El Barça de Guardiola fue, y aún es, uno de los equipos más vitoreados y alabados de toda la historia del fútbol. No es para menos, ya que sus éxitos eternos e innumerables parecían muy lejanos para cualquier equipo, y más aún para uno que jugase de ese modo. Sin embargo uno de los aspectos en los que menos énfasis se ha puesto, y de los que yo más valoro, es que aparte de su juego vistoso era un conjunto que siempre competía, hasta que pitaba el árbitro, hasta el mismo final. El Barça de Guardiola siempre acababa en el área rival, buscando el gol, asediando al contrario. Eso justifica que en cuatro temporadas solamente perdiese tres partidos por más de un gol. Todos por 3-1, el primero en las semifinales de Champions frente al Inter de Mourinho y el segundo en la ida de la Supercopa frente al Sevilla y el último en un intranscendente partido de vuelta en Copa del Rey frente a un Betis por entonces en Segunda. Aquel equipo lo formaban unos jugadores tan virtuosos como hambrientos, unos violinistas sin miedo a tocar hasta que se hundiese el barco.
Eso precisamente fue lo que más me preocupó del inicio de temporada que los chicos de Luis Enrique han tenido en este 2015. La Supercopa frente al Athletic parecía indicar una desidia exasperante, tanto por la poca capacidad de reacción durante una debacle como la de San Mamés como por el nulo afán de revancha en el partido de vuelta en el Camp Nou. El iceberg por proa apenas abultaba en el catalejo del capitán y ya toda la tripulación estaba montada en los botes salvavidas. Sin embargo las derrotas en Vigo y Sevilla, lejos de la penosa actitud frente a los vascos, sirvieron para descubrir lo contrario. El Barça volvió a arroyar a su rival, a encerrarlo y a morir en el área ajena. En Vigo nada salió bien, la derrota fue abultada, pero la actitud esperanzadora. El equipo lo intentó una y otra vez y solo la falta de acierto impidió quedar aquello en un 4-4. En Sevilla más de lo mismo, una ilusión totalmente renovada que hace soñar con que este equipo aún quiere más.
Y hablando de ganas, nadie parece tener más que Neymar Jr. El brasileño está pasando a jugar más centrado, reemplazando el enorme vacío dejado por Messi. Está voluntarioso, aunque poco acertado, pero cuando ha conseguido enhebrar la aguja se ha visto que el experimento puede funcionar, que el Neymar más trecuartista de Brasil puede disimular la ausencia de Messi hasta que el capitán vuelva a ponerse al frente de la nave. Mientras tanto, no hay que caer en la melancolía y hacer de la temporada una eterna espera. Esperar a Messi, esperar a Iniesta, esperar a Arda, esperar a Nolito, esperar al siguiente en lesionarse… No, el Barça ya lo ha demostrado. Con todas las bajas, puede seguir desplegando un buen fútbol y asustando a los rivales que, de momento, están siendo benévolos con los titubeos del equipo de Luis Enrique. Una oportunidad que, visto lo visto el año pasado, a este vestuario no se la deberían dar.