El derbi de Liverpool, como ya hemos dicho en un sinfín de ocasiones, es uno de los partidos más especiales del fútbol europeo. Por ello Anfield se vistió de gala pese a la enorme distancia entre los cuadros que protagonizaban el envite. El Everton, que ya duerme en zona de descenso, es uno de los mejores conjuntos del mundo en autodestrucción: desde que llegó Moshiri, el mayor inversor de la entidad, no para de gastar dinero en jugadores que no rinden, pero que cobran como estrellas. Así, pegándose tiros en el pie sin parar y con el Burnley ganando, llegaba el decimoctavo al coliseo del eterno rival. Iba a ser muy complicado.
La realidad es que los de Jurgen Klopp están a millones de años luz de los de Goodison Park. Los de Frank Lampard salieron al verde muy bien, plantando el equipo muy cerca del área y cerrando todos los pasillos interiores probables. Por ahí no pasaba ni una mosca. Por supuesto, tampoco pasó un Mohamed Salah que vivió un encuentro durísimo: Vitali Mykolenko, un pipiolo en estas lides, secó al egipcio de principio a fin. El ucraniano le ganó la gran mayoría de los duelos al prócer local. Parece la confirmación del ex del Dynamo Kyiv.
El primer acto de los locales no fue bueno: movían el cuero de un lado al otro sin crear ocasiones de peligro. Sufrían porque no le metían el miedo en el cuerpo a Jordan Pickford y el mejor jugador vestía de azul: Anthony Gordon. El canterano del Everton volvió loco a Trent Alexander-Arnold, que volvió a demostrar que en defensa suele despistarse. Seguro que Unai Emery lo tiene bien apuntado en su libreta. Es evidente que su rol ya es más el de un interior que el de un lateral. Ayer no pudo en ningún momento con el extremo visitante, que forzó un penalti a Matip que el árbitro, por un piscinazo previo del inglés, no quiso ver.
Los cambios de Klopp, incluyendo el de Divock Origi, decantaron el partido. Pese a que el Everton ha gastado más en el último lustro que su eterno rival los reds superan en todos los niveles a los toffees. No me quiero imaginar la depresión de Lampard cada vez que se giraba para ver qué opciones tenía para cambiar el sino de la tarde. En cambio, su homónimo metió a Luis Diaz: un talento que pinta a estrella mundial. Dos zarpazos en la segunda parte y la inacción del VAR dejaron a la parte azul de la ciudad destrozada: la salvación, por el calendario que viene, parece prácticamente imposible. Encima sus rivales aún pueden ganarlo todo. No son buenos tiempos para los aficionados toffees.
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