Cuando eres portero, un día eres un héroe y al siguiente un asesino a sueldo. Tus paradas pueden decidir partidos, pero tus fallos hacen perder campeonatos. La ‘cantada’ de un cancerbero siempre va a pesar más que un remate fuera de un delantero. Jamás se premia a los porteros, sólo el mítico Yashin se llevó un Balón de oro de tantos que lo merecieron –Peter Schmeichel, Dino Zoff, Gianluigi Buffon o José Ángel Iribar-. El portero siempre está solo, da igual las mil murallas que tenga delante. Una de las pocas ocasiones en las que se les encumbra es en una tanda de penaltis, donde tiene todas las de perder, donde el azar puede decidir a su favor o a su contra. Donde la intuición vale más que cualquier rasgo que le identifique. En el momento en el que detiene el penalti, se convierte en el mayor héroe del equipo, del país, del mundo. Miles de porteros han tenido que esperar ese momento -muchos ni siquiera han conseguido llegar hasta él- para ensalzar su carrera. Pero a él nunca le hizo falta.
Iker Casillas tuvo que demostrar su valía desde niño. Le llegó la oportunidad pronto, quizá demasiado pronto, pues una mala racha le dejó fuera, con 21 años, de la mismísima final de Champions. El destino quiso que, en uno de los momentos más decisivos de la historia blanca, tuviera que ponerse los guantes, la capa de Superman y salvar a su Madrid.
Aquellas dos milagrosas paradas pusieron el listón alto, altisimo. Y Casillas, que se hizo amo y señor de la portería blanca, superó su techo una y otra vez. Lo hizo en el peor momento de la historia del Real Madrid, una época en la que los galácticos se estrellaban mientras el portero trataba de recoger los pedazos. Temporada tras otra, Iker acababa encajando más de cincuenta goles, pero nadie le culpó, y con razón. Pudieron ser muchos más. El titular “Casillas salva al Madrid” se repitió tantas veces como hazañas realizó con sus manos.
Iker comenzó a fraguar una leyenda. Se convirtió en el portero-milagro, de ahí la categoría de Santo. Nunca fue el guardameta más completo, ni siquiera el más regular. Sus reflejos y la sensación de que era capaz de llegar a lo inalcanzable era más que suficiente. Si Ronaldo conseguía que temblaran los defensas con su sola presencia, Casillas hacia lo propio con aquellos que le encaraban.
Había conseguido ganarse a todo un país, pero ni en sus mejores años llegó a ser considerado el mejor guardameta del mundo. Entonces llegó el histórico partido ante Italia, en la Eurocopa 2008. Enfrente, Gianluigi Buffon, nombrado mejor portero en cuatro de las últimas cinco temporadas. En aquella tanda Casillas paró dos penaltis y le dio la vuelta a la tortilla para siempre. Iker fue el mejor hasta 2012, levantando entre medias dos Eurocopas y un Mundial donde fue capitán, santo y seña.
Por entonces ya se había convertido en un emblema, en un líder. Ejerció de capitán incluso antes de serlo. Ya era una leyenda en el Real Madrid y en la selección española. Por eso, nadie podía imaginar que, tres años después, su historia desembocaría en una situación más que deleznable.
Casillas sufrió un bajón considerable en su juego, fue sentado por Mourinho durante un partido, y tres semanas después era lesionado involuntariamente por Arbeloa. Su ausencia la aprovechó Diego López, que por momentos llegó a parecer el propio Iker. Un año después, ya recuperado y con Ancelotti en el banquillo, Casillas sólo pudo recuperar la titularidad en Champions y Copa, jugando todo lo jugable y levantando los dos títulos, mientras Diego López se convertía en indiscutible en Liga. La tensión, que dividió al madridismo entre los que querían a Iker sobre todas las cosas y los que le odiaban por “ser el Topo” hizo pagar los daños colaterales al gallego, que se marchó a Milán. Iker no abrió la boca en dos temporadas, y con ello, dejó el brazalete sin efecto.
Un año sin títulos después, con errores de bulto en partidos clave y sufriendo los pitos de un amplio sector del Bernabéu, convirtieron la vida de Casillas en una auténtica pesadilla. Qué fácil habría sido acordar una despedida, como la de Xavi en Barcelona o la de Pirlo en la Juventus. Imaginen a Iker, llorando y siendo aplaudido por ochenta mil espectadores en el último partido de esta temporada en el Bernabéu. La realidad, la cruda realidad, es que se marcha por la puerta de atrás, al Oporto, aguantando insultos y amenazas y viviendo, probablemente, sus peores días como jugador del Real Madrid.
Afortunadamente, son muchos más los que agradecen sus 25 años al servicio de una misma camiseta. Sus más de 700 partidos. Sus miles de paradas, algunas imposibles de creer. Sí, ni siquiera Iker pudo ser un héroe toda su carrera, pero casi. Sus paradas decidieron partidos, pero también campeonatos. Como Schmeichel, Zoff, Buffon o Iribar, jamás fue premiado con un Balón de Oro, pero probablemente ganó más distinciones que ningún portero en la historia. Porque Casillas, aún estando solo, creó sueños y los convirtió en realidad. Con él, el azar no importaba. Detrás había dos postes, un larguero y un ángel de la guarda. Nunca le hizo falta una tanda de penaltis para ser el mejor, porque nos hizo creer que los milagros existen. Una pena que, después de tantas veces salvando a su Madrid, nadie le haya salvado a él.
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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