de ser un modesto recién ascendido.
El Granada del gran estratega vigués ha ido variando con tino su dinámica estructura a lo largo del curso para amoldarse a los diferentes escenarios que exige el rival. Un 4-2-3-1 como base habitual, pero también un 4-4-2, un 4-3-3 o incluso un 3-4-2-1 como el que colocó tras el descanso ante el Valencia para proteger su carril central de los pases filtrados de Francis Coquelin y Dani Parejo o los envíos al corazón del área de Ferran Torres hacia Maxi Gómez y para tener un colchón de seguridad a la espalda del recién llegado Dimitri Foulquier, fundamental ese día para imprimir la intensidad vertical que siempre busca Diego Martínez y que compartió titularidad con otra cara nueva que rayó a buen tono, la de Jesús Vallejo, lo que habla a las claras de lo bien construido y optimizado que está el sistema.
El entrenador del Granada puede cambiar de dibujo asiduamente, pero su esencia se mantiene casi siempre intacta. Su equipo es ordenado y compacto, con las cosas muy claras, posee una notable soltura para mezclar con efectividad sus salidas desde atrás tanto en corto como en largo, es potente en las acciones a balón parado y busca enfocar su principal manera de defender hacia presiones medio-altas en plena zona de gestación del adversario con las que propiciar transiciones cortas y rápidas, a través de las cuales logra dinamizar y ocupar muy bien los tres carriles y posicionar muchas piezas en campo contrario por delante de la línea del balón.
Desde ese tipo de situaciones, ya que posee varios perfiles que pueden manejarse en zonas diferentes (Foulquier interiorizando su posición y pisando área, Carlos Fernández con sus fantásticos toques entre líneas, Machís como revulsivo desde varias posiciones, Puertas fuera o dentro, los valiosos apoyos de Soldado cuando cae a bandas para poner de cara a la segunda línea…), el Granada está repartiendo de maravilla las responsabilidades ofensivas para compensar el que es quizá su mayor déficit: su capacidad rematadora dentro del área y su falta de un goleador al que poder agarrarse cuando no llega la idea. Pero en Granada siempre llega. Y es que aun siendo el equipo de La Liga que menos remata en el área grande, con tan solo 4,4 tiros por encuentro, sabe sacar el máximo partido a cada tanto realizado.
El Granada sí es, en cambio, potente atacando por fuera con sus laterales, con los que logra estirarse muy bien para situar a sus teóricos extremos en los pasillos interiores frecuentemente y multiplicar las opciones. Es también vertical, agresivo con y sin balón justo en las zonas en las que su estructura y sistema necesitan serlo y protege de manera excelsa sus ventajas en el marcador a través de esa agresividad defensiva tan marcada ya comentada. Esa predisposición, sumada al hecho de ser un conjunto muy sobrio y seguro en el área propia gracias al buen papel para custodiarla que están ejerciendo Rui Silva bajo los palos, Domingos Duarte o Germán Sánchez, le permite alejar a muchos metros lejos de su portería las principales zonas en las que se producen las disputas y los duelos por la posesión.
Lo está haciendo, además, sin ningún tipo de necesidad de tener que replegar demasiado sus líneas, ni tampoco de verse obligado a plantar un bloque demasiado bajo y espeso que ceda completamente la iniciativa para poder sumar puntos. Nada, por lo tanto, que le constriña a entregar el dominio espacial del terreno de juego sin pelear por él, ya que los nazaríes siempre intentan tener bajo un estrecho control este aspecto del juego para competir como quiere hacerlo y como mejor sabe hacerlo. De hecho, ese tipo robos a media altura que enfatizan y exaltan su fase ofensiva, que le permiten atacar con mayor peligrosidad debido a que tiene que recorrer menos distancias de las habituales en los equipos que pelean por la permanencia para llegar a generar situaciones de gol, son también los que paradójicamente definen su forma de defender predilecta.
No solo desde los planteamientos sin balón y desde las transiciones tras robos altos se asienta el buen hacer del Granada. Ya vimos ante el Valencia que puede sobrepasar a cualquier rival también por ritmo y continuidad. Los rojiblancos son un equipo con varias capas y con soluciones a muchos contextos diversos. Más allá de un Roberto Soldado que es el jugador definitorio de la esencia del equipo por la veteranía, el liderazgo y el carácter con el que hace sentir al grupo en cada partido que no son un recién ascendido al uso, exclusivamente construido para sufrir, el Granada tiene dosis de calidad en todas sus líneas. Sin ir más lejos, el doble pivote conformado por Maxime Gonalons y por Yangel Herrera que viene utilizando Diego Martínez en las últimas semanas es una muestra evidente de ello.
El experimentado francés y el joven venezolano tienen poco que envidiar a la mayoría de parejas de mediocentros de La Liga. Lo mejor que tiene el primero (poso para organizar, mejor tacto para las entregas, visión de juego a 360 grados…) complementa a la perfección las virtudes más asentadas hasta ahora del segundo (sentido de la anticipación, inteligencia y trabajo táctico, fortaleza en las disputas defensivas…). Por si fuera poco, Diego Martínez cuenta con las piezas de Yan Eteki para aportar más sacrificio y poder adelantar un escalón a Yangel para enfatizar la presión alta, y de Ramón Azeez, con el que proteger su carril central con un jugador de cantidad y actividad sin balón en lugar de “adornarlo” con un futbolista de mayor calidad y soluciones creativas como es Carlos Fernández.
En definitiva, muchísimas variantes para un equipo que muestra una altísima convicción en todo lo que hace sobre el campo. Una convicción que se refleja en su agresiva defensa adelantada, en su eficiente protección del carril central, en su intercambio posicional y la polivalencia de la gran mayoría de sus futbolistas, en la propia intercambiabilidad de varias de sus piezas, en las diagonales de sus extremos, en la profundidad y amplitud en campo rival que ofrecen Víctor Díaz o Carlos Neva desde los laterales, en su sobresaliente ocupación de los tres carriles cuando roba y sale, en su forma de morder y presionar en la parcela ancha, en la movilidad de todos sus atacantes para activarse unos a otros, en su afilada y particular verticalidad, en su solidaridad como equipo, en su cohesión y empaque, en cómo es capaz de atacar por oleadas sumando muchos efectivos cuando consigue implantar su plan de juego como dominante…
Con todos esos mimbres tan cuidadosamente construidos a base de arrojo, personalidad, convencimiento y de un intervencionismo táctico de primer nivel –y ya se sabe que el mimbre se dobla antes que partirse, tal y como hace el propio Granada a lo largo de los noventa minutos y partido tras partido gracias a su excelente adaptación al medio–, soñar siempre es un poco más sencillo. Y tras haber alcanzado unas semifinales de la Copa del Rey más de medio siglo después, y de haberlo hecho con todo este gran bagaje futbolístico perfectamente asentado de la mano de Diego Martínez y con el perfecto catalizador que supone la constante energía que vertebra la interesantísima propuesta que está dejando su paso por el banquillo de Los Cármenes, soñar con volver derribar a cualquier otro rival en el camino hacia el título copero no solo es gratis, sino que es inevitable.
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