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Fútbol Internacional

El león herido del Inter

A escasos minutos para el final, Raphinha marcaba el tanto que parecía definitivo, clasificaba al Barcelona y eliminaba al Inter de Milán, que se había dejado en dos ocasiones levantar un 2-0 en la eliminatoria. Francesco Acerbi, el defensa que vio cómo le pasaba el disparo del brasileño a escasos centímetros, sin nada que perder, se lanzaba al ataque y se posicionaba permanente en una zona ofensiva que se había quedado huérfana desde la salida de un Lautaro exhausto. Y en esas, ya en el descuento, casi sin saber cómo, remataba, de primeras, con su pie malo y a la escuadra, un balón que volvía a igualar la eliminatoria y gracias al que el club italiano lograría el pase a la final. A sus 37 años, Acerbi, que superó todo tipo de dramas en su vida, marcaba su primer gol en una competición que se le resistió hace dos años y que ahora tiene oportunidad de conquistar para poner el broche a toda su carrera.

Francesco Acerbi nació a finales de los 80 a 20 kilómetros de Milán. Jugaba al fútbol por diversión, pero nunca fue el mejor. Su padre le obligaba a practicarlo, aunque él prefería jugar con amigos que en un equipo federado donde le enseñaran. Por eso, a los 14 años abandonó el Atletico Civesio, un equipo pequeño, pero con una estructura fuerte y en una buena liga, para inscribirse en una liga de barrio con sus amigos. Ya entonces le había picado la pasión de ir a San Siro para ver al Milan y se había acercado a la Fossa de Leoni, un grupo de ultras del equipo rossoneri. Fue el empeño de su padre, con el que tenía una relación de amor-odio, lo que le devolvió al camino del fútbol federado y le hizo recalar en las filas del Pavia en la adolescencia.

A los 18 años jugaría su primer partido con el club, entonces en la Serie C. En dos temporadas, apenas había disputado cuatro encuentros. Un bagaje muy corto que le hizo replantearse muchas cosas, pero entonces llegó un golpe de suerte. El descenso del equipo a la cuarta categoría del fútbol italiano le daría a él la posibilidad de lograr galones. Disputó más de 50 partidos en dos temporadas y, en 2010, con 22 años, le llegó la oportunidad de dar un salto doble y llegar a la Reggina, en Serie B, donde coincidió con Di Lorenzo, hoy compañero de selección.

Tras cuatro años jugando en categorías semiprofesionales, el camino de Acerbi resultó no ser el habitual y había algo de dudas con su rendimiento. Pero su año en la Reggina fue mucho mejor de lo que se esperaba y llegó a jugar promoción para ascender, un escenario perfecto para que equipos de Serie A se fijaran en el que había sido uno de los mejores futbolistas de la categoría de plata. Fue el Chievo Verona quien le dio la oportunidad. Acerbi se lesionó en verano, no pudo hacer pretemporada, se perdió el primer tramo de la campaña, pero se acabó asentando en la segunda vuelta como indiscutible. Y, en esas, le llegó el primer gran mazazo de su vida. Falleció su padre.

Roberto Acerbi padecía problemas de corazón, había sobrevivido a siete accidentes cardiovasculares en su carrera, pero en febrero de 2012 su corazón dijo basta. Acerbi, que tenía 24 años y acababa de debutar en Serie A, se derrumbó. Perdió el rumbo de su vida y no le encontró sentido. Su padre, aquel por el que jugaba al fútbol, ya no estaba. Y él no supo qué hacer. “Yo no jugaba por mí. Lo hacía por él. Siempre me retaba y me picaba diciéndome que había cosas que no podía hacer para que diera más de mí. Pero cuando murió, empecé a beber. Y créeme, bebía mucho. Cualquier cosa”.

Estando casi en pleno duelo, solo tres meses de la muerte de Roberto, a Acerbi le llegó la oportunidad de su vida cuando el Milan, el equipo al que había animado de niño, le deslizó su interés por ficharle. Él era propiedad a medias entre el propio Chievo Verona y el Genoa, y el equipo de San Siro compró la mitad del pase para que Acerbi jugara con ellos a partir de verano de 2012. Pero Acerbi no estaba bien. “Elegí el 13 de Nesta, pero no le hice honor. Salía de discotecas todas las noches y a veces llegaba algo achispado a los entrenamientos”.

Fue la quinta opción en el eje de la zaga para Allegri, por detrás de Yepes, Mexes, Zapata y Bonera. Apenas jugó una decena de partidos y, a mitad de temporada, el Milan le largó de vuelta con destino Verona, donde terminó la temporada. Fruto de la muerte de su padre, Acerbi confirmó haber sufrido depresión en su estadía en el Milan y en los meses posteriores, motivo por el que se había planteado seriamente la retirada. No lo hizo.

