No sé si os habrá tocado de cerca algún caso de abuso. Rabia, frustración, impotencia… y así un largo etcétera de sentimientos son los que suelen acompañar a aquel al que consideran flaco, gordo, alto, bajo, moreno, rubio, rápido o lento. Podría seguir, pero manda narices la paradoja de que se suele destacar al destacado pero al que destaca se le envidia y se le menosprecia.
No querría (ni es necesario) hacer recolecta de la cantidad de palabras gruesas e hirientes que se han vertido sobre Vinicius Junior. No meto en el saco la crítica deportiva fundada, a esa creo que todos deben estar expuestos para crecer. Pero desde su aterrizaje, muchos de los que ayudaron a meterle aire al globo se han dedicado a buscarle todas las costuras. De niño prodigio en Brasil a meapilas de tres al cuarto.
Qué historia tan trascendente está escribiendo el chico. Qué de enseñanzas para la turba que quiere meter cazo en este deporte sin entender de lo que va. Vini tenía un sueño, quería bailar en el Bernabéu, sentir el gozo de complacer a los comensales más exigentes y sibaritas. Ahora que llena y es cabeza de cartel, tomemos nota de varios juicios implacables.
El tiempo. Apenas ofrecía para las oportunidades que le daban. La paciencia. Cada ocasión creada se observaba como ocasión fallada. La vista. Movía las piernas demasiado rápido, le faltaba pausa. La mente. Actuaba impulsivo antes de pensar. La vida. No daba la talla para todo un Real Madrid.
Gracias, Vini. Por el que en el colegio no se comía un colín. Por el que dejaban siempre sólo en los juegos. Por el que no invitaban a las fiestas. Por el que vivía angustiado por no sentirse parte de la normalidad. Gracias Vini por demostrar que la normalidad es anormal. Y cuidado, porque ahora te adulan muchos de los que te menospreciaron. ‘Brokers’ de fútbol que invierten cuando la curva va hacia arriba. Que el baile dure mucho, pero suelta peso cuando la vida haga bajada.
Imagen de cabecera: Vini Jr.