No sabemos dónde acabará el Valencia a final de temporada pero el trabajo que está haciendo Rubén Baraja y todo su cuerpo técnico es notabilísimo. Allá por el mes de julio o agosto eran muy pocos los que pensaban que el equipo iba a responder como lo está haciendo a estas alturas de campeonato. Novenos con los mismos puntos que el octavo (26), a sólo dos puntos de la ‘Conference League’, 11 puntos por encima de los puestos de descenso y en octavos de final de la Copa del Rey. Datos fantásticos teniendo en cuenta el atropello que hizo Peter Lim el pasado verano reduciendo el coste salarial y dejando una plantilla raquítica en cuanto a calidad y número. Porque no hay que olvidarlo. Más bien todo lo contrario. Debería estar presente a cada instante. Al igual que su idea de no reforzar al equipo en este mercado invernal. No contento con menguar todavía más el potencial deportivo hace unos meses, ahora pontea la posibilidad de darle más armas a su entrenador para poder soñar con salir del bucle infinito en el que se ha convertido este club desde 2019. No hay día que el valencianismo no desee que su máximo accionista y Singapur sean dos pesadillas que ya formen parte del pasado. Y ansía que ese momento llegue más pronto que tarde.
Mientras el secuestro del desalmado acaba, sólo queda ampararse al cobijo de un trabajo sensacional de entrenador, cuerpo técnico y futbolistas. Porque además de Rubén Baraja, está Chema Sanz (segundo entrenador), Toni Seligrat (ayudante y analista) y Juan Monar (preparador físico) como piezas clave para que estos jugadores tan jóvenes estén vaciándose partido a partido. Han conseguido motivarles diariamente e insuflarles la ambición necesaria para llevar el murciélago en el pecho. El brío de la lozanía se presupone, la energía de la mocedad, también, pero, a pesar de los tiempos oscuros que se viven en la capital del Túria por la gestión del desaprensivo, sigue siendo el Valencia CF. Uno de los históricos de España y Europa y con un palmarés envidiable para la gran mayoría. De ahí que el Pipo, desde su llegada al banquillo de Mestalla, intente sin descanso que sus futbolistas entiendan el peso que supone ponerse esa casaca en el torso.
El vestuario, a diferencia de la temporada pasada, es profesional al completo. Sin excepción. Todos reman y tienen claro el objetivo. Y se ve en el terreno de juego la complicidad que hay entre ellos. Decía Sergi Canós tras pasar de ronda en Cartagena que había estado en muchos vestuarios, pero que ninguno se acercaba al ambiente tan familiar que se tenía esta temporada. Y ese mérito también es de Baraja y los suyos. Por quitarse del medio las manzanas podridas que podían deteriorar al resto y por inculcar unos valores de máxima exigencia y trabajo que él supo de primera mano como futbolista y que ahora infunde a su plantilla. ‘La quinta del Pipo’ adquirió fuerza tras ver el rendimiento de los Mosquera, Javi Guerra, Fran Pérez, Diego López, Alberto Marí… pero más que una quinta es un vestuario al completo entregado a los métodos de trabajo y preparación de los partidos de su entrenador y cuerpo técnico. Y en esa comunión reside el resultado. Ojalá sigan llegando las buenas noticias y el sufrimiento en lo deportivo de la 22-23 sea antagónico al de la 23-24. Si alguien se merece que todo le salga rodado es a un valiente que está dejando huella en su Valencia: Don Rubén Baraja Vegas.