Y con el 21… Cavanirrasco. Tenía el Atlético de
Madrid preparada ya la camiseta del uruguayo cuando el que acabó viniendo fue
el belga. En tiempos en Mestalla de Rafa Benítez y Suso García Pitarch,
esto sería lo que el técnico le dijo a su director deportivo: “He pedido un
sofá y me ha traído una lámpara”. Porque el Atlético, desesperado por el
gol (el sábado cayó lesionado de todas todas un Morata que llevaba un mes
arrastrando molestias) ha sido incapaz de hacerse con un jugador que sea
delantero.
Se presentó Simeone el domingo a entrenar con solo cuatro jugadores (fantástico para un equipo de futbolín, por cierto) después de que el pasado viernes el propio Nelson Vivas, uno de sus ayudantes, tuviera que sumarse a los ejercicios porque la falta de efectivos, apenas 13, hacía imposible que se llevara a cabo un entreno seminormal.
Morata cayó en el partido, Héctor Herrera lo hizo horas antes y Manu Sánchez tampoco estuvo listo para vestirse a última hora. Sale a más de una baja por semana y nadie levanta la voz, pero tampoco nadie levanta la mano para asumir culpas. Ya sea el equipo médico o el preparador físico y los recuperadores, el Atlético está convirtiendo en normal una situación que sería digna de estudio por Iker Jiménez.
Y ante esta falta de recursos, ahí fue el equipo rojiblanco a casa del líder. Todo un Santiago Bernabéu donde los cambios, para intentar ganar al máximo candidato al título, fueron Carrasco, Lemar y Camello. Es decir, un futbolista que viene de dos años compitiendo en el fútbol chino al que oficializaste un día antes y apenas sumaba un entreno, el jugador recién recuperado de una lesión al que quisiste y no pudiste vender en verano y un chaval de 18 años recién cumplidos que menos de 24 horas después se estaba pegando la paliza de jugar también con el filial. Si hubiera rondado yo mismo por la banda del Bernabéu el sábado hubiera tenido muchas opciones de salir al verde.
El que no estuvo fue Cavani, que después de todo el sainete montado parece que no estará ya nunca. Ni en invierno, pero tampoco en verano. El uruguayo, que se ha partido el pecho y la espalda por venir (y no es la primera vez en su carrera que negocia un contrato perdiendo dinero por jugar de rojiblanco) ha sido el foco de todas las miradas de un culebrón que nunca fue tal y del que todo el mundo fue partícipe. Porque si bien el Atleti quería a Cavani y Cavani quería al Atleti, el PSG nunca iba a estar dispuesto a dejar salir a un jugador que cuenta, pese a no ser ya titular indiscutible, en los planes de su entrenador por una cantidad de dinero pequeña.
La operación con el uruguayo recuerda mucho a la que se vivió hace cinco temporadas entre los mismos clubes y Thiago Motta. El italobrasileño, desesperado por jugar a las órdenes de Simeone y con un año de contrato, forzó al máximo lo que pudo para salir cuasiregalado y volver al Manzanares pero después de pelearse con toda la institución parisina, el Atlético solo ofertó con balas de fogueo. Algo parecido a lo que se hizo en su día con Tiago y la Juventus (que tuvo que esperar un año para ser rojiblanco a todos los efectos tras haber estado prestado) y algo similar a lo que se intentó con. Aprovechar que el futbolista aprete las tuercas a su club de origen, vamos.
Y la historia ha tenido de todo. Un presidente acusando a un jugador y su representante, y un representante devolviendo los balonazos como una pared. “Era el sueño de Edinson. No iba a estar un mes sin jugar por nada y yo truncar la operación. Si hubiera sido por dinero, estaría en Mánchester United o en el Chelsea”. Pero la operación también ha levantado las sospechas de la afinidad de los medios con los clubes, filtrando y desfiltrando hasta el punto de que el diario deportivo más leído del país confirmara que había informado “por urgencia periodística” de hechos no reales. Hablando en plata, que se habían inventado noticias o bien para rellenar espacio, o bien para vender ejemplares. Y casi que serían las dos.
Y sin Cavani, descartado el último día de mercado tras estar 30 días peleando por él, el que ha terminado llegando ha sido un viejo conocido, Yannick Carrasco, cuya salida siempre fue muy turbia, con el futbolista siendo el aval a un préstamo que el Atlético puso por una operación con una empresa canadiense (como ya filtró Football Leaks) y cuyo retorno se ha dado, precisamente, un día después de que el Atlético confirme su entrada en el fútbol de aquel país.
Huyen los futbolistas de la Superliga China y quiere la actualidad que la broma y el chascarrillo fácil ponga las miradas en el ya famoso Coronavirus, cuando la realidad ataña algo más al bolsillo y a ese tope contractual que impedirá a los nuevos llegados al país (y a todos los que firmen una nueva extensión) ganar más de tres millones al año. Se ha ido Carrasco, se ha ido Ighalo, se ha ido Vaz Té… Y lo ha intentado despavorido pero sin éxito Bakambú, entre otros.
Carrasco no es el jugador ideal para el Atlético, porque llega a un equipo cuyo entrenador juega sin extremos. “Me encuentro más cómodo con mis jugadores de banda jugando por dentro y que los que hagan de extremos sean los laterales”, en palabras del propio Simeone hace unos años. Pero su llegada es sin duda mejor que la nada y llega a pelear un puesto con un Lemar insulso y un Vitolo que no carbura. A poco que haga, mejorará a ambos, por mucho que lleve dos años jugando en una Liga de nivel más que cuestionable.
El belga jugará mucho en punta también, seguro, porque ya lo hizo en unas pocas ocasiones con Simeone (dando un muy buen rendimiento como contragolpeador a campo abierto y sin la exigencia defensiva) y porque, simplemente, no hay delanteros, como ya quedó demostrado durante varios minutos el sábado, donde el Atlético mostró una dupla ofensiva formada por el recién egresado y Lemar. Pura dinamita.
El caso, como siempre, es que un equipo que no podía hacer incorporaciones por estar ahogado con el límite salarial si no salía nadie, tenía un acuerdo con un delantero que sería el jugador mejor pagado de la plantilla. Que al final nadie se marchó y que pese a ese pretexto, sí ha llegado otro que viene con los bolsillos llenos y no de caramelos y un contrato que habrá que abonársele. Otro encaje de bolillos del que no sabemos nada.
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