La primavera llegó con retraso a Madrid en el abril de 1992 y la tarde noche del día uno fue fría y desapacible. El Real Madrid recibía al Torino en la ida de las semifinales de la Copa de la UEFA, inmerso aún en el debate de la sustitución de Radomir Antic por Leo Bennhakker en el banquillo unos meses antes, y la nostalgia de unas noches europeas mágicas que comenzaban a parecer lejanas en el tiempo por la realidad futbolística que vivía el equipo.
Esa noche no ha pasado a la historia por la victoria dos goles a uno del Real Madrid, remontando el tanto inicial de Casagrande, ni por el retorno al Bernabéu de Martín Vázquez, dos años después de su marcha, con la camiseta del Torino. Sino por el fallecimiento de Juan Gómez Juanito unas horas después del partido en un accidente de tráfico, cuando retornaba a Mérida tras presenciar el partido en el Bernabéu, con su preparador físico y varios jugadores del conjunto emeritense. Juanito entrenaba al Mérida desde el mes de noviembre de 1991 y en su persona ya se atisbaba la figura de un entrenador especial.
En unos días se cumplirán 30 años del aquella fatídica noche y merece la pena recordar lo que fue Juanito como jugador. Si tuviéramos que definirlo en dos palabras sería genial e imprevisible. Se convirtió en el jugador bandera de un Real Madrid en años muy complicados. Tras el fallecimiento de Santiago Bernabéu en junio de 1978, un año después de su llegada al club, el Madrid y bajo la Presidencia de Luis de Carlos pasó unos años muy complicados a nivel económico, difíciles de comprender hoy día.
En un equipo plagado de jugadores nacionales y de cantera, Juanito era la máxima estrella. Se otorga poco mérito colectivo al Madrid de comienzos de la década de los 80 y tuvo mucho. Con recursos limitados fue capaz de jugar dos finales europeas, una de la Copa de Europa y otra de la Recopa. Como perdió las dos y estuvo cinco años sin ganar la Liga, no hay justicia colectiva con aquel equipo.
En sus últimos años en el Madrid y ya sin la vitola de titular, fue clave para la conquista de las dos Copas de la UEFA en 1985 y 1986 entrando desde el banquillo o desde el inicio en algunos partidos. Ya sin jugar en la selección desde 1982, porque no le volvieron a llamar haciéndole uno de los culpables de forma injusta del fracaso de la selección en el Mundial de España, se centró en el Madrid y fue una de las claves para que la Quinta del Buitre se incorporara de pleno derecho al primer equipo. Ellos reconocen la maravillosa acogida que les dio Juan, como uno de los veteranos más representativos del equipo en aquel momento.
Juanito hoy día no se podría ver reflejado en ningún futbolista. Es un perfil de jugador que ya no existe de un fútbol que tampoco existe. Le gustaba abarcar todo el frente de ataque y llegar al gol, pero en los últimos años de su carrera dejó grandes partidos jugando unos metros más atrás que aún se recuerdan. La vuelta ante el Gladbach en la UEFA 85-86 o ante el Estrella Roja, en los cuartos de la Copa de Europa 86-87, son dos de ellos.
Técnicamente era muy bueno y fue uno de los jugadores que más y mejor utilizó el exterior del pie derecho. Pero la clave de su juego y su recuerdo perenne, 30 años después de su triste fallecimiento, radica en su carisma. Fue un jugador tremendamente sincero y puro dentro y fuera del campo. En sus aciertos y errores siempre se vislumbró un Juanito verdadero y por eso su recuerdo perdura en el tiempo.
En sus intervenciones como comentarista de TVE en el Mundial de Italia 90 y en los partidos europeos del Real Madrid en la temporada 90-91, toda España pudo ver con la nitidez que veía el fútbol. Juanito sigue siendo eterno en el minuto siete de todos los partidos que el Real Madrid juega en casa y recordado con cariño y respeto en toda España. El Juanito eterno.
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