Sin ser santo de mi devoción por algunos lloros innecesarios, el escarnio ya es insufrible. El pato es caro y le toca pagar a Koeman. Herencia dañina y herida de muerte a la que ni el cirujano más reputado haría frente. Muchos dicen que irían al Barcelona en cualquier situación, pero profesionales de boquilla abundan y con el prestigio que te da de comer no se juega.
Ahí anda Ronald, intentando salvar el pato de la quema. Un pato al que han ido desmembrando sin cesar hasta el punto de que le piden que vuele sin alas. Le piden que corra sin patas. Que pique sin pico. Vamos que le piden resultados imposibles, con el añadido del vilipendio. Ya no hablamos de temas deportivos, hablamos de mobbing.
Se le cuestiona por el estilo, se le cuestiona por el resultado, se le cuestiona por las superislas y por la reducción de carriles de la Gran Vía. Ya no trabaja, ya pelea por poder trabajar. Desgaste continuo que frena el progreso de un pato que podría lucir pluma joven si se guardasen los torpedos. Pero no, es más importante emponzoñarse y no dejar que el nombre de las leyendas descanse en paz.
En esas entra el tema legal, que el árbol tiene muchas ramas y el pato necesita cobijo. El cebo se cuenta en billetes. Si no te vas, cobras. Si te echo, cobras. Si renuevas, cobras. Los cupidos azulgranas quieren seducir a Koeman para que abandone por la vía del amor usando flechas de algodón de azúcar, pero Ronald lleva tanto tiempo fabricando su escudo que tras él los números son eso, sólo números, como la clasificación indica.
En este sismo constante dónde los barcelonistas se apuran por alinearse con alguna de las corrientes dominantes, el pato languidece, no tenemos claro si sobrevivirá, y en ese caso, qué dirección va a tomar. Igual habría que probar a cambiarle el pienso.
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