Casi ocho años después, Zlatan Ibrahimovic ha vuelto a disputar un partido con la camiseta roja y negra del Milan. Su regreso, como incorporación de mercado, no resulta una noticia especialmente positiva y diferencial en clave puramente deportiva para este desnortado Milan. Es más, recuerda una tendencia habitual en esta travesía en el desierto que está pasando el club lombardo en los últimos años. Una deriva que ha tratado muchas veces de superar en balde haciendo acopio de viejas glorias, de tiempos mejores mucho tiempo después, de olor a un éxito conocido que ya había quedado atrás. Una tendencia que ha llevado a cabo tanto en el campo como en el banquillo. Kaká, Clarence Seedorf, Pippo Inzaghi o Gennaro Gattuso son una buena muestra de ello. Y Zlatan es otra más.
Pese a ello, la vuelta al escenario de San Siro del gran delantero sueco, más allá de ser una excelente noticia mediática para el campeonato italiano, puede suponer por su sola presencia un acicate y un impulso en el grupo por su personalidad, su carisma, su ambición y por la capacidad que todavía conserva para acumular la presión del ambiente, más aún dentro de una plantilla que va tan escasa de ese tipo de grandeza y, por qué no decirlo, también por su ego, por sus intactas ganas de ganar, de destacar, de ser venerado y de seguir venerándose a sí mismo. Para conseguirlo, sin embargo, Stefano Pioli necesitará entender rápidamente el contexto táctico que necesita poner sobre la mesa para que el impacto de Zlatan Ibrahimovic en el Milan tenga también una relevante cuota de incidencia en términos estrictamente futbolísticos.
Es evidente que este Ibrahimovic
de 38 años ha reducido muchísimo el rango de acción de sus movimientos, pero si
Pioli logra encontrarlo en el área de una forma asidua y recurrente, con
Krzysztof Piatek definitivamente desdibujado y fuera de toda dinámica positiva
como para ser una competencia real por el puesto, la envergadura y la
creatividad histórica de Zlatan en el remate aún pueden marcar algunas
diferencias sustanciales en una gran liga como la Serie A. El Milan tiene,
además, ciertas herramientas, mecanismos y perfiles para ello, como son
principalmente los centros de mucha calidad y a pie cambiado que pueden
ejecutar Suso o Hakan Çalhanoglu desde ambos perfiles y con los que encontrar a
‘Ibra’ en el segundo palo, o también la profundidad que otorga Theo Hernández
para ganar la línea de fondo antes de servir la pelota al punto de penalti.
Obviamente, está por ver si ese tipo de plan ofensivo, reduccionista pero con potencial para cuajar con la llegada al equipo de la nueva antigua estrella, basta para sostener el tipo de evolución en los resultados que necesita el equipo a estas alturas de la gris campaña que está desarrollando, pero si algo le queda a Ibrahimovic intacto de todo su gran talento es precisamente su don finalizador y un físico dominante y perfectamente capaz de seguir imponiéndose en situaciones de remate más estáticas, donde imponerse ante su marca sea una cuestión de piel y de disputa de la posición. De hecho, Zlatan Ibrahimovic nunca había marcado tantos goles de cabeza como en los dos años en los que ha disputado la MLS, hasta un total de catorce en los dos campeonatos que ha jugado con LA Galaxy cuando antes no había sobrepasado jamás los cuatro por curso en liga.
El segundo aspecto principal en el que Ibrahimovic puede ser todavía útil a nivel futbolístico para el Milan es en su gestión del juego de espaldas al arco y en su capacidad para filtrar últimos y penúltimos pases, aunque evidentemente su movilidad para crear sinergias por todo el frente del ataque es ya bastante reducida. Un tacto para soltar el balón en corto del que la segunda línea milanista podría verse muy beneficiada. En especial, nombres como el de Rafael Leao o el de Lucas Paquetá, cuya frescura, regate y motor para insertarse hacia la portería en conducción por pasillos interiores desde tres cuartos de campo tras recoger los potenciales apoyos del sueco puede hallar un socio fantástico para allanarles el camino, o como el de Theo Hernández, con el que ‘Ibra’ puede trazar una sinergia muy interesante esperándolo y activando su diagonal de fuera hacia dentro.
El Milan ha recuperado a uno de sus más recientes reyes y, sin embargo, tan lejano al mismo tiempo. Un Zlatan que sigue creyendo que es eso exactamente, un rey del fútbol, y una afición rossonera que no está dispuesta, ni por el recuerdo que atesora de él y de su época, la última de un Milan ganador, ni tampoco por el agravio comparativo entre los nombres que ve a su alrededor en la actual plantilla del club a llevarle absolutamente la contraria, más bien al revés. Quién sabe si esa confianza ciega que tiene Ibrahimovic en sí mismo y esa confianza que la hinchada milanista tiene a su vez en la propia confianza ciega que tiene Ibrahimovic en sí mismo no acaba por cuajar en los cinco meses de competición que quedan por delante para acercar al Milan a posiciones europeas. Siempre y cuando Pioli sepa encontrarlo en el tipo de situaciones específicas que aún pueden permitirle brillar.
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