Fútbol

Reconciliarse

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Maldecimos una y otra vez lo que nos ha ocurrido. ¿Cómo puede ser que el equipo no supiera reaccionar antes? Piensas que eso de bajar de categoría es evitable, que tú no lo vas a sufrir.  Pero te pasa, y condenas a todos los culpables. Incluso a los que ni siquiera hayan cometido un tropiezo. Reniegas de todos esos fines de semana con el frío calado en la nariz o con los rayos de sol importunando a tu mirada. Si una temporada roza la perfección, ¿cómo la balanza de la justicia ha dejado fuera en un playoff a ese equipo que apuntaba a un sueño asegurado? Todas esas expectativas se hacen trizas, del mismo modo que ese puñado de arena desparece con un soplido. Si perdiste una final, tiraste del orgullo de los tuyos; aunque sea una tirita que a las dos horas empieza a despegarse. Y si la ganaste, puede que ya te hayas cansado de ese sentimiento eufórico. Porque cuando todo acaba, en medio de ese diálogo entre el éxito y el fracaso, llega ese vacío existencial. ¿Ahora qué?

El verano es ese tiempo que te apacigua. Entre piscina y piscina, intentas no recordar que nos han quitado un Mundial de manga corta. Tiras de Twitter, de los directos, de lo vintage, de los anuncios del mercado de fichajes. Ya has caído de nuevo. El estío te sienta de lujo. El moreno, los helados y la camisa sin planchar. Ya no recuerdas ni lo enfadado ni lo desatado que andabas a final de temporada. Agosto asoma el morro y ya has pasado página. Tienes ganas de un nuevo comienzo, casi sin quererlo. Aunque juraste que esta vez era diferente, el spot de la campaña de abonos te volvió a tocar la fibra sensible. Vuelves a decirle a tu padre y a tu abuelo: ¡este año sí! Regresas al armario, en busca de tu camiseta. A por esa elástica, la de esos colores que hablan por sí solos de un trozo de tu vida, con las franjas algo descoloridas de tantos viajes por la lavadora.

En medio del estío regresa la ilusión. Vayas donde vayas, te la llevas en la maleta. Cabe en cualquier hueco. Es una especie de gasolina para seguir atados a aquello a lo que tantas veces quisimos renunciar, a pesar de que una parte de nosotros sepa con rotundidad que es improbable. Te recompones con ella de cualquier destrozo. Sencillamente porque nos hace sentir plenos, porque siempre hay un nuevo partido por jugar. Allí estarás de nuevo, con ese deseo entusiasta que te despista de cualquier contratiempo que se presente en tu vida. La afición todo lo mueve. Desde el asiento desvaído de la grada, el confort del chaise longue o las piezas del teclado del móvil.

El sentimiento por recuperar el estatus, los nuevos refuerzos para volver a mirarle a los ojos al objetivo. Viejas glorias, nuevos rockeros. Ya lo estás esperando de nuevo. La parroquia culé está dando brincos con las nuevas incorporaciones. Un mercado que pasará a la historia por ser tan sorprendente como apasionante. El hype está por las nubes. Se suponía que la Roma debía presentar a Dybala. Sin embargo, fue Roma quien se presentó a Dybala con su recibimiento. Así, como es ella: única y eterna, llena de romanticismo. Y al otro lado, Luis Suárez regresa donde todo empezó. Sentirse querido, en casa. Su relato nos dice que los futbolistas que han habitado en la élite también son de carne y hueso y les palpita el corazón. El balompié tal vez sea una excusa para gastar nuestro tiempo, para compartirlo, para sufrirlo y disfrutarlo. Volvemos una y otra vez, a cada inicio. Entre noche y noche estival, todavía hay quiénes se ponen la alarma del despertador para ver los partidos de madrugada. Da igual si todo parecía desplomarse. El verano siempre nos reconcilia con el fútbol.

Imagen de cabecera: @ASRomaEN

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