En un aislamiento
futbolístico mucho más prolongado del que hoy vivimos, la Copa del Mundo se
preparaba para volver al calendario 12 años después de la última. La segunda
Guerra Mundial había paralizado el deporte internacional y con ello la falta de
influencia extranjera en un fútbol español demasiado atrasado todavía. Era
imprescindible una revolución, sobre todo en una Selección que sembraba dudas
pese a su espectacular plantilla.
La llegada de Benito Díaz al banquillo, acompañando a un Guillermo
Eizaguirre inamovible, cambió la cara a
la Roja. Había entrenado en Francia como parte de su ‘exilio’ republicano,
y en el Girondins de Burdeos mamó conceptos tácticos nuevos y una influencia de
la que no disponía ningún técnico en España. En la Real Sociedad demostró, a su
vuelta, que era el único capaz de implantar la famosa ‘WM’ a la que todos
aspiraban.
El pesimismo que reinaba en el equipo (contrapuesto a la ilusión
de Portugal, rival por la clasificación hacia el Mundial de Brasil) se disipó
en los dos amistosos previos celebrados en 1949, ya con el ‘Tío Benito’ como
entrenador. Y en el segundo de ellos, ante Francia, se lo debe a un futbolista
que estaba destinado a consagrarse como el mejor extremo del mundo y en una
absoluta pesadilla para los galos. Su nombre, Estanislao Basora.
En Colombes, escenario de la final del Mundial de 1938 y de la
recordada película Evasión o victoria (John Huston, 1981), España goleó a Francia por 1-5 en uno de los mejores partidos de
su historia, con una actuación portentosa del jugador barcelonés. Basora, a la
sombra de Telmo Zarra por su eterna
alianza con el gol, siempre fue considerado el más completo de todos los
jugadores españoles, pues aunaba destreza, velocidad, remate, visión de juego y
una técnica prodigiosa. Su partido (más allá de los tres goles que firmó en
apenas 15 minutos) fue tan descomunal que L’Equipe le llamó “el Monstruo de Colombes’.
Era el segundo partido internacional en la carrera de Estanislao
(en el primero en Dublín hizo un gol en el 1-4 logrado por España) y había
cambiado la cara a una España que más tarde destrozó a Portugal (5-1 en
Chamartín y 2-2 en Lisboa) para acceder al segundo Mundial de su historia. En
Brasil, Basora firmó cuatro goles y dejó
el torneo como la mayor estrella de la Selección, pese a que la memoria se
centra en el legendario gol de Zarra ante los ingleses que nos permitió el
mejor resultado de nuestra historia (un cuarto puesto) antes de la ansiada
conquista en Sudáfrica.
“España tenía un gran
equipo, pero Basora era el mejor con diferencia”, dijo en varias ocasiones el
héroe de Maracaná, el uruguayo Alcides Ghiggia. El conjunto charrúa nunca
habría llegado en condiciones de ganar el título mundial en el estadio
brasileño de no ser por un tanto de Obdulio Varela a 15 minutos del final.
Uruguay, a la postre sorprendente campeón, perdía 2-1 por un doblete del propio
Basora. Aquel 2-2 hundió a la Roja, que perdería 6-1 ante la anfitriona y 3-1
frente a una Suecia a priori inferior.
Aquel no fue el único legado de Basora, pues formó parte del
aclamado quinteto azulgrana de las cinco Copas junto a César, Kubala, Moreno y
Manchón. No en vano, en el Barça todavía le consideran el mejor ‘7’ de la
historia del club. Comparado con Paco Gento, el habilidoso extremo catalán se
despidió con 373 partidos y 153 goles a
sus espaldas, en una noche lluviosa de semifinal de Copa en el Camp Nou. Ni
la tormenta impidió una espectacular ovación al que fue uno de los mayores
ídolos de la afición culé. Se retiró con 30 años, quizá con mucho fútbol
todavía que dar.
De aquella delantera que asombraba en el país, Estanislao fue el último en quedar con vida. Tal día como hoy, un 16 de marzo de 2012, decía adiós para siempre.
Imagen de portada: RFEF
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