El partido más importante de la temporada. No solo porque es uno de los que suelen subrayarse en colorado a principio de curso sino porque la competición toca a su fin y la tropa de Nuno quiere dejar la plaza de la (previa) de Champions sellada cuanto antes. Las visitas al Santiago Bernabéu son como un entrecot con salsa chimichurri o como unos callos a la zamorana con guindillas. Siempre están repletas de picante. Y por si el partido en sí no tiene suficiente contenido en el paladar, será Clos Gómez -extraordinario para Amadeo Salvo- quien imparta justicia.
Allí Pablo Aimar, un tipo cansado de recibir patadas mientras le daba por sortear rivales con la candidez de un infante, fue expulsado por pisar el césped. Mientras, Míchel Salgado pegaba vueltas como una peonza conocedor que incluso con Aimar era posible sacar la roja. Ilie quedó impasible cuando su cabezazo reglamentario besó las mallas y vio al señor del banderín con el brazo levantado. Incluso para una arrancada legal de Soldado hubo problemas técnicos a la hora de mostrar la jugada. Todo mera casualidad. No vayan a pensar mal ustedes. También Albelda salió del terreno de juego tocándose reiteradamente la cara tras, dicen, darle el balón en el brazo. Pero el Bernabéu siempre será recordado por el judoka Carlos Marchena y su ‘Ushiro-nage’ a Raúl González Blanco. O lo que es lo mismo, el penalti cometido por el sevillano en el minuto 93 con “un control y una proyección hacia atrás”. La noche de la rajada de Jaume Ortí, entonces presidente del Valencia. Pero hay más. Da para ponerse en paralelo con los siete tomos de Marcel Proust y su obra de “En busca del tiempo perdido” pero quedó claro cuál es el escenario donde el Valencia intentará dar otro pasito más hacia la Champions. Y todo, ante un estratosférico equipo como es el Real Madrid jugándose la Liga.
Algunos, al contar lo que pasó, seguro que se acuerdan de ese verbo intransitivo llamado llorar o se visten de curanderos con lo de la venda y la herida. Pero no importa. Hay endurecimientos en los trapecios después de tanta carga. Si el partido transcurre con normalidad y gana el mejor, no habrá análisis que se desvincule del puramente futbolístico. Y, francamente, es lo que deseamos todos.
Con la única baja de Rodrigo Moreno, por la expulsión sufrida en Vallecas a causa de la tercera pelada de cables, se presentará el Valencia en Madrid. Dispuesto a ser ese equipo correoso, ambicioso y competitivo que lleva siendo durante toda la Liga. Y con la ilusión de seguir agrandando una temporada más la pesca en el santuario madridista. Desde 2010 no pierden los valencianistas en territorio comanche. Ganar significaría estampar prácticamente la previa de la máxima competición continental. Con todo lo que ello supone para el club a todos los niveles. Rascar un empate sería positivo porque se seguiría con la buena racha en los campos complicados (excepto Camp Nou, pero qué imagen). No conseguir sumar en el Bernabéu dejaría el camino libre para que el Sevilla, si gana en Balaídos, volviese a igualar a puntos a los de Mestalla. La Liga, si acaba jugándose lo que queda, pasaría a ser una lucha titánica y monstruosa entre Valencia y Sevilla. A dos partidos. En dos jornadas. No apto para los de frágil corazón. El Valencia buscará asaltar el Santiago Bernabéu sin sobresaltos. Otro capítulo más de terror y consternación ya sería demasiado.