En la Philippe Chatrier, la noche se volvió un vendaval. Carlos Alcaraz no jugó un partido de cuartos de final en Roland Garros: firmó un monólogo ante Tommy Paul. El marcador –6-0, 6-1 y 6-4– no solo refleja la diferencia de nivel, sino la sensación de que el español, en modo destructor, está decidido a reescribir la historia de la tierra batida.
Un inicio de otro planeta
El primer set fue una declaración de intenciones. Alcaraz salió como un rayo, con la bola pegada a la raqueta y la convicción de quien sabe que es su momento. Paul apenas pudo sumar puntos, mucho menos juegos: en media hora, el 6-0 ya era una losa imposible de levantar para el estadounidense. El murciano no solo dominó, sino que se divirtió, sonrió y hasta pidió perdón al público por la contundencia de su tenis.
Paul, sin respuestas ante la tormenta
En el segundo parcial, la historia no cambió. Paul, número 12 del mundo, no tuvo respuestas ante la velocidad, la precisión y la variedad de golpes de Alcaraz. Solo pudo rascar un juego, un espejismo de resistencia ante el rodillo español, que no levantó el pie ni un segundo. El partido, en sesión nocturna -teóricamente el horario menos favorable para Carlitos-, se convirtió en una clase magistral de cómo dominar la arcilla.
Solo en el tercer set Paul encontró algo de aire, pero fue un espejismo. Cuando el estadounidense soñó con rebelarse, Alcaraz apretó el puño, rompió el saque con 4-4 y cerró el partido con la misma autoridad con la que lo empezó. Ni un gesto de nerviosismo, ni una concesión innecesaria: solo tenis de quilates y una candidatura firme a levantar su segundo Roland Garros.
El público, que esperaba un duelo igualado, terminó ovacionando a un Alcaraz imperial, que en apenas 1 hora y 34 minutos se plantó en su séptima semifinal de Grand Slam, el español más joven en lograrlo desde Nadal en 2008. Paul fue la víctima de una noche en la que el tenis se jugó a la velocidad de Carlitos. Y si pestañeas, te lo pierdes