Domingo ORTIZ – Hace exactamente siete días la temporada del Valencia pendía de un hilo. Fino como el dental al que acudir todas las noches o como el de una caña de pescar. El seísmo en Basilea solo dejaba espacio al milagro para mantener activas las ilusiones de su afición. Y Paco Alcácer se encargó de bordar con hilos de oro y entrefino una de las noches más valiosas de la reciente historia valencianista. Y no solo por la clasificación para las semifinales sino por el soplillo de valores simbólicos. Jamás un equipo había remontado un 3-0 adverso en la Europa League y el Valencia lo consiguió. El hat-trick del torrentí, el cabezazo de Vargas y la zurdita del correcaminos Bernat llevaron el delirio y el arrobamiento a una plaza necesitada de noches como la de ayer. Acostumbrados al jamón de bellota hace una década la gente estaba cansada de masticar mortadela con aceitunas. Y ayer la pata negra regresó en el De-Lorean a Mestalla. Su sabor, placentero, delicioso y atiborrado de recuerdos. Fue una descarga automatizada de memorias voluntarias e involuntarias. Ese elemento literario que introdujo Marcel Proust en su obra póstuma “En búsqueda del tiempo perdido” cuando el personaje aviva en su remembranza las historias de su infancia al mojar una magdalena en su té. Un barrido al Valencia del doblete. Al Valencia del orgullo.
Dentro de la práctica intelectual son vitales las mutaciones, el dilema de las identidades y la manera de encontrar salidas. Y los blanquinegros las localizaron. Volvieron al ADN de fábrica, al que viene de serie con el escudo. A ese con el que su gente se identifica día sí, día también y que ahora se puso tan de moda en el Manzanares. Desde el comienzo fue un Valencia “cholizado”. Esa metamorfosis, más el empuje emocional que suponía dedicarle una gesta de ese calibre a Óscar Martínez, valencianista de cuna de 17 años del Ontinyent que falleció el pasado domingo por un paro cardíaco, mandó a la lona a un Basilea superado por la convicción e infalibilidad valencianista. Keita, del que me dicen que sigue persiguiendo a suizos en Mestalla, sentó cátedra con el murciélago en el pecho. Su despliegue físico fue memorable y, junto a Paco Alcácer, sobresalió como lo hizo Proust con todos los literatos de su generación. Gritaba la Avenida de Suecia en el post-partido “Keita quédate” y el malí renovará. No tiene motivos por los que no hacerlo. El 5-0 (tras prórroga) es la consecuencia de una intención. La que vienen demandando los suyos cada vez que acuden a ver a su equipo. Mestalla no pide goleadas, no pide títulos, ni incluso pasar rondas. Exige sudar la camiseta y esforzarse como lo hizo el Valencia en la ya histórica noche de ayer. Qué pocas críticas habría si en todos los partidos se dejasen el alma y las piernas en la amada llanura verde.
Al igual que defiende el filósofo español Ortega y Gasset, Proust no deja dudas. El francés no es un simple memorialista sino un investigador de una facultad humana: la memoria; un inventor de una nueva distancia entre nosotros y los objetos, un genio deliciosamente miope. Mestalla retrocedió unos años en la retentiva para a ver a su Valencia con las gafas de lejos puestas y recuperar el tiempo perdido. Ese que le hizo gigantesco con arresto y títulos. Ese que ayer lo situó entre los cuatro mejores de la Europa League.
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