Cuando le pregunten a Homer por qué tan elegante, sabremos la respuesta. El regreso de Rafael Nadal Parera a la pista es inminente. Tenemos una cita, de las que ilusionan, te tiemblan las piernas y te miras en el espejo cuatro veces más de la cuenta antes de salir. En el calendario, marcada en fosforito. Es una reconciliación para todos; ha pasado casi un año desde la última vez. Tras perder en el Open de Australia frente a Mackenzie McDonald el pasado 18 de enero, el de Manacor recibió un diagnóstico que le obligó a mantenerse apartado de la competición.
Creíamos que una imagen no podía hacernos tan felices hasta que en nuestras redes apareció la foto viral de Rafa en Brisbane: mochila en el hombro, el logo de la bravura y esa media sonrisa tan característica del tenista. Comedido, ante su esperado regreso, y con un halo que evidencia su perpetua concentración. Una idiosincrasia única.
Quizá Nadal podría haberlo dejado pasar. Darlo por zanjado, aceptar la última puntada y retirar el alfiler. Ya nos ha bordado 22 Grand Slams, una burrada. Pero su incalculable pasión se mantiene en equilibro con su fortaleza mental. Qué íbamos a esperar de un tipo que sólo es zurdo para jugar al tenis. Nos va a coser otro botón con el que abrocharnos y quitarnos el frío de golpe. Sorbitos, botellas alineadas, sin un milímetro de descuido. Calzoncillo ajustado, nariz, oreja izquierda, nariz, oreja derecha. Otro saque cortado, otro grito, otro revés cruzado. El valor de volver, sin expectativas.
“Creo que no merecía terminar mi carrera deportiva en una sala de prensa”. Y nosotros, tampoco. Somos conscientes de su convivencia con el dolor, su superación, su humildad y su deportividad. Precisamente, de todas esas virtudes que nos aferran más a su figura y al deseo de alargarla en el tiempo. Con Nadal nos pasa aquello que hemos hecho todos alguna vez; pedimos otra al DJ sabiendo que va a ceder y caerá una más. Vamos a seguir bailando hasta que se enciendan las luces, esta noche no nos la quita nadie.