Siguiendo con el tema de las multipropiedades, el Genoa, que casi toda su carrera tuvo la mitad del pase pero, curiosamente, nunca llegó a vestir su camiseta, decidió comprar el porcentaje que le faltaba por tener y luego vendérselo al Sassuolo, recién ascendido a Serie A y donde Acerbi iba a jugar a partir de 2013, con 25 años. En el reconocimiento médico para firmar con el club, a Acerbi le diagnosticaron cáncer testicular. Le extirparon el tumor, por lo que el futbolista solo tiene un testículo, y poco a poco pudo volver a los terrenos de juego. Lo hizo a buen nivel. Tanto que Prandelli le comunicó que iba a llamarle en la próxima convocatoria para que debutase con Italia. No pudo ser. A los pocos días, un positivo por dopaje levantó sospechas. Acerbi no se había dopado, pero el contraanálisis reveló que la irregularidad en su sangre se identificaba con que el cáncer había vuelto a su vida.

Tuvo que apartar el fútbol durante meses y someterse a quimioterapia. Pero, ni siquiera ahí, cambió su estilo de vida. Iba a la sesión de quimio por la mañana y luego volvía a casa, donde se veía un par de capítulos de House mientras comía comida basura, generalmente pizzas de mala preparación. “Perdí el apetito, así que no tenía necesidad de comer algo rico o elaborado”. Por las noches, eso sí, seguía saliendo de fiesta y bebía hasta que no hubiera un mañana. “A veces ni dormía”.

Fue un sueño en una pequeña siesta lo que cambió su vida. Fue muy real. Tanto, que se lo creyó. En él, se le apareció su padre representando a Dios. Acerbi venía de una familia muy devota, de cristianos practicantes. Él, con los años, se había alejado un poco de la iglesia. Dice que se despertó tan sobresaltado que creyó que aquello era un mensaje, que el cáncer le estaba dando una nueva oportunidad y que su padre le había puesto otro reto desde donde estuviera: ahora tenía algo por lo que luchar. “Lloré y me di cuenta que tenía que cambiar”.

De la noche a la mañana, Acerbi dejó el alcohol, comenzó a cuidar su alimentación, volvió a la iglesia con regularidad, recibió ayuda psicológica y empezó a vivir una vida para ayudar a los demás y superar los retos de la vida. Lleva 12 años teniendo una cita cada viernes, aunque sea por videollamada, con la psicóloga que le ayudó entonces. Los jueves, en cambio, los reservó para visitar a los niños que se enfrentan al cáncer en los hospitales o simplemente en centros donde colaboran con personas con diferentes capacidades. Lo hizo en Roma y lo sigue haciendo en Milán. Estos chicos son siempre agradecidos y yo me siento como en casa”, reconoce.

Uno de ellos, con el que más trato tenía, se llamaba Elia. No pudo superar el cáncer. Falleció muy joven. Acerbi siempre le decía que era un león. Tras su fallecimiento, Acerbi adquirió el apodo El León y, por si no fuera suficiente, decidió grabárselo en tinta en su cuerpo. Tiene a Alex, el felino de la película Madagascar, en uno de sus antebrazos, mientras que otros tres leones gigantes ocupan toda su zona abdominal.

Acerbi se convirtió en una roca. Debutó con la absoluta a finales de 2014, hizo un año sensacional tras estar casi 7 meses sin jugar y en las siguientes cinco temporadas no se perdió un solo partido por lesión. Lo jugó todo, salvo algunas ausencias por acumulación de amarillas. De hecho, llegó a sumar 149 partidos seguidos en Serie A, quedándose a 13 del récord de Zanetti. “Aunque suene paradójico, el cáncer me salvó. Me dio un objetivo en mi vida. Me pasó una vez y no lo aproveché. Seguía haciendo una mala vida. Por suerte, alguien ahí arriba me amaba y me mandó otra vez la enfermedad. Sin ella, no sé dónde estaría. Sí sé que mi carrera como mucho podría haber estado en Serie B, aunque lo más normal es que me hubiera retirado”.

En 2018, ya veterano, con 30 años, firmó con la Lazio, que pagó 12 millones de euros por su fichaje. En la capital ganó sus primeros títulos, al conquistar una Copa y una Supercopa, nada mal para una Lazio que es histórica, pero que no presume de los títulos que debería una entidad de su pedigrí. Fue esencial a las órdenes de Simone Inzaghi, que no dudó en pedirle a los dueños del Inter que le firmaran para apuntalar una defensa en la que se intuía iba a ser suplente tras los Skriniar, Bastoni, De Vrij o Pavard, pero en la que al final ha terminado encontrando siempre sitio en el once titular.

En estos años ha podido engordar su palmarés. Con Italia logró la Eurocopa 2020, aunque no fue titular indiscutible y solo jugó tres duelos en el torneo. Con el Inter ha logrado una Serie A y tres copas, aunque tiene una gran espinita: la final de Champions perdida hace dos campañas ante el Manchester City de Guardiola. Ahora, Francesco Acerbi, que una vez confirmó que quería retirarse a los 38 años y empezar a entrenar (los cumplirá en unos meses) tiene la oportunidad de poner la guinda al pastel en su carrera. En su vida. Es el momento de dedicarle a Elia el título. Y a su padre Roberto, que le empujó a ser futbolista y, como Acerbi cree, le mandó dos veces un cáncer para que lo derrotara y le encontrara sentido a la vida.

Periodista | Profesor | Deporte en general y fútbol en particular | 📚Escribí 'Atleti, historia de un despertar' | A veces hago hilos 🧵

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