Javier Mascherano cuelga las botas y cierra un capítulo de mi adolescencia que me hace pasar página por aquel jugador que veneraba en mi época teenager y a quien realmente soñaba parecerme. Quizás para un futbolista amateur de domingos carente de talento para con el balón, era más sencillo, o al menos eso creía, ser aquel que trancara abajo en un fútbol que casi nadie ve que ser el ‘10’ que realizara la jugada maradoniana al que todos señalaran cuando acababa un encuentro en el que difícilmente se habían vislumbrado dos pases seguidos con sentido. Durante mucho tiempo, sostuve una idea loca en mi cabeza, más fruto quizás del hecho de buscar el reconocimiento de excelencia de un jugador que a mí me embaucaba y veía con asombro cómo no era ni siquiera juzgado por mis iguales: Mascherano era el mejor jugador del mundo. Y en mi cerebro, aquello tenía una explicación. Si bien Messi podía tener comparación con Cristiano Ronaldo o Iniesta y Xavi podían ser emparejados con Sneijder y Ribery, Mascherano era un ser único en su especie. Nadie jugaba de ‘6’ como lo hacía él. Era el Makelele o Davids de su época.
Para explicar la carrera de Mascherano bastan unos cuantos tópicos y unos pocos recuerdos que quizás den altura a un futbolista que ha estado durante casi 20 años en el fútbol al máximo nivel y ha sido esencial allí donde ha ido. En la tierra de los apodos, a nadie le ponen el mote de Jefecito porque sí, pues se trataba de un ‘6’ excepcional que jugaba con el ‘14’ y que cuando tuvo una empresa muy difícil llamada Sergio Busquets en un estilo de juego que le era totalmente antagónico se acabó adaptando a una posición de central que dominó durante años triunfando en las mejores plazas, y eso que le costó tener el reconocimiento al lado de Piqué.
Porque Mascherano se retira tras 17 años de fútbol profesional y 25 títulos a sus espaldas, o lo que es lo mismo, un ganador nato que ha levantado más de un trofeo por año de media. En su currículum, además, puede presumir de algo que de momento no ostenta nadie: debutó con la selección absoluta de Argentina antes de hacerlo con su club en fútbol profesional. Fue Bielsa, a quien por algo llaman Loco, quien se atrevió a tamaña decisión cuando en 2003 tuvo que llamar personalmente al técnico de River Plate porque la AFA no le había hecho caso. “Te quiero comunicar que voy a convocar a Javier Mascherano”, pidió el seleccionador, crucificado por el mal hacer de Argentina en el Mundial de Corea y Japón, pero buscando ya alternativas para el presente. “Pero Bielsa, si aún no ha debutado en Primera”, contestaron desde River. “Ya bueno, y yo lo pedí en la lista y la AFA no le ha llamado, así que lo hago yo personalmente. No te preocupes, ya me lo agradecerás”.
Hoy, Mascherano se retira tras 147 internacionalidades como el jugador con más presencias con la albiceleste. Messi acecha cerca, aunque cuando el ‘10’ le supere, pasarán años hasta que alguien le desbanque al tercer lugar del cajón. Ha disputado cuatro Mundiales (fue subcampeón en uno) y cinco Copa América (jugando cuatro finales), es el único jugador en la historia del país en tener dos medallas olímpicas de Oro y en su hoja de trabajo puede presumir también de haber sido un capitán incluso cuando no llevaba el brazalete. Cuando a Maradona le instaron a decir si Messi iba a ser siempre titular cuando él era seleccionador, Diego solo contestó con firmeza que el único indispensable para él era el Jefecito. “Conmigo, Mascherano más 10”.
No se equivocaba Hugo Tocalli cuando recomendó a Bielsa ir a ver a ese ‘6’ que jugaba en el Sub17 y el Sub20 y las robaba todas y no se confundió el Loco con su premonición. La magnitud física de Mascherano y su capacidad para recuperar balones sin parar le llevaron a ser incluso la comidilla de un corto publicitario de casi 30 minutos (que se vendió como una historia real y no ficción) de una marca de vehículos donde se aseguraba que, tras un largo trabajo de investigación por dos detectives privados, Mascherano era un ser adulterado genéticamente y que tenía un motor por corazón.
Quizás su mayor problema residió en la libertad que no tuvo en sus primeros años, siendo su pase propiedad de un fondo de inversión que apenas le dejó salir de Sudamérica y cuando lo hizo aterrizó en Londres, pero para jugar en el West Ham junto a Tévez. Su salto a Liverpool no llegó en la mejor época de los de Anfield, aunque formó un trivote de ensueño junto a Alonso y Gerrard y con el traspaso al Barcelona le llegó el éxito personal pese a tener que adaptarse a una posición que no era la que dominaba.
La vida futbolística del ‘14’ se resume en bloqueos imposibles cuando el delantero tenía todas las de marcar en el mano a mano. Lo recuerdan en el Emirates y Robben aún sueña con ello aquel día que el Jefecito “se rompió el orto” para meter a Argentina en una final mundialista. Su liderazgo es sintetizado en ese mismo partido en Brasil, pues mientras todos temblaban en unos penaltis donde Países Bajos venía de asombrar al mundo con Tim Krul, Mascherano daba alas a un siempre cuestionado Sergio Romero. “Hoy te convertís en héroe”, le aseveró tan convencido, casi como una orden más que un deseo, que Chiquito no tuvo más remedio que hacer caso a ese pequeñito que llevaba el alma de la albiceleste y días antes había dejado para el recuerdo una foto imborrable encarando a Fellaini y Witsel, tipos que le sacaban 15 y 20 centímetros de altura, pero nunca de valor.
Con una carrera precoz que le consumió en los últimos años hacia fútbol menos vistosos, uno deseaba con firmeza que llegara el día del adiós del Jefecito para ver su transformación en un entrenador de altura, algo para lo que ya tiene título. Ha bebido de Manuel Pellegrini, de Bielsa, Basile, Benítez, Guardiola o Luis Enrique y parece presto para sentarse en un banquillo a dirigir mañana mismo, pues siempre ha sido la prolongación de sus técnicos sobre la cancha. Meticuloso y excepcionalmente bien colocado, nunca disfrutó de un fútbol pues él aseguraba que sufría jugando por la exigencia de dar siempre el máximo, Mascherano será siempre recordado por algunos como el capitán del fracaso, pues pese a cosechar títulos con las selecciones inferiores, con la absoluta siempre quedó a las puertas. Algo que él mismo se creyó: “Esto es una tortura. ¿Seré yo? Jugué tres finales y perdí las tres (tras la Copa América 2015), venimos de un golpe tremendo en Brasil… No le encuentro explicación”, señaló un futbolista que admite que tarda mucho en olvidar las derrotas, pero saborea muy poco los triunfos. Mascherano, aquel que en más de 800 partidos en su carrera apenas metió 10 goles, una tarea que en Barcelona siempre se tomaron como una burla pero a la que él, focalizado en su trabajo, nunca dio bola. Hoy se retira el jugador, pero nace un técnico que dejará legado, como hace 17 años aventuró el Loco: ya me daréis las gracias.
Imagen de cabecera: Jamie Squire/Getty Images
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