Valentino Rossi ha cambiado, y no es difícil calibrar cómo ha erosionado el paso del tiempo el carácter del piloto más laureado del último medio siglo. Ha sido un cambio progresivo, y claramente marcado por algunos acontecimientos sucedidos en su trayectoria.
No es más que el fenómeno de maduración inherente a todo ser humano; la diferencia reside que en el caso de ‘Il Dottore’ ha contado con una audiencia millonaria; creándose en torno a su figura un particular ‘reality’, tan rentable que lleva en pantalla más tiempo que Jordi Hurtado en ‘Saber y ganar’.
Todos pudimos contemplar cómo el fogoso adolescente que impresionó en las categorías inferiores no tardó en convertirse en un atroz depredador que jamás hacía prisioneros; en el dueño y señor de MotoGP que no dudaba en aniquilar a cualquiera que intentase cuestionar su monopolio. Max Biaggi y Sete Gibernau fueron los más osados, pero acabaron nominados y saliendo de la casa. Porque, en aquellos tiempos, MotoGP era la casa de Rossi.
Todo eran vino y rosas, champán y laureles. Pero dicen que el halago debilita, y Vale se distrajo, regalando las llaves del título a Nicky Hayden, un señor de Kentucky que se disfrazó de cerrajero y se coló sin ser invitado. Aquel día Rossi empezó a cambiar, pero la gran evolución todavía estaba por llegar, y lo haría en tres fases, en un espacio de apenas cinco años (2007-2012). La primera se llamó Casey Stoner. La segunda, tibia y peroné. La tercera, Ducati.
Tres derrotas de diversa índole que, como suele suceder, se transformaron en aprendizaje; mientras el inexorable paso del tiempo le hacía empezar a pensar en el futuro. Un hombre que siempre ha vivido al día –eso sí, a 350 km/h- va comprendiendo que está viviendo algo efímero. Que el vino se acaba y las rosas se secan.
Ahí comenzó a trazar un plan de futuro, cuya premisa era clara: seguir en MotoGP, su casa. Y llegó a la misma conclusión a la que llegaron muchos de sus predecesores. Tenía que montar un equipo, comprarse una habitación al otro lado del muro.
Podía haber esperado a la retirada, pero la ausencia de pilotos italianos que combatieran a la horda de españoles que se había apoderado de sus dominios le hizo adelantar la decisión; en la que a buen seguro también influyó el hecho de poder tutelar la carrera de su hermano, Luca Marini. Y, sin ninguna duda, también la oportunidad de rejuvenecer junto a ellos, de ser a la vez su alumno y su maestro. Un eficaz trueque de sabiduría por frescura en el que todos salían ganando.
Montó un equipo en Moto3, el Sky VR46; otro en el CEV junto a Jorge Martínez Aspar, y decidió encargarse personalmente de tutelar a todos sus integrantes, así como a otros jóvenes transalpinos más, dando lugar a la VR46 Riders Academy, una escuela avanzada de motociclismo con el MotoRanch46 como base de operaciones.
Hace un año, cuando todos apuntaban hacia Romano Fenati como el caballo ganador, el de Tavullia tenía sus ojos puestos en un joven potro. ‘Fenny’ era la opción más tangible a corto plazo, pero el nuevo Rossi siempre tiene la mirada en el horizonte. Poco a poco ha ido acogiendo en su regazo a jóvenes compatriotas, devolviendo a Italia al lugar de privilegio del que gozaba cuando él llegó a la élite.
Empezó con tres en el Mundial: Franco Morbidelli en Moto2, y Fenati junto a ‘Pecco’ Bagnaia en su propio equipo de Moto3; y tres más en el FIM CEV: colocó al jovencísimo Nicolò Bulega en el Team Calvo, y confió a Aspar a sus dos tesoros más preciados, los que le dictaban corazón y cabeza. Luca Marini y Andrea Migno. Tampoco quiso dejar escapar el talento de Niccolò Antonelli, y le reclutó como séptimo miembro de la academia.
No obstante, si hay uno de los siete a quien refugiarse bajo el paraguas de Rossi le ha cambiado la vida, ese es Migno. Se ha creado entre ellos una conexión especial. Andrea demostró su talento en el FIM CEV, y su maestro le recompensó con la llegada al Mundial.
Cuando el equipo Mahindra decidió prescindir del australiano Arthur Sissis, Valentino no dudó en utilizar sus contactos para que su predilecto ocupara ese hueco. En su segunda carrera con la marca india, Andrea le dio la razón con una gran octava posición.
Siendo coetáneo de Fenati y Antonelli, Migno ha tardado dos años y medio más en llegar al Mundial, algo que a Rossi no le ha importado en absoluto. De hecho, cuando montan alguna carrera en el Ranch, no duda en escogerle como su compañero; y ya con el bagaje del final de temporada anterior, ha decidido situarle en el Sky VR46 junto a Fenati, mandando a Bagnaia a Mahindra.
El otro miembro de la Academy que cambiará de categoría será Marini, que disputará el Europeo de Moto2, una montura mucho más acorde a su gran envergadura.
Con estos siete pilotos, Rossi no sólo busca asegurar la presencia de la bandera tricolor en los podios mundialistas durante las próximas décadas. Los medios italianos le han buscado tantos sucesores durante los últimos años que ha decidido encargarse en persona de buscarle. Y los indicios hablan claro: Andrea es el Migno de los ojos de Rossi.
Burgos, 1987. Madrileño de adopción. Periodista deportivo 3.0. Motociclismo, por encima de cualquier piloto; y deporte, por encima de cualquier deportista o club. Licenciado en periodismo, aprendí en Eurosport. Ahora soy editor en motorpasionmoto.com y colaboro en Sphera Sports, Motorbike Magazine y Sport Motor motociclismo.
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